Hijo secreto. Ким Лоренс
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Название: Hijo secreto

Автор: Ким Лоренс

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bianca

isbn: 9788413751078

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СКАЧАТЬ no hablaba como era debido de sus hermanas.

      –Olvídelo –le sugirió Sam.

      –Creo que es un poco tarde para eso. ¿Le ha ocurrido algo a Hope?

      Sam hizo un gesto nervioso, inconcreto pero expresivo. Fuera lo que fuera, de algún modo le preocupaba.

      –No, no le ha ocurrido nada. Las palabras claves son Lloyd Elliot.

      Lindy respiró aliviada. ¡Así que se había enamorado!

      –Bueno, lo único que sé es que es mayor que ella –hacía por lo menos diez años que Lloyd Elliot no protagonizaba una película. Pero como productor, con más de una docena de grandes películas en su haber, era muy renombrado.

      –Sí, y casado.

      Lindy se puso pálida.

      –Hope nunca tendría una relación con un hombre casado.

      –¡Si usted lo dice!

      –Sí, yo lo digo –afirmó ella con rotundidad–. Mis hermanas no son así.

      –Ya. Recuerdo que Hope me comentó que eran tres mellizas –dijo él pensativo–. Este tipo de cosas ocurren con frecuencia aquí. Hay cientos de divorcios y de relaciones ilícitas. Es un ambiente muy claustrofóbico y, por algún motivo, provoca ese tipo de relaciones.

      Hubo un silencio denso.

      –Ya hemos llegado.

      Bajaron del coche y se dirigieron a la casa. Tenía un amplio mirador desde el que se veía el mar y un paisaje de ensueño, sólo salpicado por alguna que otra casa.

      En cualquier otra circunstancia, Lindy habría estado encantada con aquel lugar maravilloso. Pero lo único que sentía en esos momentos era indignación.

      ¿Cómo podía acusar a su hermana tan impunemente de tener un lío con un hombre casado? Y lo peor era que no le resultaba extraño.

      Se volvió hacia él en un verdadero ataque de ira.

      –¿Cómo se atreve a decir algo así de mi hermana?

      La intensidad reconcentrada de su tono de voz hizo que Sam se diera la vuelta sorprendido.

      Nunca había creído en aquella vieja teoría de que las mujeres frías podían ser un huracán interior. Pero debía reconocer que aquel repentino giro de ciento ochenta grados era muy interesante.

      Sam se dio cuenta de que estaba entrando en terreno pantanoso. Los próximos meses iban a ser realmente intensos y no podía permitirse distracciones. Era la primera vez que dirigía una película y su personaje no tenía nada que ver con el que el público estaba habituado a ver en él.

      Tenía mucho trabajo que hacer en los meses siguientes.

      Aparte de todo eso, aquella mujer había dejado muy claro que no veía en él nada más que una cara bonita. Estaba acostumbrado de algún modo a que así fuera, pero, por algún motivo, en aquel caso su actitud lo perturbaba. Por alguna oscura razón, quería demostrar a Rosalind Lacey que estaba equivocada.

      –Me ha preguntado y yo le he contestado. No están siendo precisamente discretos. Tampoco he sido yo el que ha hecho correr la noticia –dijo Sam–. Y, realmente, creo que aquí lo que es preocupante es la mujer de Lloyd. ¿Sabe que está casado con Dallas?

      –Es una cantante, ¿verdad?

      –Algo así. La llaman Dinamita Dallas, así que puede imaginarse lo que va a ocurrir cuando se entere.

      –Me importa muy poco cómo la llaman –dijo Lindy–. Lo único que sé es que, si oigo o veo a alguien hablando mal de mi hermana, habrán cavado su propia tumba.

      Por dentro, la casa era mucho más grande de lo que parecía por fuera. Las paredes estaban pintadas de un color pálido, agradable. Parte de ellas eran de piedra y los suelos de madera estaban cubiertos de alfombras.

      Sam la siguió, con suficiente perspectiva como para fijarse en su escultural trasero.

      Sin detenerse, recorrió toda la casa.

      Había logrado calmarse para cuando llegó a uno de los cuartos de baño. Había un jacuzzi que invitaba a relajarse.

      –¡Esto es increíble!

      –¿Verdad? –dijo Sam.

      –¡Menudo susto acaba de darme! Pensé que se había marchado! –estaba empezando a arrepentirse por haber perdido la compostura delante de aquel hombre. Durante años, se había acostumbrado a autocontrolarse y no entendía bien por qué extraño motivo le resultaba tan difícil con él.

      –Como ve, estoy aquí.

      –No se preocupe por mí.

      –No lo hago. Pensaba ducharme.

      –¿Qué? –exclamó, atónita.

      Sam se estiró. El movimiento marcó escandalosamente los músculos de sus hombros, y Lindy no pudo evitar un vuelco en el estómago.

      –¡No puede… –la hospitalidad de su hermana no podía llegar a aquellos extremos. Y, en cuanto a su propia integridad personal, cuanto antes se marchara Sam Rourke de aquella casa, menos posibilidades habría de incurrir en una nueva salida de tono o, quien sabe, tal vez algo peor.

      –¿No se lo dijo Hope? Soy su huésped.

      Lindy se quedó paralizada mientras él silbaba alegremente una canción.

      Ella salió del baño.

      ¡No podía ser! ¡No era posible! ¡Tendría que vivir bajo el mismo techo con aquel hombre!

      Sin pensárselo, abrió la puerta de golpe y volvió a entrar en el baño.

      –¡No pienso quedarme aquí! –comenzó a decir ella.

      –¿Se refiere a mi baño en particular o a la casa en general? –Sam no parecía muy impresionado por la afirmación. Con un descaro incomprensible para la estrecha mentalidad de Lindy, Sam se quitó los pantalones y se quedó en calzoncillos.

      Lindy respiró profundamente y trató de recuperar la frialdad de la que solía hacer gala. Pero el monumento al arte del buen esculpir que tenía delante era lo último que necesitaba para enfriarse.

      En pantalla, Sam Rourke era definitivamente atractivo y sexy. En directo, sencillamente, dejaba a cualquiera sin respiración.

      Como una boba, se había quedado absorta ante aquel espectáculo.

      –¿Ha visto bastante o es que piensa meterse conmigo en el baño? –su voz suave y profunda la hizo volver en sí–. Me da la impresión de que es usted quien necesita ahora una ducha, a poder ser de agua fría. Si vamos a vivir bajo el mismo techo, me gustaría que estableciéramos claramente las reglas de juego. A un hombre le provoca cierta inseguridad pensar que ni siquiera su baño es privado. Me he encontrado a algunas fans en lugares insospechados, pero esto es excesivo.

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