Название: Solo quiero que me quieran
Автор: Micaela Menárguez Carreño
Издательство: Bookwire
Жанр: Социология
Серия: Claves
isbn: 9788432153662
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El cuerpo que tenemos es «el puente que nos une con el mundo»[1]. Ese cuerpo, alto o bajo, gordo o delgado, joven o viejo, tiene su propio lenguaje. No es igual dar un abrazo que dar la mano. No es igual un beso en la mejilla que en la boca. No es igual una sonrisa que un gesto desabrido. El cuerpo expresa sentimientos de amor o desafecto; si manejamos bien ese lenguaje, tenemos mucha capacidad de hacer felices a los demás. Y si no, de lo contrario.
En las relaciones humanas, especialmente en la familia, el amor se tiene que sentir. Muchos jóvenes me han dicho que no se sienten queridos por sus padres, lo que es una tragedia, ya que esos padres los adoran. «¿Por qué hay tanta gente que sabiéndose querida no se siente querida?»[2]. Es algo muy corriente, y una pena.
«El afecto es el amor de lo pequeño, de lo cotidiano y de lo sencillo (…), es la causa, en nueve casos sobre diez, de toda la felicidad sólida y duradera de nuestra vida natural (…), es el más sencillo y el más extendido de todos los amores (…), es un cálido bienestar y una satisfacción de estar juntos»[3]; es uno de los ingredientes que convierten el hogar en «un centro de reducción de tensiones y de recuperación de personas»[4] .
Es tan importante en la vida afectiva del ser humano que, a veces, uno se da cuenta de lo necesitado que estaba de abrazos cuando se nos muere un familiar cercano y todo el mundo te da el pésame.
Lo primero que tenemos que pensar es con cuánta frecuencia miramos a los ojos a las personas a las que amamos: el marido, la mujer, los hijos, los padres… Estamos tan pendientes de las pantallas que se nos ha olvidado mirarnos y escucharnos. No es raro entrar en un hogar donde cada miembro mira a una pantalla distinta. El esfuerzo de cerrarla para mirar a los ojos y escuchar activamente empieza a ser objeto de terapia.
En segundo lugar, podemos preguntarnos con qué frecuencia nos acariciamos, nos besamos o nos abrazamos dentro de la familia. Es cierto que algunas familias “arrastran” culturalmente un tipo de educación en la que esto no se hacía, ni se decían entre sí lo mucho que se querían. Pero también es cierto que el afecto “colorea” los otros amores y que, sin él, los demás —incluido el eros— quedan como desabridos. Y por supuesto, las relaciones familiares son mucho más gratificantes «con el vestido casero del afecto»[5]. Por eso es importante darle un beso a tu mujer o a tu marido cuando llegas a casa. Por eso es importante que los niños den un beso a sus padres cuando vienen del colegio, y cuando se van a dormir. Por eso es importante que los padres abracen a sus hijas. Incluso hay estudios que demuestran que cuanto más abraza un padre a su hija, y más cerca está de ella, más segura crece, y más tarde inicia sus relaciones sexuales. Porque no va buscando desesperadamente, fuera de casa, el afecto que le falta en el hogar.
Y es muy interesante observar cómo, en muchos casos, la cercanía del padre ha ayudado mucho a una hija a elegir bien el hombre con el que compartirá la vida. Y la lejanía del padre, o la mala relación con su hija han provocado justo lo contrario.
A los adolescentes varones les pasa algo parecido. He conocido a muchos que empiezan a salir con una chica porque necesitan afecto, porque su madre no les da un beso cuando llegan a casa, o cuando se van a dormir. Porque echan de menos desesperadamente que alguien les diga que los quiere.
Tendríamos que preguntar a los que viven con nosotros si sienten que los amamos; si perciben nuestro afecto, también físicamente. Si se sienten profundamente queridos. Si sienten que los amaremos para siempre, que nada en la tierra nos apartará de ellos. Si no se sienten así, algo estamos haciendo mal.
A veces basta con acariciar el brazo o el hombro de alguien para que se sienta reconfortado; especialmente cuando ha tenido un mal día.
No podríamos concebir una madre que no abraza y besa a su bebé. Sería raro, sería antinatural. Y, sin embargo, «las diferentes clases de ternura son todas ternura, y el lenguaje de la primera ternura que hemos conocido siempre revive, para expresarse adecuadamente en su nuevo papel»[6].
Durante la adolescencia, el afecto es la corriente que une a los hijos con los padres. Sin afecto, la comunicación con un adolescente se complica mucho.
Es cierto que hay días terribles en la convivencia familiar, y que en esos días es difícil besarlos y abrazarlos. Pero también es cierto que tienen días maravillosos, en los que hacen algo propio de su edad, que es tener un comportamiento heroico casi siempre en relación con la amistad o el amor. Y en esos momentos es cuando los padres tienen que estar ahí, para reforzar esa conducta, para abrazarlos, y para decirles que hagan lo que hagan, los querrán siempre.
[1] BENEDICTO XVI, El amor se aprende, Librería Editrice Vaticana, 2012.
[2] PRIETO DEL ESTAL, T., (Comunicación Personal).
[3] LEWIS, C. S., Los cuatro amores, Rialp, 2000.
[4] PRIETO DEL ESTAL, T. (Comunicación Personal).
[5] LEWIS, C. S., Los cuatro amores, Rialp, 2000.
[6] Ibid.
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