Название: La divina comedia
Автор: Dante Alighieri
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788418631351
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Cosi al vento nelle foglie lievi Si perdea la sentenzia di Sibilla.
Este concepto comprende todo lo que se puede saber y toda la historia; no sólo construye y desarrolla el mundo dantesco sino que lo halláis siempre vivo en el camino intelectual e histórico de la vida, bajo todas las formas, en todos los problemas que se presentan al poeta, en religión, en filosofía, en política, en moral; y así se concreta y cumple en todas las direcciones de la vida. En religión, es el camino de la letra al espíritu, del símbolo a la idea, del Viejo al Nuevo Testamento; en la ciencia, el tránsito de la ignorancia y del error a la religión y de la razón a la revelación; en moral, el paso del mal al bien, del odio al amor mediante la expiación; en política, la senda que conduce de la anarquía a la unidad. Sometido a las condiciones de espacio y de tiempo, vuélvese historia; tal hombre, tal pueblo, tal siglo. En religión, está ante la Iglesia Romana, ante el papado, que el poeta quiere emancipar de los intereses y pasiones terrenales y retornar a su fin espiritual; en filosofía, encuentra la ciencia vulgar y la ciencia de la verdad en el paraíso; en moral, os halláis delante de las pasiones, las discordias, las culpas y los vicios de la edad bárbara de la cual os sentís poco a poco alejados en vuestro camino hacia el sumo bien; en política, es la Italia anárquica y ensangrentada que el poeta aspira a traer a la paz y concordia en la unidad del imperio. De este modo un mismo concepto anima el todo, en la forma, en el pensamiento y en la historia. Pero comprensión más vasta y concorde no había salido jamás de mente humana. Algunos encuentran en la Comedia el otro mundo, considerando lo demás como una intrusión, casi como una profanación; Edgard Quinet se siente choqué de ver como las pasiones del poeta le siguen hasta el paraíso; otros descubren en él un mundo político que no es más que una representación figurada. Llaman a este poema religioso o político, didascálico o moral; lo reducen a querellas de católicos y protestantes, a disputas de güelfos y gibelinos. No miran desde la cumbre del monte sino desde la llanura y toman por el todo lo que encuentran en la línea recta del camino. Cada uno se forja un pequeño mundo y dice: este es el mundo de Dante. Y el mundo de Dante contiene en sí todos esos mundos. Es el mundo universal de la edad media realizado en el arte.
FRANCESCO DE SANCTIS.
(Tomado de la STORIA DELLA LETTERATURA ITALIANA,
Volume I.)
INFIERNO
CANTO PRIMERO
La mitad del viaje de nuestra vida me encontré en una selva obscura, por haberme apartado del camino recto. ¡Ah! Cuán penoso me sería decir lo salvaje, áspera y espesa que era esta selva, cuyo recuerdo renueva mi pavor, pavor tan amargo, que la muerte no lo es tanto. Pero antes de hablar del bien que allí encontré, revelaré las demás cosas que he visto. No sé decir
fijamente cómo entré allí; tan adormecido estaba cuando abandoné el verdadero camino. Pero al llegar al pie de una cuesta, donde terminaba el valle que me había llenado de miedo el corazón, miré hacia arriba, y vi su cima revestida ya de los rayos del planeta que nos guía con seguridad por todos los senderos. Entonces se calmó algún tanto el miedo que había permanecido en el lago de mi corazón durante la noche que pasé con tanta angustia; y del mismo modo que aquel que, saliendo anhelante fuera del piélago, al llegar a la playa, se vuelve hacia las ondas peligrosas y las contempla, así mi espíritu, fugitivo aún, se volvió hacia atrás para mirar el lugar de que no salió nunca nadie vivo. Después de haber dado algún reposo a mi fatigado cuerpo, continué subiendo por la solitaria playa, procurando afirmar siempre aquel de mis pies que estuviera más bajo. Al principio de la cuesta, aparecióseme una pantera ágil, de rápidos movimientos y cubierta de manchada piel. No se separaba de mi vista, sino que interceptaba de tal modo mi camino, que me volví muchas veces para retroceder. Era a tiempo que apuntaba el día, y el sol subía rodeado de aquellas estrellas que estaban con él cuando el amor divino imprimió el primer movimiento a todas las cosas bellas. Hora y estación tan dulces me daban motivo para augurar bien de aquella fiera de pintada piel. Pero no tanto que no me infundiera terror el aspecto de un león que a su vez se me apareció: figuróseme que venía contra mí, con la cabeza alta y con un hambre tan rabiosa, que hasta el aire parecía temerle. Siguió a éste una loba que, en medio de su demacración, parecía cargada de deseos; loba que ha obligado a vivir miserable a mucha gente. El fuego que despedían sus ojos me causó tal turbación, que perdí la esperanza de llegar a la cima. Y así como el que gustoso atesora y se entristece y llora con todos sus pensamientos cuando llega el momento en que sufre una pérdida, así me hizo padecer aquella inquieta fiera, que, viniendo a mi encuentro, poco a poco me repelía hacia donde el sol se calla. Mientras yo retrocedía hacia el valle, se presentó a mi vista uno, que por su prolongado silencio parecía mudo. Cuando le vi en aquel gran desierto:
—Piedad de mí—le grité—quienquiera que seas, sombra u hombre verdadero.
Respondióme:
No soy ya hombre, pero lo he sido; mis padres fueron lombardos y ambos tuvieron a Mantua por patria. Nací "sub Julio," aunque algo tarde, y vi a Roma bajo el mando del buen Augusto en tiempo de los dioses falsos y engañosos. Poeta fuí, y canté a aquel justo hijo de Anquises, que volvió de Troya después del incendio de la soberbia Ilión. Pero, ¿por qué te entregas de nuevo a tu aflicción? ¿Por qué no asciendes al delicioso monte, que es causa y principio de todo goce?
—¡Oh! ¿Eres tú aquel Virgilio, aquella fuente que derrama tan ancho raudal de elocuencia?—le respondí ruboroso. ¡Ah!, ¡honor y antorcha de los demás poetas! Válganme para contigo el prolongado estudio y el grande amor con que he leído y meditado tu obra. Tú eres mi maestro y mi autor predilecto; tú solo eres aquél de quien he imitado el bello estilo que me ha dado tanto honor. Mira esa fiera debido a la cual retrocedía; líbrame de ella, famoso sabio, porque a su aspecto se estremecen mis venas y late con precipitación mi pulso.
—Te conviene seguir otra ruta—respondió al verme llorar—, si quieres huír de este sitio salvaje; porque esa fiera que te hace prorrumpir en tales lamentaciones no deja pasar a nadie por su camino, sino que se opone a ello matando al que a tanto se atreve. Su instinto es tan malvado y cruel, que nunca ve satisfechos sus ambiciosos deseos, y después de comer tiene más hambre que antes. Muchos son los animales a quienes se une, y serán aun muchos más hasta que venga el Lebrel[1] y la haga morir entre dolores. Este no se alimentará de tierra ni de peltre, sino de sabiduría, de amor y de virtud, y su patria estará entre Feltro y Feltro. Será la salvación de esta humilde Italia, por quien murieron de sus heridas la virgen Camila, Euríalo y Turno y Niso. Perseguirá a la loba de ciudad en ciudad hasta que la haya arrojado en el infierno, de donde en otro tiempo la hizo salir la envidia. Ahora, por tu bien, pienso y veo claramente que debes seguirme: yo seré tu guía, y te sacaré de aquí para llevarte a un lugar eterno, donde oirás aullidos desesperados; verás los espíritus dolientes de los antiguos condenados, que llaman a gritos a la segunda muerte; verás también a los que están contentos entre las llamas, porque esperan, cuando llegue la ocasión, tener un puesto entre los bienaventurados. Si quieres, en seguida, subir hasta ellos, te acompañará en este viaje un alma más digna que yo, te dejaré con ella cuando yo parta; pues el Emperador que reina en las alturas no quiere que por mediación mía se entre en su ciudad, porque fuí rebelde a su ley. El impera en todas partes y reina arriba; arriba está su ciudad y su alto solio: ¡Oh! ¡Feliz el elegido para su reino!
Y yo le contesté:
—Poeta, te requiero por ese Dios a quien no has conocido, que me hagas huír de este mal y de otro peor; condúceme adonde has dicho, para que yo vea la puerta de San Pedro y a los que, según dices, están tan desolados.
Entonces se puso en marcha, y yo seguí tras él.
CANTO SEGUNDO
El día terminaba; la atmósfera obscura СКАЧАТЬ