Portugueses y españoles. Federico J. González Tejera
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Название: Portugueses y españoles

Автор: Federico J. González Tejera

Издательство: Bookwire

Жанр: Книги о Путешествиях

Серия: Minerva

isbn: 9788418236075

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СКАЧАТЬ portugueses como falsas. Seguro que, en muchos casos, se podrán incluso considerar hasta ofensivas. En ningún caso soy un «renegado», un «traidor» o un «vendido». Solo utilizo mis experiencias como medio de reflexión, cierto que con sentido crítico, pero el primero que es objeto de la crítica soy yo mismo.

      Quede claro que no hay intención en mis palabras de ofender a nadie. Solo existe una motivación por provocar la reflexión y ayudar a que exista un mejor «conocimiento del otro» por parte de los ciudadanos de ambos países. Solo así, las relaciones entre los españoles y los portugueses puede que estén un día a la altura que la coyuntura histórica que existe demanda de los dos pueblos.

      Como también diré al lector portugués, el libro contiene generalizaciones que son obligatorias para describir el comportamiento de los colectivos. Y la generalización lleva irremediablemente a la injusticia. Aun a pesar de lo escrito en las páginas que siguen, he conocido a muchos profesionales y particulares españoles que siempre han sido respetuosos con el extranjero, en general y con el portugués, en particular. La generalización es el mal necesario al que me obliga la escritura de mis reflexiones.

      Pido disculpas, pues, si en algún momento alguien no se siente reconocido en las definiciones. Al final del día, lo que cuenta es el cotejo y no tanto la palabra que se utiliza para denominar los extremos cotejados. Así lo creo yo al menos.

      Como espero que se pueda comprobar a lo largo de las páginas que siguen, tanto mi familia como yo hemos aprendido a apreciar a los portugueses. Los portugueses son gente abierta y acogedora, y nosotros nos hemos sentido muy cómodos y muy bien recibidos en Portugal. Aun así, el lector encontrará a lo largo del libro comentarios y apreciaciones sobre las creencias y los estilos de ser o pensar, tanto en el aspecto social como profesional, sobre sus hábitos y comportamientos, que acaso parezcan críticos o negativos. El lector más irascible puede considerar incluso ofensivas algunas de esas apreciaciones. Quiero dejar claro que, si en algún caso lo que digo suena como he descrito, no hay, ni en mi espíritu ni en mi actitud, una sola gota de mala intención. Detrás de todas esas afirmaciones anida un respeto profundo por lo portugués.

      Aunque resulte obvio, cuando se trata de un libro como este, en el que se describen la cultura y el proceder de una comunidad, es importante reconocer que, detrás de la definición de los prototipos de comportamiento, existe sin duda una injusta generalización. La generalización es necesaria para la definición de los estilos, y por ello es injusta con muchos de los portugueses con los que he trabajado y con muchos otros que puedan leer el libro. Pero es imposible hacer particular justicia a todos y cada uno de ellos.

      Como ser humano que soy, mi análisis no es necesariamente perfecto. Cualquiera de las afirmaciones o juicios de valor que hago, son susceptibles de estimaciones alternativas e incluso contrarias.

      Pido al lector portugués, igual que le pedí al español, en la nota anterior a ellos dirigida, que tenga paciencia hasta el final del libro. Que lea lo que se dice de ellos con humildad y apertura mental. Solo así podremos mejorar en las relaciones entre los dos países y construir el futuro.

      CAPÍTULO I

      UN POCO DE HISTORIA SOBRE LOS LAZOS ENTRE LOS DOS PAÍSES

      No es mi intención en este capítulo hacer una revisión profunda de las relaciones históricas entre los dos países. Hay libros excepcionales sobre la historia de Portugal y de España que dejarían cualquier intento en este sentido por mi parte en un atrevimiento, yo diría que casi irresponsable. Sin embargo, sea por claridad, sea por aportar un mínimo bagaje intelectual, creo que es importante dejar claras las distintas fases por las que, a lo largo de la historia, han pasado las relaciones entre los dos países.

      Desde que llegué a Portugal, he creído que existe un desconocimiento profundo sobre este tema por ambas partes (si bien es cierto que el desconocimiento es muy superior por parte española). Así que considero que, antes de pasar al debate que sigue en los capítulos posteriores, es necesario tener claras algunas fechas claves.

      Con la perspectiva que da el tiempo, y a la luz de la historia, la situación actual de las relaciones entre los dos países no es sorprendente. El repaso que haremos a continuación viene a confirmar que, a raíz de la independencia de Portugal, los dos países han vivido una historia en paralelo que solo converge en contadas ocasiones. No hay posiblemente en toda Europa dos países que, siendo vecinos, tengan una evolución, por un lado, tan paralela y, por otro, tan separada. Siendo vecinos, prácticamente desde la independencia de Portugal, los dos países han vivido cultural y socialmente de espaldas al otro. Por ello, no es difícil entender que las relaciones sean a veces, como veremos, complicadas: Sencillamente no nos conocemos. Y nunca el desconocimiento fue buen abono para el desarrollo de la cooperación y de las relaciones fluidas.

      Al mirar la historia parece que, sin ánimos de intentar definir una nueva teoría sobre la evolución de la lógica de la construcción de los dos países, los pueblos que en distintas alturas invaden la península centran sus esfuerzos de conquista y dominio en el área del mediterráneo y como mucho en la cantábrica, ya que el comercio en ellas era mucho más importante. Cualquier pueblo que entrara en la península debía asegurar, como prioridad, el dominio por tanto de las costas mediterráneas, ya que había que aprovechar las riquezas y potencialidades económicas y salvaguardarlas de los distintos enemigos que intentaban entrar. Así, parece que las partes atlánticas de la península quedan, si bien también expuestas a la invasión, a merced de procesos diferentes a los que marcan al resto de la península.

      Si a la agresividad de los pueblos y tribus que querían entrar por la parte mediterránea se unen las dificultades de los transportes de la época, no es difícil entender que la parte atlántica quedara en muchas ocasiones menos «ocupada» y fuera objeto de presiones de diferente grado. Primero había que asentarse en el mediterráneo y luego expandirse todo lo que se pudiera. Pero la expansión era lenta y difícil. Al mismo tiempo, hay que recordar que en aquellos momentos el Atlántico era el fin del mundo. Más allá no había nada. No tengo idea de si los primeros reyes portugueses tuvieron o no la visión de que aquello era una oportunidad. Pero, desde luego, esto tiene mucho que ver con el hecho de que la frontera entre los dos países sea la más extensa que existe entre dos países de Europa y la que más tiempo se ha mantenido sin alteraciones.

      Hacia el año 700 a. C. celtas, fenicios y griegos comerciaban en la península y habían construido ya asentamientos comerciales. Antes de la llegada de los romanos en el siglo II a. C., la península estaba habitada por los celtíberos, que habían entrado a través de los pirineos entre los siglos V y VI a. C. Los romanos quedaron sorprendidos por la resistencia de los lusitanos y en especial de Viriato, su jefe durante muchos años, pero acaban por reducirlos en el año 139 a. C.

      En el año 411 entraron en la península los bárbaros, y entre ellos se encontraban tres pueblos diferenciados: los alanos, los vándalos y los suevos. Fueron estos últimos los que se instalaron en lo que hoy es más o menos Galicia. Pronto se extendieron hacia el sur dejando de considerar el Duero como una frontera.

      En el año 416 llegan los visigodos. La división horizontal de la península se mantiene con ellos en el tercio medio y mediterráneo norte, los suevos y cántabros en el tercio oriental y cornisa cantábrica y los vándalos en el sur. En el siglo VI los visigodos ya habían expulsado o sometido a los alanos y a los vándalos, mientras que los suevos se quedan en lo que hoy es Galicia y norte de Portugal como pueblo independiente hasta que Leovigildo los anexiona a la monarquía toledana hacia el 585.

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