Sexo Fora de norma. Varios autores
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Название: Sexo Fora de norma

Автор: Varios autores

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788417925536

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СКАЧАТЬ muy agradable.

      —¿Quieres que te coma el coño? Me molaría saber cómo lo tienes.

      Ay, qué monada. Creo que sí vale la pena moverme un poco.

      —Prefiero hacer otra cosa.

      —¿Sí? ¿Qué?

      —Mira.

      Salgo de debajo de ti y me quito los tejanos y las bragas. Me quedo solo en calcetines. Tú todavía estás completamente vestido, con la ropa muy desaliñada.

      Me pongo de espaldas a ti, de rodillas, con las piernas algo abiertas y la espalda arqueada. Me entra un ataque de autoconciencia, de inseguridad física, pero lo ahuyento con un manotazo mental. Después giro la cabeza y te miro:

      —Me apetecería que te pusieras detrás de mí y me masturbaras. Si quieres…

      Muy obediente, te levantas y te acercas a mí. Yo alargo las manos hacia el cabecero de la cama y miro la pared. Espero. Tú no reaccionas. Me giro y veo que te estás tocando la bragueta.

      —¿Estás bien?

      —Sí. Sí —dices—. Es que ahora caigo en que no he eyaculado.

      —Ah, es que me parece que tal y como lo hemos hecho, no hay bombeo de no sé qué y no se eyacula.

      —Ah, vale.

      Y me miras. Y te miras el paquete. Y me vuelves a mirar. Y te vuelves a mirar el paquete. Y después me miras el culo y la espalda y me los acaricias. Y me besas el cuello y el hombro.

      —¿Esto te gusta?

      —Sí, mucho. ¿Te parece bien que te coja la mano y te enseñe cómo me gusta masturbarme?

      —Sí, por favor, que, si no, no doy pie con bola.

      Nos reímos y te lo enseño. Tus dedos recogen mi flujo y te pones a mil, y yo me pongo a mil contigo. Cuando te muevo la mano, me giro para mirarte. Lo hago con toda la intención, para que entiendas qué me gusta más. Al rato ya funcionas solo y yo me agarro de nuevo al cabecero. Miro por última vez tus manos grandes sobre mi cuerpo, tu piel más oscura que la mía, y cierro los ojos. Muevo las caderas y gimo mientras tus dedos se deslizan por mi vulva, me lames el cuello y me agarras por el pelo.

      Me corro y enseguida redondeo la espalda hasta quedarme en posición fetal. Tú te tumbas a mi lado.

      —Tengo frío —digo, y me incorporo para acurrucarme contra el cabezal, abrir la cama y meterme bajo el nórdico.

      —Y yo calor.

      —¿Te quieres desnudar?

      —¡A buenas horas!

      —Si te apetece, te puedes desnudar y meterte aquí dentro conmigo.

      Me miras. Ni te ríes ni sonríes. Tienes un amago de risa en la boca.

      —El mundo al revés —dices.

      —Oye, que te he avisado antes de subir. Aunque, ahora que lo pienso, puedes quejarte. El consentimiento lo contempla.

      Te desnudas con el amago de risa todavía en la boca. Te digo que no hace falta que te quites los calcetines, que yo no me los pienso quitar, ni ahora ni nunca que folle y haga frío, y la risa se te escapa de la boca.

      Te metes bajo el nórdico y miras la mesita de noche. El papel doblado todavía está ahí.

      —¿Repasamos si lo hemos hecho bien? —propones, muy aplicado.

      —Ostras, yo creo que sí.

      —Pues yo creo que nos falta algo. ¿Cómo era? Ah, sí: «Cuidado posrelación». Esto significa que…

      —Que nos tenemos que preguntar cómo estamos.

      —Vale. ¿Cómo estás?

      —Muy bien. Me lo he pasado bien y no he hecho nada que no quisiera hacer. ¿Tú?

      —Igual.

      —Pues ya puedes dejar el papel.

      Lo dejas. Me acurruco hacia abajo y me cubro entera con el nórdico, cabeza incluida. Tú también bajas y nos quedamos un rato bajo la tienda de campaña. Nos ponemos a descubrirnos el cuerpo. Ahora. ¿Y por qué no? Antes de que se nos cierren los ojos, salgo muy rápido de debajo del nórdico para apagar las velas. Me vuelvo a meter en la tienda de campaña diciendo quéfríoquéfríoquéfrío. Te cuento que estoy aburrida de follar normal, de la típica coreografía besos-masturbación-penetración, pero, sobre todo, de la tontería esta de fingir que les lees la mente a todas las parejas sexuales que tienes. Hablamos un rato de todo y nada. Nos dormimos. Estoy tranquila.

      Tardes

      Bel Olid

      Empezó a aparecer todos los días a la salida. Se apoyaba contra una columna del porche con el casco en la mano. Venía a buscar a Natàlia.

      Salíamos a las tres menos cuarto y yo volvía a casa con Dúnia, que también era del barrio. Natàlia vivía en el centro y antes solía irse a pie con Edu e Ignasi. Ahora, al salir, se dirigía hacia aquella columna, cogía el casco sin decir ni hola y caminaba hacia una moto negra bien cuidada. Sin prisas, quien la esperaba la seguía, abría el baúl de la moto, sacaba otro casco y ponía el motor en marcha. Se movían sin mirarse, pero con una familiaridad extraña, como si no quisieran tocarse, a pesar de que se entreveía la posibilidad de una intimidad antigua.

      Yo observaba el ritual como si fuera una película nueva cada día, como si el guion fuera a cambiar en cualquier momento. El giro que esperaba era, por supuesto, que se acercara a mí, me ofreciera el casco, me llevara a un lugar indefinido que implicara un largo trayecto de estar muy cerca, respirar su calor y abrazarme a su cintura sentada detrás suyo.

      Llevaba el pelo corto, sobre todo a la altura de la nuca. El flequillo le quedaba justo por encima del ojo izquierdo, negro contra la pupila negra. El primer día que me miró me sobresalté; tenía aquel aire de no presencia, de estar ahí sin mancharse de lo que le rodeaba, que me había dado la libertad de mirar sin plantearme que podía ser mirada.

      —Tía, venga, que estoy muerta de hambre. ¿Nos vamos?

      Dúnia solía salir tarde, siempre estaba hablando con alguien y era de las últimas en abandonar la clase. Pero ese día salió antes, o quizá fue Natàlia la que tardó más de la cuenta. Si no hubiera tirado de mí para marcharnos quizá todavía estaría ahí, enganchada a esos ojos brillantes que no esperaba.

      En casa nunca había nadie a esa hora. Yo llegaba, me calentaba en el microondas lo que me hubieran dejado y me lo comía delante de la tele. Hacia las cinco menos cuarto salía a buscar a mi hermano, que iba a primaria a tan solo dos calles de casa, le daba la merienda y lo entretenía hasta que llegaba mi madre.

      Ese día no comí. A pesar de estar sola, me encerré en mi habitación antes de desabrocharme los tejanos. Llevaba tiempo masturbándome con una pasión casi metódica, pero siempre de noche. Ese día, no. Me quité los pantalones y las bragas, me mojé los dedos con saliva, me noté hinchada y СКАЧАТЬ