El latido que nos hizo eternos. Mita Marco
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Название: El latido que nos hizo eternos

Автор: Mita Marco

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: HQÑ

isbn: 9788413750088

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      —¿Dando una vuelta? ¿Escondido en un matorral?

      —Se me había caído algo al suelo, ¿vale? —dijo con aversión.

      —¡A mí no me engañas, obrerucho! —respondió señalándolo con el dedo—. ¡Me estabas espiando!

      Una carcajada escapó de la boca de Oliver al escuchar aquello.

      —¿Yo, a ti? —Negó con la cabeza—. Creo que sueñas.

      —Me estabas mirando escondido entre esos matojos. —Se apartó el pelo de la cara y lo observó con altivez—. Mira, no tienes que fingir, ya sé la verdad. Pero no va a poder ser, ¿sabes? Yo no salgo con jornaleros, lo siento.

      Oliver puso los ojos en blanco y suspiró por lo tonta que era esa mujer.

      —¿En serio? ¿De verdad piensas que me gustas? ¡Despierta, guapita, porque lo único que quiero de ti es perderte de vista! —escupió con hostilidad.

      Amanda lo fulminó con la mirada. Nadie, jamás en la vida, le había dicho algo así. ¡Ella gustaba a todos los hombres!

      —¿Qué dices? Pero si se te nota —insistió—. Desde que me viste no has parado de pensar en mí, y te han podido las ganas de verme.

      —Yo creo que tanto sol te afecta al cerebro. —Se acercó a su lado y cuando los separaban escasos centímetros, le susurró—: Antes prefiero cortejar a un muflón.

      Amanda gritó por la rabia.

      —¡Pues mejor! ¡Porque jamás en la vida hubiese salido contigo, jornalero, muerto de hambre!

      —¿No conoces más insultos? —preguntó con odio.

      —¡Sí! —No sabía qué decir y eso la enfadaba todavía más—. Y… y… ¡Aféitate! ¡A ver si te crees que eres un leñador!

      Oliver se carcajeó al escucharla. Ya no recordaba cuánto tiempo hacía desde la última vez que rio de verdad.

      Amanda miró hacia todos lados, intentado encontrar más argumentos para poder cargar contra él. Había herido su orgullo.

      —¡Vete de aquí! ¡Esta parte de la finca es privada! ¡Los jornaleros no pueden estar en este lugar!

      Oliver sonrió con malicia y le hizo una pequeña reverencia antes de darse la vuelta y empezar a caminar hasta su lugar de trabajo.

      —¡Estúpido, obrerucho, jornalero! —continuó gritando mientras él se iba.

      Cuando lo perdió de vista, cogió una piedra y la lanzó todo lo lejos que pudo. Estaba muy enfadada. Jamás en su vida la habían humillado así. ¡Ella gustaba a todo el mundo! Con el orgullo herido, y muy cabreada, tomó camino hacia la casa. El diario tendría que esperar. En esos momentos solo tenía ganas de despellejar a cierto jornalero barbudo.

      A pesar de lo cabreada que llegó a la casa, cuando vio a Alberto esperándola para cenar el enfado se esfumó. Le apetecía hablar un rato con él. Al menos, esa sí que sería una conversación agradable; hablaría con alguien inteligente, y no con un don nadie que se creía el no va más.

      ¿Que no le gustaba? ¡Bah, eso no había quién se lo creyese!

      Rememoró su cara. Pues él tampoco era gran cosa. Había visto millones de chicos mejores que ese. Alto, delgado y con una barba mal cuidada.

      Bueno, debía de admitir que tenía unos ojos muy bonitos… y unas facciones bastante agradables… ¡Y una nariz perfecta! ¡Mierda, ese tío era muy guapo! ¡Era el puñetero dios de los leñadores! ¡Lo tenía que admitir aunque no quisiera! Eso sí, su personalidad era inaguantable. No había conocido a nadie más estúpido que él en la vida. No obstante, no sabía lo que tenía ese jornalero que… ¡le gustaba, maldita sea!

      El sonido de unas pisadas le hizo olvidar aquel altercado. Al girar la cabeza volvió a encontrarse con la mujer del rostro amoratado. Llevaba un trapo en la mano y se disponía a limpiar la mesilla auxiliar del salón.

      —Fayna —dijo Alberto, que cenaba frente a Amanda, llamando su atención—. Deja eso para mañana, puedes ir a descansar.

      Ella asintió con mucha rapidez, como si le diese vergüenza hacerlo, y se retiró por el pasillo que llevaba a las habitaciones de los internos.

      Amanda se quedó observándola hasta que la perdió de vista. Alzó la mirada hacia su hermano y mesó su cabello castaño.

      —¿Quién es?

      Alberto dejó el tenedor sobre el plato.

      —La mujer de un jornalero. Bueno, un antiguo jornalero —rectificó.

      —¿Qué le ha pasado en la cara?

      —Ese desgraciado le pegaba. La encontramos tirada en el suelo mientras la golpeaba.

      Ella asintió sin decir ni una palabra y continuó con su cena. Jamás había conocido a nadie que hubiese sido víctima de un maltrato. Amanda había tenido una vida fácil, cómoda y segura. No sabía de qué forma actuar ante esas situaciones. Aun así, sentía pena por ella. Ninguna persona merecía ser golpeada, y todavía menos por la persona que decía amarla. Se llevó el tenedor a la boca y masticó con lentitud.

      —Alberto. —Ambos alzaron la vista ante la llamada de Dolores—. Hay una mujer en la puerta que dice que es amiga de su hermana.

      —Déjala pasar.

      Amanda se levantó de su asiento y fue al encuentro de Inma, que entró en el salón con los ojos hinchados de tanto llorar.

      —Ay, Amanda —gimoteó mientras se abrazaban—. ¿Por qué me pasa esto a mí?

      —No te preocupes, ahora vais a estar bien, el bebé y tú —la consoló acariciando su barriguita, la cual ya empezaba a asomar con sus tres meses de gestación.

      Inma miró a Alberto con una sonrisa tímida.

      —Gracias por aceptarme en tu casa, no sé cómo voy a poder pagártelo. —Se enjugó las lágrimas—. Si no fuese por ti, estaría viviendo en la calle.

      Él se levantó y fue junto a ellas. Conocía a la amiga de su hermana desde que era una cría. Sabía que, al igual que Amanda, le gustaba la vida fácil y relajada, que jamás se había preocupado por estudiar o buscar un trabajo. No obstante, no podía dejarla abandonada a su suerte.

      —No te preocupes ahora por eso. —Le dio unas palmaditas en el hombro—. Ya encontraremos algo en lo que puedas trabajar cuando tengas al bebé.

      Inma asintió. Quizá, en el pasado, la palabra trabajo hubiese sido como nombrar algún tipo de veneno. Sin embargo, saber que dentro de ella había una personita, le hizo abrir los ojos. Ese bebé no se merecía una madre irresponsable, e Inma iba a hacer todo lo que estuviese en su mano para poder sacarlo adelante y tuviese una vida feliz.

      —Amanda —dijo Alberto—, enséñale su habitación.

      Ella asintió y cogió la mano de su amiga. Subieron las СКАЧАТЬ