Название: El grito del silencio
Автор: Fernando Bermúdez López
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
Серия: Fuera de Colección
isbn: 9788428836852
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El desierto es espacio de soledad, silencio y verdad. Ahí se experimenta quiénes somos. Se toma conciencia de nuestra pequeñez y de la grandeza del amor del Misterio que nos envuelve. El desierto nos abre a la compasión, a la ternura y a la solidaridad con los pobres y desheredados de este mundo. Nos enseña a amar. Carlo Carretto cuenta que, cansado de tanto activismo como militante cristiano en Italia, sintió una fuerte necesidad de retirarse al desierto. Y se fue al Sahara. En la soledad de aquella desolada región reencontró el verdadero rostro de Dios y del hermano. Después de doce años, el Espíritu lo regresó al «corazón de las masas», al ajetreo del mundo. De nuevo en la ciudad contempló en los hombres y mujeres otros rostros diferentes. Veía el mundo con los ojos de Dios, con mirada de misericordia y ternura. Desde entonces fue un «contemplativo en la acción», un hombre del desierto en la ciudad.
2
Bajo las alas del silencio
Peregrino soy,
caminando voy
por senderos de color de tierra.
Atravieso horizontes de arena
y el desierto se me hizo silencio
en las profundidades del alma.
Bajo un sol inclemente,
paso a paso voy siguiendo
por el desierto de Judá,
tras las huellas de Yeshúa.
Soplan vientos huracanados
en el desierto del Sahara,
de jaima en jaima comparto
el dolor y la esperanza
de saharauis refugiados,
huyendo de la muerte.
De noche desafío el cansancio
en horas robadas al sueño,
ascendiendo a la luz de la luna
y rasgando las cumbres rocosas del Sinaí;
en silencio revivimos la tradición mosaica,
leyes de la fraternidad.
Los sueños ensanchan mi corazón
y de repente el pensamiento
me traslada a la selva del Petén,
en la cintura de América.
Desierto y selva,
dos realidades aparentemente opuestas,
¿qué tienen de común?
El desierto es silencio callado,
solo la música del viento se escucha
y el vacío de la existencia.
En la selva, el silencio es plenitud de vida,
explosión de sonidos,
pájaros, insectos, animales salvajes,
árboles que sollozan en la sombra;
dos silencios que hablan de misterio,
dos silencios que arrastran
y cautivan al sentirme perdido
entre horizontes de arena o en la jungla,
dos silencios que evocan eternidad
y llaman a mirar más allá de las cosas.
No atarse a nada ni a nadie,
no absolutizar ni idolatrizar
nada ni a nadie,
ser libre como el viento
solo para amar, servir
y ofrecer mi mano a quien lo necesite.
El silencio me enseña que
en la vida todo pasa;
pasan las cosas, pasan las personas
pasan las alegrías, pasan las tristezas,
éxitos y fracasos, todo se deshace,
solo Dios permanece,
plenitud inabarcable
de libertad y de amor.
Cuando yo era estudiante de teología, caminaba bajo el sol abrasador de una mañana de verano con otros compañeros por el desierto de Judá, desde Jerusalén hacia Hebrón. Íbamos en silencio, memorizando las huellas de Yeshúa el Nazareno, quien «se dejó guiar por el Espíritu a través del desierto» (Lc 4,1).
Después de varias horas de camino, entramos en la mezquita de los Patriarcas. Directos fuimos a la tumba de Abrahán y Sara. Multitud de creyentes, musulmanes, judíos y cristianos de las distintas Iglesias nos unimos en silencio en una sola plegaria ante el padre del monoteísmo. En mi interior me interrogaba sobre el porqué de las discordias y luchas entre estas confesiones religiosas, si todos tenemos el mismo padre Abrahán y el mismo Dios. No sé cuál sería la plegaria de los allí reunidos, pero la mía fue una súplica por la armonía entre las religiones, para que se abran veredas de paz en el mundo.
Años después volé a Tinduf, y desde esta ciudad argelina viajé a los campamentos saharauis. Quince días en Smara, a orillas del desierto. Llanuras infinitas de arena y pedruscos. Silencio amasado con el sufrimiento de refugiados y caminantes solitarios, lejos de toda civilización. De noche, en la inmensidad del desierto, la bóveda celeste cubierta de estrellas de norte a sur y de oriente a occidente me envolvía como un gran manto cósmico. Me veía vigilado por un número incontable de estrellas, algunas tan luminosas y cercanas, casi al alcance de la mano.
Y todavía, años más tarde, dejando las arenas del desierto del Sinaí, ascendimos a la montaña sagrada del Horeb. Era de noche. Después de cinco horas de empinada ascensión entre rocas desnudas llegamos a la cumbre. Silencio. Aquí se le reveló a Moisés el Misterio que hoy es Roca para judíos, cristianos y musulmanes. No hay palabras. Solo el silencio habla en medio de la brisa de la mañana, acariciando las cumbres del Sinaí. Al atardecer descendimos al ritmo del sol poniente, contemplando el rojo y ardiente resplandor que se hundía en el horizonte de las desnudas y desérticas montañas sinaíticas.
Dejé el desierto. La misión me llevó a la СКАЧАТЬ