La montaña y el hombre. Georges Sonnier
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Название: La montaña y el hombre

Автор: Georges Sonnier

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: No Ficción

isbn: 9788418236365

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СКАЧАТЬ aquí un factor de progreso de máxima importancia. Roturación material y espiritual avanzan a la par.

      La conquista —o, por lo menos, una conquista— de la montaña comienza aquí. Se trata de una conquista por el espíritu, que ha precedido a cualquier otra. Sin duda, era preciso que fuera así: el conocimiento debe siempre preceder la acción, para determinarla y guiarla. Eso está bien.

      NOTAS

      7 Sin embargo, conviene distinguir entre el «paso» de guerreros, como los de Aníbal o de los romanos, para quienes la montaña fue solo itinerario y no objetivo, y las incursiones sangrientas, como las de los musulmanes, que dejaron bastantes huellas en nuestros Alpes.

      8 Hay que ver en ello un deseo de seguridad: se trata, no lo olvidemos, de una abadía fortificada.

      LA MONTAÑA, REFUGIO Y ORIGEN DE LAS LIBERTADES

      En el transcurso de los tiempos, a veces el espíritu no ha buscado voluntariamente la montaña como lugar de soledad y de meditación, sino que, perseguido, ha encontrado en ella su refugio natural. Es el paso de la elección a la necesidad.

      Así, en 1244, los albigenses se concentraron para una última resistencia en el hosco pitón de Montségur. Aquel lugar inspirado había de ver llamear las últimas hogueras de los cátaros. En 1488, los herejes vaudenses de Vallouise se ocultarían en vano en las grutas de su alto valle; y también en los valles de los Alpes piamonteses encontrarían refugio algunos de sus correligionarios.

      Más tarde aún, la revocación del edicto de Nantes había de arrojar a los hugonotes del sur de Francia al «desierto» de Cévennes. Bajo el sol abrasador o en las noches heladas, apiñados en torno a tristes fuegos, medio hambrientos, debieron pagar muy caro el precio de aquella precaria libertad. La naturaleza que les protegía les era al propio tiempo maternal y hostil: contra ella misma, les exigía la lucha. Pero el adversario humano era, por su parte, implacable… La dureza de los elementos contiene aún una promesa de vida; pero la crueldad del hombre con el hombre no deja el menor resquicio a la esperanza. Por lo menos, la montaña, en sus escondrijos y sus defensas, les había dado un respiro, una última oportunidad.9 Ello también forma parte de su vocación. Libertad de conciencia y libertad política hallan muy pronto en la montaña su patria natural: sin duda porque, a la vez que predispone el espíritu a dichas libertades, asegura su garantía mediante el valor de sus defensas. Citaré de memoria la libre confederación de las comunidades o «escartons» del Briançonnais, nacida en plena Edad Media a un lado y otro de los Alpes, hacia la misma época que el primer núcleo de la Confederación Helvética. ¿No es sorprendente y significativo que la primera democracia de Europa —y sin duda la única verdadera, ya que era la única directa— naciera precisamente en el corazón de los macizos montañosos a la vez más elevados y más compactos de nuestro continente; y que, para colmo, agrupase a hombres de razas diferentes? El ejemplo de Suiza, pacífica pero indomable, particularista pero internacional, es harto elocuente: es perfecto. En cuanto al personaje de Guillermo Tell, histórico o legendario, permanece como símbolo cabal del héroe montañés, enraizado en el genio de su tierra.

      NOTAS

      9 Igualmente, más próximos a nosotros en el tiempo, los mormones de Norteamérica, perseguidos, buscaron refugio en las Montañas Rocosas. Y durante la última guerra mundial, en toda la Europa ocupada los macizos montañosos se convirtieron en amparo de los disidentes y reducto de la «resistencia» a la opresión.

      EL PASO DEL POETA

      Hacia el año de gracia de 1280, el rey Pedro III de Aragón debió escalar el Canigó; unos precisan que le acompañó un numeroso séquito, mientras que, según otros, únicamente dos caballeros iban con él. En la cima había un lago, ¡de donde salió un dragón! Nos gustaría que la ascensión fuese más probable que el dragón, o incluso que el numeroso séquito… Pero con estas reservas, la ascensión no deja de ser verosímil debido a su facilidad, aunque sea larga y fatigosa. Pero también es legítimo suponer que la crónica aduladora embelleciera los hechos y que en realidad el monarca se hubiera limitado a una excursión por la región del Canigó, escalando alguno de sus contrafuertes, pero no más. Tras lo cual, hubiera creído de buena fe poder decir, y permitir decir, que había «subido al Canigó», puesto que se había aproximado a él. La misma noción de cumbre era entonces mucho más vaga que en nuestros días —el nombre de una cima, caso de que lo tuviera, comprendía generalmente sus alrededores—, y su atractivo era a la vez menos imperioso. En suma, nos hallamos una vez más ante lo que se pudiera denominar la «leyenda histórica»; y esta dista mucho de carecer de interés. Pero un acontecimiento mucho más importante, y esta vez de indiscutible autenticidad, iba a producirse unos sesenta años más tarde…

      * * *

      Dante fue el primero en experimentar la intuición genial de los valores poéticos y metafísicos de la altitud, que no había vivido directamente. Correspondería a otro gran poeta, al pasar a la acción, gozar aquella vivencia.

      «Cupiditate ductus ascendi…». Conducido por el deseo de elevarse: admirable frase, que en su simbolismo expresa a la vez el instintivo impulso hacia la cima terrestre y las eternas aspiraciones del alma humana. Sentimientos inseparables que guían el deseo del alpinista y que todo ser, un día u otro, ha debido experimentar más o menos confusamente… El relato de un poeta nos ha dejado su testimonio más cabal.

      El 25 de abril de 1336, Petrarca abandonaba Vaucluse para ir a dormir en una pequeña posada de Malaucène, al pie del Ventoux. Le acompañaban su hermano menor, Gherardo, y dos servidores. Su intención consistía en escalar al día siguiente la montaña, aquella ciudadela avanzada de los Alpes, aislada en medio de los llanos del Comtat y a los que domina por todas partes. Se comprenderá que la mirada de Petrarca hubiera sido muchas veces detenida y cautivada por aquella gran silueta familiar, que ya de niño viera desde Carpentras, y que cierra su horizonte. Pero más insólito es el deseo, tan excepcional en aquel tiempo, de llegar a la montaña misteriosa, y aún más el de intentar su ascensión. ¿A qué habremos de atribuirlo?

      En 1336, Petrarca tenía treinta y dos años: la fuerza de la edad. Había llevado una vida brillante, que no tardó en resultarle vana y decepcionante. Hacía nueve años que se había alejado de Laura de Noves, pero continuaba amándola sin esperanza. Mantenía una relación de la que, al año siguiente, le nacería un hijo natural. Insatisfecho, vivía en la contradicción, sentía y deploraba vivamente el desorden de su vida, en profundo desacuerdo con sus aspiraciones espirituales. En suma, atravesaba una crisis moral y se había refugiado en Vaucluse, en una especie de retiro del que esperaba una pacificación espiritual y acaso una certeza. Había elegido entonces por compañero a su hermano Gherardo, que no tardaría en abandonar el mundo para hacerse cartujo en Montrieux, en Provenza, y como corresponsal y confidente al padre Dionisio de Borgo San Sepolcro, un monje toscano. Queda bien claro, pues, por dónde iban sus más profundos pensamientos.

      Así era el hombre que había decidido escalar la montaña de sus años jóvenes. Un cierto gusto le predisponía a ello: cuando era estudiante en Bolonia, disfrutaba haciendo excursiones por las cercanas pendientes de los Apeninos. Pero ahora, su determinación se hace más precisa, y su propio relato nos ayudará a descubrir el sentido que revestía.

      Así pues, al despuntar el día 26 de abril, Petrarca y sus compañeros abandonaron Malaucène. Caminaron a través del bello campo, surcado de valles, del Comtat, tan parecido en su dulzura teñida de aspereza a muchas comarcas italianas. La mañana es buena, fresca. Un ruido de agua discurre por un arroyo, un pájaro se despierta y canta… Así comienza el secreto diálogo entre la naturaleza y el poeta.

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