Tan cerca de la vida. Santiago López Petit
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Название: Tan cerca de la vida

Автор: Santiago López Petit

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Raigs Globulars

isbn: 9788417925475

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СКАЧАТЬ se han dormido. Otros simulan tomar apuntes. Se han apagado las luces y el profesor se ha esfumado. De pronto, aparecen proyectadas en las paredes de la sala de actos, e incluso en el techo, escenas de la vida cotidiana. Lo más extraordinario es que las figuras humanas que hablan y se mueven tienen los rostros de los alumnos del curso. Después de la sorpresa inicial, me tranquilizo y pienso que se trata simplemente de un programa informático que permite cambiar unos rostros y sus expresiones faciales por otros distintos. Sin embargo, la sorpresa se convierte en espanto cuando, de la boca de nuestros rostros que son ajenos, ya que están puestos en el cuerpo de otros, empiezan a salir frases que reconocemos como propias. M, el compañero de curso que hace un momento ha interpelado al profesor, está hablando con alguien que parece ser una amiga.

      —No, no tengo ganas de enseñar historia en la universidad o en un instituto cualquiera. Sentiría que me estoy estancando. Sería como morir lentamente. Aunque no tenga tanta seguridad económica a final de mes, prefiero la gestión cultural. Cerca de la Política, en mayúscula, aunque sin dedicarme por completo a ella, claro. Personalmente, lo que me interesa es introducir pensadores que no son conocidos, organizar cursos en instituciones de prestigio; en definitiva, estar presente en la esfera pública, pero como yo mismo. Por eso, lo que más deseo es poder formar parte del equipo pluridisciplinar de la Escuela de la Vida. Sería la culminación de mi carrera profesional y estoy dispuesto a lo que sea para conseguirlo.

      La amiga a la que M se está dirigiendo en la pantalla se ha girado hacia mí. Es N, la compañera de curso con la que me he cruzado al entrar a firmar el contrato de vinculación.

      —Pues yo —dice N— he tenido una vida completamente distinta a la tuya. No me interesa para nada la política, es más, pienso que la dimensión colectiva de la existencia constituye siempre una trampa para escapar del yo. Si cada uno de nosotros profundizara verdaderamente en sí mismo, la sociedad sería otra, porque ya no se alzaría sobre el miedo. Lo esencial es el trabajo sobre el propio cuerpo. Si estoy aquí es porque creo que esta escuela, al situar la creatividad en el centro de la enseñanza, me permitirá rehacerme.

      En la pared opuesta, A, completamente solo y con una mirada perdida, confiesa que sí, que ha sido atracador, pero que jamás ha matado a nadie. Y que, además, ya ha pagado con muchos años de cárcel su mal comportamiento. Lo único que ahora pide a la Escuela de la Vida es que le den otra oportunidad. Nos han quitado las palabras —seguramente de la entrevista que tuvimos que pasar— y ahora estas mismas palabras retornan para decir lo más esencial de cada uno.

      Con recelo, aguardo mi aparición en cualquier esquina de alguna de las paredes de la sala. Y, efectivamente, al poco tiempo me veo hablando solo mientras deambulo por la calle. La fábrica en la que trabajé como ingeniero está oculta por una espesa niebla. Parece haber desaparecido. Hubo una derrota y los trabajadores fuimos apaleados. Algunos cuerpos inertes todavía cuelgan de un horizonte caído. Yo pude escapar. Pero era difícil evitar descender por la pendiente inclinada del desencanto. En la Escuela de la Vida busco una excusa para seguir vivo y cualquiera me sirve. Lo más increíble es que este I que habla por mí, sabe más de mí que yo mismo. Sobrecogido al oír lo que yo pienso, pero nunca me atrevo a decirme, trago saliva para no escupir sobre esta vida que estrangula por compasión. Nosotros, personajes insulsos, escenificamos el paso del tiempo. El mundo de las palabras que guarda el mundo pertenece a la Escuela de la Vida.

      El estruendo producido al golpear al unísono el respaldo de las sillas aumenta. Algunos alumnos prefieren golpear con los pies el suelo de madera. El abucheo contra lo que se considera una violación de la privacidad y una total falta de respeto crece. Se oyen gritos de «¡Manipulación!». Pero no todos los gritos arrastran palabras de desengaño. M se ha subido a una silla y pide silencio alegando que no es tan grave lo que ha sucedido. Desde el fondo de la sala algunos lo silban. Q, una antigua directora de un importante instituto de enseñanza secundaria —me pregunto por qué habrá escogido esta letra— y que ha venido para aprender nuevas técnicas de participación escolar, está enfadada con los que promueven el escándalo porque, según ella, están poniendo en riesgo la continuidad del curso. Pero A no se amilana y con vehemencia grita que de él no se burlará nadie más y que se resistirá a toda forma de manipulación. Poco a poco, como consecuencia de un acontecimiento inesperado, aunque no crucial, han surgido dos bandos. Yo no quiero intervenir y me limito a observar. Después de lo ocurrido, todos sabemos mejor quién es quién y —puedo afirmarlo con cierta seguridad— empezamos a conocernos mejor.

      La Escuela de la Vida no ha conseguido impedir que la palabra hable y que por ella respire un cierto malestar. Lo único claro es que ha estallado un conato de rebelión contra el equipo multidisciplinar. Resulta, sin embargo, sorprendente, puesto que todos sabíamos perfectamente a lo que veníamos. El contrato de vinculación firmado el primer día, ya nos advertía de que el equipo multidisciplinar separaría con su bisturí lo bueno y lo malo de cada vida. ¿A qué viene, pues, esta protesta? Todo ha sucedido tan deprisa, me refiero a la formación de los dos bandos, que tengo una vaga sospecha, pero ni me atrevo a pensar en ello. ¿Y si la Escuela de la Vida hubiese realizado estas proyecciones en las paredes con el objetivo de analizar cómo reaccionábamos? Una voz femenina que no sé de dónde viene nos conmina a abandonar el salón de actos y a retirarnos a los dormitorios. Todo parece indicar que la dirección de la escuela está enojada con nosotros y quiere castigarnos. Creo que esta hipótesis confirma mi intuición. Un conflicto que no explota es peligroso porque no se puede controlar. Un conflicto que sale a la luz visibiliza al enemigo y puede empezar a ser reconducido. Quizá todo lo que hemos vivido ha sido premeditado para… ¡Qué absurda es esta idea! Si el equipo multidisciplinar se enterara un día de que he llegado a pensar algo así, me expulsaría inmediatamente. De hecho, merezco ser expulsado, ya que no me perdono haber concebido un pensamiento como este. En ocasiones, me asusto de mis propios pensamientos. Es inverosímil y, sobre todo, injusto, dudar de la importante función social de la Escuela de la Vida. Pero yo sé que la vida que se vive de verdad, se endurece y lentamente se convierte en madera. Entonces, puede arder y el fuego grita su soledad.

      Acabo de recibir en mi hyperphone un mensaje que dice: «Escribir para mañana un ensayo comentando la frase “La vida es la vida”».

      Un encuentro inesperado

      Hoy me ha sucedido algo que, seguramente, cambiará mi estancia aquí. Caminaba en silencio por un pasillo de la escuela con la vista clavada en el suelo, cuando de pronto me he tropezado con A. Yo juraría que ha sido A el que ha favorecido este encuentro. Con ello quiero decir que no ha sido en absoluto casual. Ciertamente, a mí me intrigaba su personalidad rebelde y siempre a punto de estallar, pero no sé si hubiese iniciado este acercamiento. Me gustaba observar su extraño comportamiento, un poco como el entomólogo observa el movimiento de los insectos. A es realmente un personaje curioso. Con los brazos llenos de tatuajes y algún que otro piercing en el rostro, su mirada provoca un intenso desasosiego. Pero sus ojos vivaces proyectan también una mirada rápida que se desplaza sobre las cosas sin acariciarlas, como temerosa de que sea secuestrada. Agresividad y recelo se conjugan perfectamente en él.

      —Yo a ti te conozco —me ha espetado con una voz que no era amenazante, aunque tampoco muy afable.

      Me he quedado sorprendido porque no recordaba haberlo visto nunca y, casi sin darme cuenta, me he puesto a la defensiva. A ha percibido mi reacción y enseguida me ha aclarado amablemente que un día estuve en su casa. Yo he seguido sin entender nada. Ha sido entonces cuando me ha explicado que su hermano había trabajado en la misma fábrica de vidrio que yo y que un día, acompañado por él, visité su casa para escoger una televisión en color. El estupor que sus palabras me han causado, poco a poco se ha esfumado y ha dado paso a una complicidad imprevista.

      Efectivamente, A tiene razón. Conocí y fui amigo de su hermano. El hermano de A se hizo muy conocido en su barrio porque con tan solo diez años robaba coches y, sentado sobre un cojín, era capaz de escapar de la policía. Después de pasar por diversos centros correccionales, recaló en СКАЧАТЬ