Reyes de la tierra salvaje (versión española). Nicholas Eames
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Название: Reyes de la tierra salvaje (versión española)

Автор: Nicholas Eames

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: La banda

isbn: 9788418711091

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СКАЧАТЬ el muy cabrón) y eso era lo que importaba de verdad.

      —Gabriel —dijo Ginny al fin después de la sorpresa.

      No se movió de donde estaba. Tampoco sonrió ni se acercó para darle un abrazo. Gabriel nunca había llegado a importarle demasiado. Clay pensó que seguro que culpaba a su viejo compañero de banda de todas las malas costumbres (las apuestas, las peleas, el exceso de bebida) que ella había intentado hacerle olvidar durante los últimos diez años, y también de las otras malas costumbres (masticar con la boca abierta, olvidar lavarse las manos, estrangular a gente de vez en cuando) que aún no había conseguido quitarle.

      También recordaba las pocas veces que Gabe había ido a su casa en los años transcurridos desde que lo dejó su esposa. Cada una de aquellas veces venía con un gran plan bajo el brazo, maquinaciones para volver a reunir a la vieja banda y recorrer otra vez los caminos en busca de fama, fortuna y aventuras sin duda imprudentes. Decía que al sur había un pueblo que necesitaba ayuda con un draco devastador, o que había que vaciar una madriguera de lobos del bosque Plañidero, o que una anciana de un lejano rincón del reino necesitaba ayuda para recoger la ropa de la colada y que ¡solo los mismísimos Saga podían socorrerla!

      Clay no necesitaba sentir la dura mirada de Ginny clavada en su nuca para rechazar ese tipo de ofrecimientos ni para darse cuenta de que Gabriel echaba de menos cosas que nunca volvería a tener, como un anciano que se aferra a los recuerdos de los mejores años de su juventud. Eso era justo lo que pasaba, pero Clay sabía que la vida no funcionaba de esa manera. Sabía que no era un círculo que te obligara a recorrer el mismo camino una y otra vez. Era más bien un arco con una trayectoria tan inexorable como la del sol al surcar los cielos, destinado a empezar a caer justo cuando se encuentra en el momento álgido y más resplandeciente.

      Clay parpadeó al darse cuenta de que había empezado a divagar. Le pasaba a veces, y le habría gustado saber expresar mejor esos pensamientos. De saber hacerlo, habría parecido un listillo de cuidado, ¿verdad?

      En lugar de eso se quedó con rostro embobado mientras el silencio entre Ginny y Gabriel se prolongaba de manera muy incómoda.

      —Pareces hambriento —dijo ella al fin.

      Gabriel asintió sin dejar de retorcerse las manos con inquietud.

      Ginny suspiró, y luego su amable, encantadora y maravillosa esposa le dedicó una sonrisa forzada y volvió a coger la cuchara de la cacerola que había estado vigilando justo antes de que llegaran.

      —Siéntate —dijo por encima del hombro—. Te daré de comer. He hecho el plato favorito de Clay: estofado de conejo con champiñones.

      Gabriel parpadeó.

      —Clay odia los champiñones.

      Clay se apresuró a responder al ver cómo Ginny se envaraba.

      —Eso era antes —dijo con tono jovial antes de que su temperamental, mordaz y aterradora esposa se volviese y le abriese la cabeza a Gabriel con la cuchara de madera—. Pero Ginny los prepara de una manera especial. Hace que el sabor —Lo primero que le vino a la mente fue “no sea tan horrible”, pero lo que dijo sin parecer del todo convencido fue—: sea espectacular. ¿Cómo lo haces, cariño?

      —Los meto en el estofado —dijo de la manera más amenazadora en que una mujer podía articular esas cinco palabras.

      Algo con cierto parecido a una sonrisa se asomó por las comisuras de los labios de Gabe.

      “Siempre le gustó verme avergonzado”, recordó Clay. Se sentó en una silla y Gabriel hizo lo propio. Griff se dirigió con torpeza hacia su alfombra y dio un buen lametón a sus pelotas antes de quedarse dormido en un abrir y cerrar de ojos. Clay reprimió un acceso de envidia al verle.

      —¿Tally está en casa? —preguntó.

      —Ha salido —respondió Ginny—. A alguna parte.

      Clay esperó que fuese cerca. Había coyotes en los bosques de los alrededores. Lobos en las colinas. Joder, si Ryk Yarsson hasta había visto un centauro cerca de la granja de los Tassel. O un alce. Cualquiera de esas cosas podía matar a una jovencita si la pillaba desprevenida.

      —Debería haber llegado a casa antes del anochecer —dijo Clay.

      —Pues igual que tú, Clay Cooper. ¿Estás haciendo horas extra en la muralla o eso que huelo es Meada del Rey?

      “Meada del Rey” es como llamaba a la cerveza que servían en el bar. Era una descripción la mar de buena, y Clay se había reído la primera vez que la había usado. Aunque ahora no le había hecho nada de gracia.

      A él, porque Gabriel parecía haberse puesto de mejor humor. Su viejo amigo sonreía como un chico que viese a su hermano recibir una reprimenda por una falta que no había cometido.

      —Ha ido al pantano —dijo Ginny al tiempo que sacaba dos cuencos de cerámica de la alacena—. Alégrate si lo único que trae a casa son unas pocas ranas. Dentro de poco traerá chicos, y entonces sí que tendrás una buena razón para preocuparte.

      —El que tendrá que preocuparse será el otro —masculló Clay.

      Recibió de Ginny una mirada cargada de sorna, y le habría preguntado que a qué venía un gesto así si ella no le hubiera puesto delante un cuenco humeante de estofado justo en ese momento. El aroma se elevó por el ambiente, y su estómago rugió voraz a pesar de los champiñones que había en la comida.

      Su mujer cogió la capa del colgador situado junto a la puerta.

      —Voy a asegurarme de que Tally está bien —dijo—. Puede que necesite ayuda para cargar con todas esas ranas. —Se acercó a Clay para darle un beso en la coronilla y luego le acarició el pelo—. Que os divirtáis poniéndoos al día, chicos.

      Solo consiguió llegar hasta la puerta antes de titubear y echar la vista atrás. Primero miró a Gabriel, que ya había metido la cuchara en el cuenco como si no hubiera comido en mucho tiempo, y luego a Clay. No fue hasta varios días después (tras tomar una dura decisión y encontrándose a muchos kilómetros de distancia) cuando Clay comprendió lo que había visto en sus ojos en ese momento. Algo similar a la pena, la reflexión y la resignación, como si su amada, bella y extraordinariamente astuta esposa ya supiera que lo que estaba a punto de ocurrir era tan inevitable como el invierno o que un río serpenteara hasta desembocar en el mar.

      Una brisa fría sopló desde el exterior. Ginny se estremeció a pesar de llevar puesta la capa y luego se marchó.

      ***

      —Es Rosa.

      Habían terminado de comer y dejado los cuencos a un lado. Clay sabía que debería haberlos llevado al fregadero y haberles echado agua para que limpiarlos luego no fuese tan difícil, pero al oír a Gabriel sintió que no podía levantarse de la mesa. Su amigo había venido en plena noche y desde muy lejos para contarle algo. Lo mejor que podía hacer era dejarlo hablar para que aquello acabara cuanto antes.

      —¿Tu hija? —preguntó Clay.

      Gabe asintió despacio. Tenía ambas manos extendidas sobre la mesa y la mirada fija y perdida en algún lugar entre ellos.

      —Es... muy tozuda —dijo al fin—. Impetuosa. Me gustaría poder decir que ha salido a su madre, pero... —Volvió СКАЧАТЬ