Название: Atrapa a un soltero - La ley de la pasión
Автор: Marie Ferrarella
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Julia
isbn: 9788413751771
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La inquietud de Kayla creció. Se preguntó si estaría gravemente herido, o…
—Ay, Dios —murmuró, entre dientes.
Dio un paso atrás y casi pisó a Winchester. El perro parecía tener la intención de saltar dentro del coche para reanimar al conductor.
—Apártate, amigo —ordenó Kayla, temiendo pisar una de sus patas sanas. El perro obedeció con desgana.
Kayla frunció el ceño. El airbag no se estaba desinflando. Tras, posiblemente, haberle salvado la vida, en ese momento podía estar asfixiándolo.
Empujó el airbag, pero no cedió. Lo golpeó con el lateral de la mano, esperando que la enorme almohada color crema se deshinchara.
No lo hizo.
Desesperada, rebuscó en los bolsillos. Por la mañana, cuando se vestía, siempre metía el teléfono móvil en el bolsillo, junto con la vieja navaja suiza que una vez había sido la posesión más preciada de su padre.
Sonrió con alivio cuando sus dedos rozaron el pequeño y familiar objeto. La sacó del bolsillo y con la hoja más grande pinchó la bolsa, que se desinfló rápida y ruidosamente.
En cuanto estuvo plana, la cabeza del desconocido cayó hacia delante, golpeando el volante. Era obvio que seguía inconsciente, o eso esperaba. La otra alternativa era horrible.
Kayla puso los dedos en su cuello y encontró pulso.
—Ha tenido suerte —masculló.
El siguiente paso era sacarlo del coche. Había visto accidentes en los que el vehículo quedaba tan destrozado que tenían que intervenir los bomberos. Por suerte, no era el caso. Dadas las circunstancias, el conductor había sido increíblemente afortunado. Se preguntó si habría estado bebiendo. Lo olisqueó y no captó el más mínimo olor a alcohol.
Debía de ser otro californiano que no sabía conducir en la lluvia. Se inclinó sobre él para intentar soltarle el cinturón. Tuvo la sensación de que se movía.
Hacía mucho tiempo que no estaba tan cerca de un hombre.
—¿Nos… conocemos?
Kayla tragó aire y se apartó, golpeándose la cabeza con el techo del coche.
—Está despierto —declaró con alivio.
—O… tú eres… un sueño —murmuró Alain con vez débil. Su voz le sonó aguda y distante. Le pesaban los párpados tanto como una tonelada de carbón. Insistían en cerrarse.
Se preguntó si estaba alucinando. Oía ladridos. Tal vez fueran perros demoníacos y él estuviera en el infierno.
Alain intentó concentrarse en la mujer que tenía ante él. Llegó a la conclusión de que deliraba. No había otra explicación para estar viendo a un ángel pelirrojo con impermeable.
Kayla miró al desconocido fijamente. Le salía sangre de un gran corte en la frente, justo encima de la ceja derecha, y los ojos se le iban hacia arriba. Daba la sensación de que volvería a perder el conocimiento de un momento a otro. Pasó un brazo por su cintura, aún intentando encontrar el botón que soltaba el cinturón de seguridad.
—Indudable… un sueño —jadeó Alain, al sentir sus dedos en el muslo. Si hubiera sabido que el infierno estaba poblado por criaturas como ella, se habría ofrecido voluntario mucho tiempo antes.
Ella encontró el botón, lo pulsó y apartó el cinturón. Miró su rostro. Tenía los ojos cerrados.
—No, no te desmayes —suplicó. Llevar al desconocido hasta su casa sería imposible si estaba inconsciente. Era fuerte, pero no tanto—. Sigue conmigo. Por favor —le urgió.
Para su alivio, él abrió los ojos de nuevo.
—Es… la mejor oferta… del día —consiguió decir, con una mueca dolorida.
—Fantástico —murmuró ella—. De todos los hombres que podrían estrellarse contra mi árbol, me ha tenido que tocar un donjuán.
Pasó las manos por sus costillas y consiguió más muecas de dolor. Pensó, con desmayo, que debía de tener alguna costilla rota o magullada.
—Bueno, aguanta un poco —le dijo, moviendo su torso y sus piernas de modo que estuviera mirando hacia fuera del vehículo. Con un esfuerzo, puso el brazo bajo su hombro y le agarró la muñeca.
—No deberías… poner tus árboles… donde la gente pueda… chocar con ellos —farfulló él contra su oreja, aún con los ojos cerrados.
Kayla intentó controlar el escalofrío que le provocó sentir su aliento. Apretó los dientes para prepararse para el esfuerzo que iba a hacer.
—Lo tendré en mente —dijo. Separó los pies e intentó alzarse tirando de él. Notó cómo él se hundía—. A ver si colaboras conmigo —farfulló. Le pareció oír una risita.
—¿Qué… colaboración… tenías en mente?
—Desde luego, no la que tienes tú —le aseguró. Inspiró profundamente y se enderezó. El hombre a quien intentaba rescatar era un peso muerto.
Rodeó su cintura con el brazo y se concentró en emprender el largo camino por el jardín hasta la puerta de su casa.
—Perdona… —la palabra se perdió en el viento. Un momento después su significado quedó claro: el hombre se había desmayado.
—No, no, espera —suplicó Kayla con frenesí.
Él se derrumbó como una tonelada de ladrillos. Casi la arrastró en su caída, pero en el último instante lo soltó. Frustrada, miró al rubio y guapo desconocido. Si estaba inconsciente, no podría con él. Miró hacia su casa. Tan cerca y, sin embargo, tan lejos.
Kayla se mordió el labio inferior y pensó un momento, mientras los perros rodeaban al desconocido. Entonces se le ocurrió una idea desesperada.
—Hay muchas formas de matar a un gato —dijo.
Taylor ladró con entusiasmo y Kayla no pudo evitar una sonrisa.
—Eso te gustaría, ¿eh? Bueno, chicos —les dijo a todos, como si fueran sus ayudantes—. Vigiladlo. Volveré enseguida.
Los perros parecieron entender cada palabra. Kayla creía que los animales entendían lo que se les decía, siempre y cuando uno tuviera la paciencia de adiestrarlos desde que llegaban a casa. Igual que a los bebés.
—Lona, lona, ¿qué hice con esa lona? —canturreó, corriendo hacia la casa. Recordaba haber comprado más de diez metros el año anterior, de color rojo. Le había sobrado un trozo bastante grande y tenía que estar por ahí.
Cruzó la cocina y fue al garaje, buscando. La lona estaba doblada y colocada en un rincón. Kayla la agarró y volvió sobre sus pasos.
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