El paso detenido. Alejandro Fernández Barrajón
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Название: El paso detenido

Автор: Alejandro Fernández Barrajón

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

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isbn: 9788428835282

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СКАЧАТЬ la ley. Nos vemos cada vez mejor sintiéndonos compañeros de camino de Jesús por los caminos de Jerusalén a Jericó, que son los caminos de la vida, haciendo un alto en la casa familiar de Betania, el lugar de la amistad, del diálogo y de la fiesta.

      No queremos volver al templo de nuevo, como el levita y el fariseo, sino que queremos acampar en los márgenes del camino, donde se encuentra tirado aquel hombre que bajaba de Jerusalén a Jericó. El viejo templo tiene para nosotros resonancias muy dolorosas de poder, de marginación de los pequeños y de las mujeres, de mercaderes, de impuros y leprosos, de imperio de la ley sobre el amor. Y nos gustaría purificar esa imagen sagrada que percibe nuestro pueblo y que le aleja cada día más de nuestra Iglesia, comenzando por los más jóvenes.

      La nueva vida consagrada no pretende en absoluto cuestionar el ámbito de la Iglesia. Ella se siente Iglesia y quiere respirar con la Iglesia al mismo ritmo. Sería un acto fallido quedar fuera de la Iglesia. Pero es consciente de que la Iglesia es también humana y, como tal, pecadora en abundancia. Desea hacer un ejercicio de revisión, de perdón y de propósito de enmienda. No pretende condenar a nadie, sino animar a todos a ver otras perspectivas, otros horizontes y caminos que nos conduzcan más directamente a Dios y nos ponga de rodillas más ante los pobres y menos ante los purpurados. Una Iglesia donde exista más libertad para pensar y para decir y donde el poder no se acumule en muy pocas manos, y la mayoría octogenarias, porque el peligro de abuso puede ser mayor. La Iglesia no debe ser la sede del poder, sino de la misericordia. Ni tampoco el lugar de los varones, sino de las personas. Si, para Dios, hombre y mujer son iguales en sus derechos, no pueden ser para su Iglesia –nosotros– distintos.

      Podemos caer en la trampa de ver que no podemos ir por un determinado camino, pero callarnos todos por miedo, por falso respeto, por el qué dirán... y acabar pagando un alto peaje de indiferencia en nuestra sociedad y de alejamiento de Dios por ausencia de capacidad testimonial y misionera. Hemos de tener miedo de los excesivamente seguros de sí mismos y de sus estrategias y refugiarnos todos en las praderas verdes del Evangelio para encontrar agua y verdes pastos que nos mantengan cercanos al Buen Pastor.

      Queremos ir abriendo camino para sentirnos Iglesia de pequeñas comunidades, de familia, y alejarnos de las grandes concentraciones, que solo sugieren imagen de poder y de confrontación. La vida consagrada se vive y se desarrolla en pequeños núcleos familiares y comunitarios que se proponen cultivar lo esencial y vivir una propuesta cristiana honda y auténtica, propuestas firmes de calidad humana y de vida interior.

      Vemos la necesidad de colaborar en la renovación de la Iglesia ahora que quiere prevalecer una mirada nostálgica. Es una alegría siempre la unidad y la comunión, pero no deja de ser preocupante que se abra la mano hacia aquellos que no aceptan en su totalidad el Concilio Vaticano II y que ofrecen esquemas para vivir la fe ampliamente superados y casi olvidados en el presente. El movimiento que ha surgido en contra de Amoris laetitia es, en el fondo, una reacción contra el estilo fresco y espontáneo del papa Francisco. La comunión no puede lograrse a cualquier precio.

      El compromiso con los pobres y la lucha contra las pobrezas van unidos a la vida consagrada, que quiere ser encarnada. Ciertas propuestas de santidad, siempre desligadas de la lucha contra las pobrezas e injusticias, vuelven a trasladarnos a épocas pasadas, que hicieron exclamar a Marx que la religión era el opio del pueblo. Esta santidad asociada a las filacterias y mantos vuelve a pasearse por la actualidad con pretensión de paradigma. Hemos de estar alerta si no queremos enterrar algunos de los más valiosos logros de los años posconciliares. Ser santos –ha dicho el papa con su frescura y originalidad propias– no es poner cara de estampita.

      Necesidad de visibilizarnos más. Pasar inadvertidos en estos tiempos es lo mismo que no existir. Nos dejamos llevar por una espiral de silencio y acabamos por no existir para nadie. Me sorprendía hace muy poco tiempo lo que me contaba una hermana clarisa que fue a comprar a una gran superficie; iba acompañada de otra hermana y llevaban las dos el hábito de la Orden. De repente, una niña las vio y le dijo a su mamá, muy sorprendida: «¡Mira, mamá, dos musulmanas!». La madre, visiblemente ruborizada, le decía a su hija: «¡No señales con el dedo, no está bien!».

      4

      EL PRESENTE PRIVILEGIADO QUE VIVIMOS

      Vamos a ser nosotros mismos y no lo que otros quieren que seamos. Los que hemos puesto nuestra vida en esta opción de consagración sabemos muy bien lo que queremos ser y cómo hemos de serlo. Sobre todo, vamos sabiendo cada día más cómo no queremos ser. Estamos convencidos del valor de nuestra opción. Una opción que solo puede entenderse desde la fe y desde la seguridad de que el Evangelio es una firme propuesta de vida que conduce a la felicidad. Hay muchas maneras de vivir la consagración hoy, pero no todas serán útiles y valiosas para el pueblo de Dios en el futuro inmediato si se despojan de los valores más constitutivos de su ser o si no saben actualizarse adecuadamente para no quedarse atrás con propuestas trasnochadas y puramente espirituales. La condición profética ha acompañado siempre a la vida consagrada y no podemos alejarnos de ella. Y ser proféticos hoy es vivir en discernimiento continuo para saber adaptarnos a la situación cambiante de los tiempos.

      Sentimos la contradicción de ver cómo la Iglesia institucional nos valora en los documentos oficiales y cómo en la realidad de cada día apenas se nos tiene en cuenta. Pero eso no nos desalienta ni nos impide seguir insistiendo en nuestro ideal.

      En esta precariedad creciente que nos aborda estamos aprendiendo a distinguir lo esencial de la cáscara. Ya no pretendemos grandes cosas, grandes instituciones, grandes nombres, sino saber estar en nuestro lugar sin dejarnos condicionar por ningún poder fáctico.

      Algunos quisieron, a través de nuestra obediencia, convertirnos en serviles para que no resultáramos molestos, pero la vida consagrada está espabilando mucho para poder ser ella misma y tomar sus propias opciones.

      Este tiempo nuestro no es tiempo de bajar, sino de subir. Ya lo decía Machado:

      ¡Qué difícil es

      cuando todo baja

      no bajar también!

      La vida consagrada tiene hoy una misión preciosa y necesaria: mantenerse en vela para proponer horizontes amplios y altos, para colocar en lo alto de la cumbre la bandera de Dios. Sin luchas, sin polémicas, sin imposiciones, pero con la firmeza de quien sabe que, si la vida consagrada no lo hace, tal vez nadie se atreva a proponerlo. Hay una manera de vivir en Dios que solo la vida consagrada ha cultivado con pasión y ha producido muchos frutos valiosos de santidad. Es la opción de poner la vida en Dios, centrada en Dios, configurada por Dios y entregada a él.

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