Obras Completas de Platón. Plato
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Название: Obras Completas de Platón

Автор: Plato

Издательство: Bookwire

Жанр: Философия

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isbn: 9782378079154

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      —Sin duda.

      —«Consiste su naturaleza en ser santa o impía», seguiría diciendo. Confieso que al oír esta pregunta, yo montaría en cólera, y diría a ese hombre: hablad mejor, os lo suplico; ¿qué habría de santo en el mundo, si la santidad misma no fuese santa? ¿No responderías tú como yo?

      —Sí, Sócrates.

      —Si después, continuando este hombre, preguntándonos, nos dijese: «¿pero qué es lo que habéis dicho hace un momento?, ¿habré entendido mal? Me parece que dijisteis que las partes de la virtud eran todas diferentes, y que la una jamás era como la otra». Yo le respondería: tienes razón, eso se ha dicho; pero si piensas que soy yo el que lo ha dicho has entendido mal; porque es Protágoras el que ha sentado esa proposición; yo no he hecho más que interrogarle. Entonces no dejaría de dirigirse a ti: «Protágoras», diría, «¿convienes en que ninguna de las partes de la virtud es semejante a otra? ¿Es esta tu opinión?». ¿Qué responderías?

      —Me sería forzoso confesarlo, Sócrates.

      —Hecha esta confesión, qué le responderíamos, si continuase en sus preguntas, y nos dijese: «¿Según tú, por consiguiente, ni la santidad es una cosa justa, ni la justicia es una cosa santa, sino que la justicia es impía y la santidad es injusta?». ¿Qué le responderíamos, Protágoras? Te confieso, que por mi parte le respondería que tengo la justicia por santa y la santidad por justa; y si tú no me lo impidieras, aseguraría por ti, que estás persuadido de que la justicia es la misma cosa que la santidad o, por lo menos, una cosa muy aproximada, y que la santidad es la misma cosa que la justicia o muy próxima a la justicia. Mira ahora, si me impedirías responder esto por ti, o si convendrías en ello.

      —Pero, Sócrates, me parece que no debemos conceder tan ligeramente que la justicia sea santa y que la santidad sea justa, porque hay alguna diferencia entre ellas. ¿Pero qué hace esto al caso? Si quieres, yo consiento en que la justicia sea santa y que la santidad sea justa.

      —¿Cómo, si yo quiero? —le dije—; no es esto lo que se trata de refutar; eres tú, soy yo, es nuestro propio convencimiento, y por lo pronto es preciso quitar, a mi parecer, ese si yo quiero, para ilustrar la discusión.

      —Sea así —me respondió—; admitamos que la justicia se parece en cierta manera a la santidad, porque una cosa siempre se parece a otra hasta cierto punto. Lo blanco se parece en algo a lo negro, lo duro a lo blando, y así en todas las cosas que parecen las más contrarias. Estas partes mismas, que hemos reconocido que tienen propiedades diferentes, y que la una no es como la otra; quiero decir, las partes del semblante, si te fijas bien en ello, hallarás, que aunque sea en poco se parecen, y que son en cierta manera la una como la otra; y en este concepto podrías probar muy bien, si quisieses, que todas las cosas son semejantes entre sí. Pero no es justo llamar semejantes a cosas que no tienen entre sí más que una pequeña semejanza, lo mismo que llamar desemejantes las que se diferencia muy poco; porque una ligera semejanza no hace las cosas semejantes; ni una diferencia ligera, desemejantes.

      Sorprendido de este discurso, le pregunté:

      —¿Te parece que lo justo y lo santo, no tienen entre sí más que una ligera semejanza?

      —Esta semejanza, Sócrates, no es tan ligera como te he dicho, pero tampoco es tan grande como tú piensas.

      —Pues bien —le dije—, puesto que te veo de mal talante contra esta santidad y esta justicia, dejemos este punto y pasemos a otros. ¿Qué piensas tú de la insania? ¿No es una cosa enteramente contraria a la sabiduría?

      —Así me parece.

      —Cuando los hombres se conducen bien y útilmente, ¿no te parece que son más templados en su conducta, que cuando hacen lo contrario?

      —Sin contradicción.

      —¿Son templados por la templanza?

      —No puede ser de otra manera.

      —Y los que no se conducen bien, ¿obran locamente y no son en manera alguna templados en su conducta?

      —Convengo en ello.

      —¿Luego obrar locamente es lo opuesto a obrar con templanza?

      —Convengo en ello.

      —¿Lo que se hace locamente procede de la insania y lo que se hace con templanza procede de la templanza?

      —Sí.

      —¿Luego lo que nace de la fuerza es fuerte, y lo que nace de la debilidad es débil?

      —Ciertamente.

      —¿Es debido a la velocidad que una cosa sea ligera, y debido a la lentitud que sea pesada?

      —Sin duda.

      —¿Y todo lo que se hace de una misma manera se hace por un mismo principio, como lo que se hace de una manera contraria se hace por un principio contrario?

      —Sin dificultad.

      —Veamos, pues —le dije—: ¿hay alguna cosa que se llame bella?

      —Sí.

      —¿Este algo bello tiene otro contrario que lo feo?

      —No.

      —¿No hay algo que se llama lo bueno?

      —Sí.

      —¿Lo bueno tiene otro contrario que lo malo?

      —No, no tiene otro.

      —¿En la voz no hay un tono que se llama agudo?

      —Sí.

      —¿Y este tono agudo tiene otro contrario que el tono grave?

      —No.

      —Cada contrario no tiene más que un solo contrario y no muchos.

      —Lo confieso.

      —Veamos, pues; hagamos una recapitulación de las cosas en que estamos conformes. Hemos convenido en que cada contraria no tiene más que una sola contraria y no muchas.

      —Sí.

      —Que las contrarias se gobiernan por principios contrarios.

      —Conforme.

      —Que lo que se hace locamente se hace de una manera contraria a lo que se hace con templanza.

      —Sí.

      —Que lo que se hace con templanza viene de la templanza, y que lo que se hace locamente viene de la locura.

      —Conforme.

      —Que lo que se hace de una manera contraria debe ser hecho por un principio contrario.

      —Sí.

      —¿De manera que una cosa procede de la templanza, y otra cosa procede de la locura?

      —Sin СКАЧАТЬ