Compadre Lobo. [Gustavo Sainz
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Название: Compadre Lobo

Автор: [Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786077640141

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СКАЧАТЬ chingados sale ¿no?

      —¿Cómo nos vamos a organizar?

      —¿A quién subimos?

      Cada uno engañaba a los demás y se engañaba sobre ellos.

      —El pinche Lobo es el más ligero.

      —Para que se le quite lo distraído…

      Lobo no entendía nada, pero estaba dispuesto a creer que lo sabía todo ya que disponía de la complicidad de la noche, en la que supuestamente sólo bastaría integrarse…

      —Ándale, buey, y no te quiebres ¿eh?

      Lo empujaban incitándolo a subir a la azotea, lo izaban y él creía que lo ayudaban finalmente a incorporarse a la noche. Poblaría el mundo con su cuerpo inaccesible, nos abrazaría a todos durante horas y horas. Arriba de la pirámide humana pidió un último trago y miró la calle deformada a través de la botella… Paradójicamente cobró más importancia que la anhelada oscuridad: parecía sacarlos de la noche, insertarlos en el texto social, comprometerlos con la realidad… Sintió el aire caliente que ascendía de la hoguera… Estaba bañado en sudor cuando se abrieron las fauces nocturnas y cayó entre pollos alharaquientos y gallinas puntiagudas…

      —Órale, pinche Lobo, apúrate…

      Le pareció oír voces que le hablaban desde la Vía Láctea.

      —Asústalos para acá…

      No entendía si los pollos lo correteaban a él o si eran engendros de su imaginación exaltada. ¿O era el futuro que parecía tomar cuerpo en esos monstruos chillones e insaciables, blandos y agudos?

      —Échalos para abajo, manito.

      Todo era batir de alas y plumas dispersas. Atrapaba uno y los otros, innumerables y ruidosos, brincaban o revoloteaban alrededor hasta sofocarlo. Había dado el salto a una noche esencialmente impura, situación rara y peligrosa contra la que se sentía inclinado a reaccionar. Tropezaba constantemente y los pollos lo arañaban. ¿Qué infierno era ése? Si no escapaba perdería su bienestar, sus placeres, esa náusea casi feliz…

      —Ya bájate —gritaba el Ganso, entre aullidos de júbilo.

      Un pollo maltratado había volado hasta la calle.

      —Éste es el gallito inglés, mírenlo con disimulo… —Era la voz del Ganso—. Quítenle el pico y los pies…

      —Órale… —los muchachos hacían una escalera montándose uno sobre otro, entre pujidos y risotadas.

      Lobo se acercó a la orilla de la azotea, se sentó en el pretil y vio entre brumas cómo se derrumbaba la columna de amigos.

      —Mejor me voy a jetear un rato aquí —bostezó.

      —¡No seas buey!

      —Bájate…

      —No seas mamón…

      —¡Te vas a caer!

      —No, no me caigo —suplicó—. Aquí aguanto bien.

      —Voy a subir por ti y te voy a bajar a chingadazos…

      —Déjenme dormir —lloriqueaba.

      —Bájate, no seas pendejo…

      Hicieron la escalera otra vez. Deben haber sido tres o cuatro metros, pero para Lobo era una distancia imposible de precisar —como la que hay entre quienes leen esta página y yo, que la escribo—, una distancia que de pronto ingresó en la esfera misma de su obsesión nocturna, de manera que se dejó caer sobre los muchachos como si fuera al encuentro del espacio interestelar…

      El penetrante silbido del ferrocarril de Cuernavaca ahogó el impacto de su caída, pero no las mentadas de madre ni los golpes que le propinaron por todas partes.

      —Ya déjenlo…

      Lo arrastraron hasta aproximarlo a la hoguera que se movía con desplazamientos de amibas y mariposas.

      —¿Qué pasó con el pinche pollo?

      —Pues hay que cocinarlo…

      —¿Cómo?

      —Pues así nada más…

      —No, chinga a tu madre, ¿quién se va a comer eso?

      —Pues a ver a qué sabe, buey.

      —Bueno, pues pélenlo…

      —¿Cómo lo vamos a pelar?… Primero hay que hervirlo, no sean pendejos…

      —Hay que echarle agua caliente…

      Lobo oía esas voces sin abrir los ojos. Por instinto, pensó, seguramente había alcanzado a recoger la cabeza. La tenía en su lugar, podía pensar, pero le dolía la espalda. Volvió a oírse el silbato del ferrocarril, pero ya muy lejos.

      —¿Qué pasó? Vamos a tatemarlo…

      —Espérate, buey, hay que sacarle lo de adentro…

      —No, pues que sea el relleno…

      —¿Y la cabeza?

      —No, pues ésa sí se la quitamos ¿no?

      —¿Cómo?

      —Préstamelo…

      —Pues órale ¿no?

      —¡Dale vueltas!

      —Acérquenlo a la lumbre…

      ¿Era su embriaguez la que creaba esa escena? No podía desaparecer ni en la noche ni en el alcohol y por eso estaba allí, abandonado como un perro, arrojado estúpidamente a un lado de la hoguera…

      —Huele a quemado.

      —Nomás se está quemando de un lado…

      La desgracia instaura disimilitudes increíbles, pensó, y luego se habla de la igualdad en la desgracia… Una igualdad sin nada igual.

      —Pues todavía está cruda la carne…

      —A ver, déjame a mí, nomás lo estás chamuscando…

      Se esforzaba denodadamente por intervenir y sólo emitía débiles quejidos. Para no verlos necesitaba hablar, increparlos, reír de sus afanes y sus palabras. Hablar lo desviaría también de los fantasmas que lo acechaban desde las llamas. ¿Y si cantara? Cantar liberaría sus pensamientos de esos dolores que le oprimían la espalda y los brazos…

      —A ver, dale una mordida…

      Era la jeta enorme de Sarro atrás del pollo casi vivo atravesado por una vara.

      Lobo trató de incorporarse.

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