Tórrida pasión - Alma de fuego. Кэтти Уильямс
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Название: Tórrida pasión - Alma de fuego

Автор: Кэтти Уильямс

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Omnibus Bianca

isbn: 9788413751580

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СКАЧАТЬ no conocí a mi papá hasta que vino por mí, cuando murió mi mamá.

      PENNY se quedó estupefacta. No sabía que Stephano y su esposa se hubieran separado, o tal vez divorciado. Le habría gustado que él se lo hubiera contado.

      Sin embargo, eso no justificaba el que no se hubiera ocupado de su hija. Tal vez Chloe quedara afectada para siempre por el rechazo de su padre, por esa falta de interés.

      Sin duda Stephano Lorenzetti era un hombre cruel, insensible y despiadado, y ella pensaba decírselo.

      Lo buscó por todas partes y finalmente lo encontró en su despacho. Stephano estaba muy relajado, con los pies encima de la mesa; pero sólo hasta que entró ella hecha un basilisco, lista para la batalla.

      –¿Pasa algo? –preguntó él mientras bajaba los pies y se ponía de pie.

      Penny plantó delante de él.

      –Desde luego que pasa, señor Lorenzetti –aspiró hondo, con la intención de escoger bien sus palabras–. Chloe acaba de decirme algo que me ha sorprendido muchísimo.

      –¿Chloe? –repitió, con los ojos muy abiertos–. Pensaba que estaba dormida.

      –Entonces supongo que se haría la dormida –respondió Penny–. Aunque bien pensado no es posible que concilie bien el sueño si piensa que su papá no la quiere –Penny lo miró muy enfadada, solidarizándose con aquella pequeña que sólo quería el cariño de su padre–. Si Chloe no me necesitara, me marcharía ahora mismo.

      Stephano se cruzó de brazos y la contempló unos momentos con mirada de advertencia.

      –Yo en tu lugar tendría cuidado, señorita Keeling. Te estás pasando de la raya.

      –Me da lo mismo –respondió ella, aunque por dentro estuviera muerta de miedo.

      Stephano dio un paso hacia ella, pero Penny no se movió, y tampoco apartó la mirada de la suya. La colonia de su jefe invadió sus sentidos, e irremediablemente recordó el beso que…

      ¡No! ¡No quería que se acercara tanto!

      –Dime, entonces, qué te ha dicho Chloe que te ha enfadado tanto –susurró Stephano con su marcado acento italiano, listo para la batalla también.

      Sin embargo, para Penny él no tenía defensa alguna; porque dejar abandonado a un niño era algo inexcusable.

      –¿Por qué quisiste hacerme creer que tú y tu esposa seguíais viviendo juntos cuando ella murió?

      Su pregunta lo tomó por sorpresa, pero Stephano echó la cabeza hacia atrás y entrecerró los ojos.

      –¿Eso pensaste? No creo haber implicado eso nunca, Penny. De todos modos, mi vida privada no es asunto tuyo… ¡Tú trabajas para mí! –añadió en tono más frío e imperioso que antes.

      –Me has escogido para que cuide de tu hija –declaró ella con convencimiento–, y si ella está disgustada, mi labor es intentar aclararlo.

      –¿Chloe está disgustada? –preguntó con sorpresa, pasando de la rabia a la sorpresa, incluso tal vez a la preocupación.

      –Me parece lo más lógico, sobre todo teniendo en cuenta que ella cree que su padre no la quiere.

      –¿Eso ha dicho?

      Penny asintió, un poco menos enfadada.

      –¿Y tú la crees?

      –Lo que yo crea no importa; importa lo que sienta Chloe, y es lo que ella siente. ¿Y cómo no va a sentirlo si su padre no ha ido nunca a verla hasta que murió su madre?

      –No tienes ni idea de lo que dices –soltó él en tono enfadado.

      Penny observó la tensión en su cuerpo y en su cara, y se dijo que debía tener cuidado con lo que le decía.

      –Entonces cuéntamelo –le exigió–. Dime exactamente por qué Chloe dice que no sabía nada de ti hasta que murió su madre.

      Siguió un silencio prolongado, que a Penny se le hizo eterno.

      –Porque mi esposa nunca me dijo que tenía una hija.

      Se le veía tan dolido, que Penny no pudo ignorar su expresión.

      –Cuando me dejó estaba embarazada, pero debía de estar de muy poco tiempo, porque yo no tenía ni idea; y como te he dicho, ella no me dijo nada. Luego ya no volvió a ponerse en contacto conmigo, ya que el divorcio lo hicimos a través de nuestros abogados. Fue muy egoísta por su parte ocultarme la existencia de mi propia hija.

      Penny se quedó sin palabras, muy afectada por la noticia. ¿Cómo podía una mujer ocultar la existencia de un hijo a su padre? Se le encogió el corazón de pena por haberle hablado de esa manera, y se sintió muy culpable.

      –Lo siento. Sé que no servirá de nada, pero es la verdad. Lo siento mucho.

      Y sin pensarlo se acercó a él y lo miró a la cara.

      –De verdad…

      Stephano la abrazó impulsivamente con un quejido de pesar. Penny levantó la cara y lo miró a los ojos, unos ojos donde se reflejaba la turbación de su alma; y cuando se inclinó sobre ella, cuando tomó sus labios y su boca, lo hizo tan ardientemente que Penny entendió que deseaba librarse de aquellos pensamientos aciagos.

      Penny dejó que el beso embriagara sus sentidos y también lo besó, con el deseo intenso de ser amada. Casi como si él le hubiera leído el pensamiento, le susurró al oído:

      –Penny, duerme esta noche conmigo.

      Penny sabía que no la amaba, que sólo quería perderse en su cuerpo; claro que ella también deseaba lo mismo. Sabía que era una auténtica locura, que ella no quería liarse con nadie de ese modo. Pero también sabía que aquello no desembocaría en una relación seria; que sólo sería una noche de pasión. ¿Qué daño podía hacerle?

      Pero mientras le daba vueltas a la cabeza, Penny le respondió con un beso tan ardiente que hasta ella misma se sorprendió. Porque ella nunca había hecho nada tan impulsivo en su vida.

      Al instante, Stephano la tomó en brazos, la apretó contra su cuerpo y la llevó arriba con agilidad, como si no pesara más que su hija.

      Penny sintió los latidos de sus corazones. Stephano era el hombre más viril que había conocido jamás, y el aroma de su piel era tan intenso y sensual que resultaba mareante.

      Cuando la puerta de su dormitorio se cerró con suavidad a sus espaldas, Stephano relajó los brazos y la bajó muy despacio, dejando que se deslizara sobre su cuerpo fuerte y caliente; centímetro a centímetro, asegurándose de que ella notara lo mucho que la deseaba.

      Su erección era colosal, magnífica, imposible de ignorar. La fiereza y fuerza de su persona la aturdía y excitaba como nada, privándola totalmente del raciocinio; de tal modo que se apretó contra su cuerpo y le echó los brazos al cuello para que él besara sus labios, sedientos y receptivos.

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