Название: El origen de la vida
Автор: Alexander Ivánovich Oparin
Издательство: Bookwire
Жанр: Математика
Серия: Básica de Bolsillo
isbn: 9788446050001
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Está claro que esa «explicación» no explica nada en absoluto. Lo que distingue a todos los seres vivos sin excepción es que su organización interna se halla extraordinariamente adaptada, podríamos decir que perfectamente adaptada al cumplimiento de determinadas funciones vitales: la alimentación, la respiración, el crecimiento y la multiplicación en las condiciones de existencia dadas: ¿Cómo ha podido surgir, mediante un acto puramente casual, esa adaptación interna, tan característica para todas las formas vivas, incluso para las más elementales?
Los que mantienen ese punto de vista niegan en forma anticientífica la regularidad del proceso que da origen a la vida; consideran que este acontecimiento, el más importante de la vida de nuestro planeta, es puramente casual, y, en consecuencia, no pueden darnos ninguna respuesta a la pregunta planteada, cayendo inevitablemente en las concepciones más idealistas y místicas, que afirman la existencia de una voluntad creadora primitiva de origen divino y de un plan determinado de creación de la vida.
Así, en el libro de Shrodinger, ¿Qué es la vida desde el punto de vista físico?, publicado recientemente; en el libro del biólogo norteamericano Alexander, La vida, su naturaleza y su origen, y en otras varias obras de autores extranjeros, se afirma claramente que la vida sólo pudo surgir a consecuencia de la voluntad creadora de Dios. El mendelismo-morganismo se esfuerza por desarmar en el terreno ideológico a los biólogos que luchan contra el idealismo, tratando de demostrar que el problema del origen de la vida –el más importante de los problemas ideológicos– no puede ser resuelto si se mantiene una posición materialista.
Sin embargo, esa afirmación es totalmente falsa y se puede refutar con facilidad si abordamos el problema que nos ocupa manteniendo el punto de vista de la única filosofía acertada y científica: el materialismo dialéctico.
Según el materialismo dialéctico, la vida es de naturaleza material. Sin embargo, la vida no es una propiedad inherente a toda la materia en general. Al contrario, la vida sólo es inherente a los seres vivos, careciendo de ella los objetos y materiales del mundo inorgánico. La vida es una forma especial del movimiento de la materia. Pero esta forma no ha existido eternamente ni está separada de la materia inorgánica por un abismo infranqueable, sino que, por el contrario, surgió de esa misma materia, en el proceso del desarrollo del mundo, como una nueva cualidad.
El materialismo dialéctico nos enseña que la materia nunca permanece en reposo, sino que se mueve constantemente, se desarrolla, y en su desarrollo se eleva a peldaños cada vez más altos, adquiriendo formas de movimiento cada vez más complejas y más perfectas. Al elevarse de un peldaño inferior a otro superior, la materia adquiere nuevas cualidades, que antes no tenía. La vida es, pues, una nueva cualidad, que surge como una etapa determinada, como determinado peldaño del desarrollo histórico de la materia. Por lo expuesto se ve claramente que el camino fundamental que nos conduce con seguridad a la solución de problema del origen de la vida es el estudio del desarrollo histórico de la materia, de ese desarrollo que condujo a la aparición de una nueva cualidad, a la aparición de la vida.
Ahora bien, la vida no surgió de golpe, como trataban de demostrar los partidarios de la generación espontánea y repentina. Hasta los seres vivos más simples tienen una estructura tan compleja que no pudieron surgir de golpe, pero sí pudieron y debieron formarse mediante transformaciones sucesivas y sumamente prolongadas de las sustancias que los integran. Estas transformaciones se produjeron hace mucho tiempo, cuando la Tierra todavía se estaba formando y en los periodos iniciales de su existencia. De aquí que para resolver acertadamente el problema del origen de la vida haya que recurrir al estudio de esas transformaciones, a la historia de la formación y del desarrollo de nuestro planeta.
En las obras de Lenin hallamos una idea muy profunda acerca del origen evolutivo de la vida. «Las ciencias naturales –decía Lenin– afirman positivamente que la Tierra existió en un estado tal que ni el hombre ni ningún otro ser viviente la habitaban ni podían habitarla. La materia orgánica es un fenómeno posterior, fruto de un desarrollo muy prolongado»[2].
A principios del siglo, al exponer en su obra ¿Anarquismo o socialismo? los fundamentos de la teoría materialista, Stalin señaló muy concretamente que el origen de la vida había seguido un camino evolutivo. «Nosotros sabemos, por ejemplo –decía Stalin–, que en un tiempo la Tierra era una masa ígnea incandescente; después se fue enfriando poco a poco, más tarde aparecieron los vegetales y los animales, al desarrollo del mundo animal sucedió la aparición de una determinada variedad de monos, y luego, a todo ello, siguió la aparición del hombre. Así se ha operado, en líneas generales, el desarrollo de la naturaleza»[3].
Merece destacarse el hecho de que el camino evolutivo fue señalado por J. Stalin en una época en que todavía no había sido publicada la Dialéctica de la naturaleza de Engels y cuando en el problema del origen de la vida dominaba entre los naturalistas (incluso entre los avanzados) el principio mecanicista. Es tan sólo en el segundo decenio del siglo XX cuando la aplicación del principio evolutivo al estudio del problema que nos ocupa comienza a adquirir gran desarrollo en las ciencias naturales. A este respecto podemos citar, en particular, la opinión de nuestro célebre compatriota K. Timiriazev. En su artículo «De los anales científicos de 1912», y refiriéndose al problema del origen de la vida, dice: «[…] nos vemos obligados a admitir que la materia viva ha seguido el mismo camino que los demás procesos materiales, es decir, el camino de la evolución. La hipótesis de la evolución, que ahora se extiende no sólo a la biología, sino también a las demás ciencias de la naturaleza –a la astronomía, a la geología, a la química y a la física– nos persuade de que este proceso también se produjo probablemente al verificarse el paso del mundo inorgánico al orgánico».
Entre los trabajos aparecidos en la Unión Soviética, merece destacarse especialmente el libro del académico V. Komarov, Origen de las plantas. Komarov analiza y rechaza la teoría de la eternidad de la vida y la suposición de que los seres vivos llegaron a la Tierra procedentes de los espacios interplanetarios, y añade: «La única teoría científica es la teoría bioquímica del origen de la vida, el profundo convencimiento de que su aparición no fue sino una de las etapas sucesivas de la evolución general de la materia, de esa complicación cada vez mayor de la larga serie de compuestos carbonados del nitrógeno».
En nuestros días, el principio del desarrollo evolutivo de la materia es aceptado ya por muchos naturalistas, no sólo en la Unión Soviética, sino también en otros países. Aunque la mayoría de los investigadores de los países capitalistas únicamente hace extensivo este principio al periodo de la evolución de la materia que precede a la aparición de los seres vivos. Pero cuando se trata de esta etapa, la más importante de la historia del desarrollo de la materia, estos investigadores se deslizan inevitablemente hacia las viejas posiciones mecanicistas, invocan la «feliz casualidad» o buscan la explicación en inescrutables fuerzas físicas.
En el problema del origen de la vida, las modernas ciencias naturales tienen planteada la tarea de trazar un cuadro acertado de la evolución sucesiva de la materia que ha conducido a la aparición de los primitivos seres vivos, de analizar, sobre la base de los datos proporcionados por la ciencia, las distintas etapas del desarrollo histórico de la materia y descubrir las leyes que han ido surgiendo sucesivamente en el proceso de la evolución y que han determinado el devenir de la vida.
[1] V. I. Lenin, Cuadernos filosóficos, Editorial del Estado de Literatura Política, 1947, p. 304.
[2] V. I. Lenin, Materialismo y empiriocriticismo, Moscú, 1948, p. 71. Ed. en español.