Eternamente. Angy Skay
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Название: Eternamente

Автор: Angy Skay

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Solo por ti

isbn: 9788494383236

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СКАЧАТЬ Todo. Hasta que, por fin, encuentro una carpeta negra en el fondo de un cajón secreto de la mesa. La saco y me pongo a mirarla, pero no entiendo nada.

      —¿Qué es Darks? ¿Y quién es Darek? —susurro.

      En la carpeta aparece todo tipo de información: propiedades, vehículos, familiares… Es impresionante lo que pueden llegar a sacar de ti los investigadores. Claro que Bryan tendrá uno bueno, porque el que yo cogí para que investigara no sacó nada.

      Sigo pasando las hojas y veo un montón de fotos del tal Darek de espaldas, sin camiseta, en una especie de casa vieja. Tiene pinta de ser otro país. Lleva una estrella diminuta tatuada en la espalda, en el lado derecho. Es apenas visible si no te fijas mucho, pero me quedo helada cuando veo la siguiente foto.

      «¿Bryan es policía? ¿Es de los buenos?». Me atrevo a pensarlo durante un instante. Pero no puede ser. Los buenos no suelen ocultarse; los malos sí. No obstante, es muy precipitado sacar conclusiones todavía.

      Tomo nota de la dirección de la empresa que, casualmente, está en Londres. En cuanto llegue, será lo primero que haga para averiguar quién es Darek. No viene apellido ni nada; cosa rara. Solo un nombre. Preguntaré por él. Seguro que alguien lo conocerá.

      De pronto, la puerta se abre y me quedo muda.

      ¡Mierda!

      —¡¿Tú otra vez?!

      Cierro los ojos. ¡Mierda y más mierda! Guardo la carpeta donde estaba y me dirijo a la salida, no sin antes mirarlo de los pies a la cabeza.

      —Yo no tengo que darte explicaciones a ti. —Me agarra del brazo, pero me suelto de malas formas—. ¿Qué vas a hacer, Max? ¿Vas a zarandearme otra vez o vas a ir corriendo a decírselo a tu amigo?

      —Mi amigo sabía esto antes de salir por esa puerta —me asegura, señalando la entrada.

      Me quedo petrificada. No es una pregunta; es una afirmación. ¿Son brujos?

      —Pues explicaciones que te ahorras —le digo sin darle importancia.

      Nos quedamos un rato mirándonos. Finalmente, lo fulmino con una última mirada cargada de arrogancia y salgo del despacho. ¡No pienso ceder!

      Cuando llego a la entrada, Bryan está aparcando el coche. Se baja de él junto con Ulises. Me resulta raro verlo sin traje. Desde que vinimos aquí hace dos semanas, está todos los días con ropa deportiva, y la verdad es que le sienta fenomenal.

      Oigo cómo Max respira detrás de mí aceleradamente.

      —¿Por qué te empeñas en darle tantas vueltas a todo? —me pregunta de malas maneras.

      —Porque me da la real gana.

      Me giro para mirarlo a los ojos a la que vez que entrecierro los míos un poco para darle más énfasis a mis palabras. Max me lapida con la mirada, se da la vuelta y se marcha sin decirme nada más. Eso sí, estoy segura de que está echando fuego por la boca.

      La comida transcurre bastante bien, excepto por las miraditas que Max y yo nos echamos de vez en cuando. Antes de que ocurriera todo este jaleo con él, decidimos que sería quien me acompañara al altar el día de la boda, pero como sigamos así, no sé con qué cara vamos a ir.

      Me habría gustado que fuese Anthony quien lo hiciese, pero Bryan me dijo que no lo pusiera en ese aprieto, puesto que se encuentra peor que antes. Tememos que el día llegue antes de la boda, y por eso precisamente queríamos celebrarla antes. Sobre todo, Bryan. Está muy preocupado, pero sabemos de sobra que no está en nuestra mano; será lo que el destino le depare.

      Salgo de mis pensamientos y regreso a la tierra cuando escucho a Bryan hablar:

      —Ejem… —carraspea incómodo—. ¿Queréis más vino?

      —No —le contestamos Max y yo a la vez.

      Ambos nos miramos como verdaderos rivales y, de reojo, me doy cuenta de cómo Brenda abre más los ojos. Ulises se recoloca la servilleta y Bryan se queda con la botella suspendida en el aire. Menudo panorama.

      —Vale, perdonad por la ofensa —contesta con ironía.

      Los dos hemos saltado de una manera mordaz y hemos hecho que toda la mesa nos observe.

      —Lo siento, no pretendía ser tan brusco —se disculpa enseguida Max.

      —Ni yo —lo sigo, un poco avergonzada.

      —No importa —continúa Bryan, y deja la botella en la mesa—. A más tocamos, pero podríais relajaros un poco.

      Max me mira y yo a él, pero de manera asesina. Creo que no me reconozco ni yo.

      —Yo no he empezado. Max está un poco alterado últimamente. —Hago una mueca.

      —No estaría tan alterado si no me alterases tú.

      Abro los ojos con desmesura. No ha dicho lo que acaba de decir, ¿o sí? Ulises se atraganta y Brenda empieza a darle golpes en la espalda.

      Bryan levanta una ceja.

      —¿Estás bien, Ulises? —le pregunta.

      —Sí, gracias —contesta, recuperándose.

      —Bueno, a lo que iba. ¿Por qué te altera ella? Ya que estamos, vamos a intentar aclararlo.

      Lo miro. Me mira.

      No hablamos ninguno, y por inercia contemplo mi plato. Max se mete un trozo de carne en la boca e intenta evitar la pregunta.

      —¿Y bien? —insiste Bryan.

      Max vuelve a mirarme y yo levanto mis ojos; ojos que no dicen nada. Si Bryan ya está al tanto de que le puse un investigador privado y supuestamente sabía que iba a registrar su despacho, ¿por qué está cubriéndome?, ¿por qué le ha contado una milonga? No lo entiendo. Me limito a no responder.

      —Da igual. Ya lo aclararemos en otro momento. Disfrutad de la cena, no vaya a ser que a alguien le siente mal. —Y me mira mí.

      Esto no es una indirecta, sino una directa con señales luminosas. Terminamos de cenar y todo el mundo se va a sus respectivas habitaciones. Me dirijo a la cocina para beberme un vaso de agua y no se me ocurre ni encender la luz, hasta que veo la puerta del frigorífico abierta y pego un brinco del susto. A continuación, oigo como si apretaran una especie de espray y miro por la otra esquina. ¿Qué coño es eso? Veo a Bryan al lado de la nevera… ¡zampándose un bote de nata!

      —¡Joder, qué susto!

      Se asusta también; casi se ahoga con la nata que lleva en la boca. Le doy un vaso de agua, gesto que me agradece con la mirada cuando empieza a toser como un descosido. No puedo aguantar más y empiezo a reírme como una loca. Sin embargo, como si un bofetón me hubiese atravesado la cara, la risa se me borra cuando escucho a Max hablar:

      —¿Qué pasa? ¿Ya quiere matarte y aún no se ha casado contigo? —Ambos lo miramos. Levanta las manos a modo de rendición—. Era una broma, ¿vale? Qué poco sentido del humor tenemos…

      Elevo СКАЧАТЬ