La Sombra de Anibal. Pedro Ángel Fernández de la Vega
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Название: La Sombra de Anibal

Автор: Pedro Ángel Fernández de la Vega

Издательство: Bookwire

Жанр: Документальная литература

Серия: Historia

isbn: 9788432320064

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СКАЧАТЬ derrotas, las primeras de una larga guerra: en Tesino, Publio Cornelio Escipión –padre– no solo fracasa militarmente, sino que además no puede evitar que Aníbal sume a sus efectivos recién llegados a Italia, varias decenas de miles de aliados noritálicos –galos y ligures– en abierta oposición a Roma; en Trebia, el otro cónsul, Tiberio Sempronio Longo, asiste a la masacre de su ejército, cuyos legionarios, mojados y ateridos por el frío, perecen abatidos, aplastados por los elefantes, o ahogados al intentar huir aprovechando la corriente del río. Aníbal avanza hacia Etruria. Se acerca a Roma.

      El momento es horrible. Roma afronta de manera incesante prodigios adversos que inspiran funestos presagios, pero Tito Livio, los asocia a otro hecho no menos inquietante según una lectura, políticamente tergiversada, de toda esta situación: la toma de posesión el 15 de marzo del 217 del cónsul Cayo Flaminio a quien tienen «ojeriza los senadores» (21, 63, 3). Y por si hubiera dudas, el historiador insiste, indicando que el alto magistrado, uno de los dos jefes políticos y militares del nuevo año consular, cuenta «con la enemistad de la nobleza y la simpatía de la plebe», por lo que, a pesar de todo, el apoyo popular le granjea «como consecuencia, su segundo consulado» (21, 63, 4). De un lado, del de la nobilitas, la clase política de Roma en la que se integran tanto patricios como plebeyos que han hecho carrera política, regida por los senadores –los patres–, Flaminio es objeto de invidiam. Del otro, Flaminio cuenta con el favor de la plebs, la masa en la que se integran tanto los ciudadanos votantes –el populus– como el contingente social multiforme que puebla Roma: provinciales, latinos, itálicos e individuos de la más diversa extracción social, entre ellos libertos y esclavos. Y no hay que olvidar en este contexto dual, que el propio Flaminio es ya senador. Se trata de un político alternativo obviamente, un populista a ojos de sus rivales senatoriales. No hay dudas al respecto para los escritores antiguos: Polibio lo definirá como el «tipo de líder popular que no sueña más que con complacer a las masas» (3, 80, 3; también 2, 21, 8).

      Un líder de masas acaba de acceder al poder máximo por segunda vez, apelando a su crédito electoral con promesas que seguramente fijan un objetivo: el fin de la guerra, la derrota de Aníbal, lo que la plebe quiere oír y que la nobilitas con toda probabilidad habrá tildado de oportunismo demagógico, sin lograr mantener bajo control el timón electoral en un momento crítico. Y ahora, tras vencer en las elecciones, Cayo Flaminio podría alzarse con una victoria clamorosa… o verse arrastrado a un nuevo, y quizá fatal, desastre militar a manos cartaginesas. La atmósfera ominosa que se vive y en la que Roma no ahorra expiaciones, sacrificios y rituales por propiciar la voluntad de los dioses a su favor, se tiñe así de un inquietante populismo que ha movilizado al populus en apoyo de un candidato plebeyo, más sensible y próximo a las inquietudes de la población y de los votantes. ¿Cómo se había forjado este liderazgo? ¿Debe verse en esta semblanza que ofrecen Livio y Plutarco solo la animadversión de una línea de pensamiento político aristocrático y senatorial hacia Flaminio, o responde a una realidad dual?

      UN NOVUS HOMO REFORMADOR

      Desde las leyes Liciniae Sextiae del año 367, que limitaron a 500 yugadas las tierras del ager publicus que podía ocupar y explotar un ciudadano y establecían que uno de los cónsules fuera plebeyo, las mayores reivindicaciones plebeyas habían quedado satisfechas. El camino recorrido después, observado con perspectiva histórica, había ido adormeciendo el espíritu reivindicativo popular en el sopor acomodaticio en que se instaló la elite plebeya, la más combativa en su momento, tras lograr ingresar en la capa dirigente que dio forma a la nueva nobilitas patricio-plebeya. Los cónsules anuales se reclutaban de manera habitual en el seno de esa clase política. Por ello volvía a sorprender cuando de repente prosperaban advenedizos, «hombres nuevos», políticos plebeyos que no formaban parte de las familias nobles. En los años de la primera guerra púnica, ocurrió que dos hermanos, Cneo y Quinto Lutacio Catulo accedieron al consulado consecutivamente en los años 242 y 241, y escasos años más tarde, en el 233, llegaría también M. Pomponio Mato (Brunt, 1982; Beck, 2005: 246). Entre el año 243 en que se designó a C. Fundanio y el 216 en que accedió al consulado M. Terencio Varrón, llegaron al consulado doce «hombres nuevos», una proporción absolutamente desacostumbrada, una anormal inflación de caballeros sin precedentes familiares memorables en la carrera política (Bleicken, 1968: 35). Cayo Flaminio fue uno de ellos. De partida, por tanto, emergía marcado por la etiqueta del arribismo político.

      Desempeñó su primera magistratura –al menos la primera de la que se tiene constancia– como tribuno de la plebe. Se acepta generalmente que fue elegido a tal efecto en el año 232, siguiendo la versión de Polibio (2, 21, 7). La noticia misma emana de una medida que Flaminio sometió a aprobación por plebiscito en la asamblea popular, y que lo posicionó desde el primer momento en una línea de defensa ardiente, pero polémica, de los intereses de la plebe, en concreto de los ciudadanos romanos sin recursos: propuso un reparto de las tierras del ager Gallicus Picenus, terrenos de cultivo confiscados por el Estado en la zona nordeste de Italia, cerca de Rímini, y que llevaban casi cincuenta años en poder de Roma. Se trataría de un reparto viritano, de lotes de tierra en pleno campo, sin crear un núcleo de población colonial, que se asignaban en nueva titularidad a ciudadanos romanos humildes para establecerse. Esto podía entrar en colisión con las expectativas de negocio que la aristocracia senatorial depositaba de manera habitual en la ocupación del ager publicus del Estado, aunque en realidad no se conoce si esas tierras estaban improductivas, abandonadas en un territorio de frontera, o más probablemente controladas por los senadores de Roma y explotadas por sus habitantes originarios, los senones, aunque la titularidad fuera pública (Cassola, 1968: 93; Roselaar, 2010: 57; Rosenstein, 2004; 2012: 71). Se corría el riesgo de que la nueva ocupación del terrazgo por parte de ciudadanos romanos fuera sentida como una provocación desestabilizadora por parte de los boyos, una tribu de pueblos galos fronterizos que habían comenzado a mostrar agitación desde el 238. De hecho, la medida de Flaminio era ambivalente, poco desinteresada: ofrecía tierras a colonos, pero los convertía en peones para la defensa pasiva de un territorio militarmente inestable.

      LA REACCIÓN SENATORIAL CONTRA FLAMINIO

      Sobre este plebiscito reformador para el reparto gratuito de tierras propuesto por Flaminio, los escritores latinos coinciden en un aspecto: el orden senatorial reaccionó decididamente en contra. Livio aludirá a sus «enfrentamientos con los senadores, los que había tenido como tribuno de la plebe» (21, 63, 2). Al referirse a esta ley, denominada lex Flaminia (de agro Gallico et Piceno viritim dividendo), Valerio Máximo hablará de una auténtica ofensiva contra Flaminio, quien, a pesar de todo, se empeñó en promover el plebiscito «en contra de la voluntad del senado. Se resistió a los ruegos y amenazas de los senadores y no se dejó intimidar ni siquiera por un ejército formado contra él si persistía en la misma opinión» (5, 4, 5).

      La escalada de la tensión política se adivina desacostumbrada, vivida con la máxima ansiedad, a juzgar por la intervención del ejército, y sobre todo porque las versiones no coinciden. Valerio Máximo lo recoge como uno de sus Hechos y dichos memorables, en un relato que se cierra de este modo: «cuando ya se hallaba [Flaminio] en la tribuna de las arengas a iba a dar lectura a la ley, su padre le puso la mano encima. Entonces, vencido por este acto de autoridad de su padre, hombre sin cargo alguno, descendió de la tribuna, sin que el pueblo le hiciera reproches, a causa de la frustrada asamblea, sin el más mínimo murmullo de desaprobación» (5, 4, 5). El pasaje está revestido del valor de un exemplum con toda la carga retórica de la dramatización y permite evocar a Flaminio en el foro, sobre la tribuna de los rostra, a punto de dirigirse a la plebe y cediendo en último extremo, en un memorable acto de piedad y obediencia filiopaternal. El relato, en cambio, se adivina más teatral y moral que real. No es verosímil este desenlace, que en parte versiona Cicerón (De la invención 2, 17, 52), porque a juzgar por las restantes informaciones sobre lo ocurrido, la ley se aprobó. La gravedad de la situación y la elevada temperatura política, así como la derrota senatorial, han forjado quizá esa versión impostora.

      Polibio sitúa lo ocurrido en el año 232, coincidiendo con el consulado de M. Emilio Lépido. Sin embargo, Cicerón lo ubica en el consulado de Quinto Fabio Máximo que desempeñó con СКАЧАТЬ