Cristo decide en mi vida. Ricardo E. Facci
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Название: Cristo decide en mi vida

Автор: Ricardo E. Facci

Издательство: Bookwire

Жанр: Сделай Сам

Серия: Cristo Vive en mí

isbn: 9789874756510

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СКАЧАТЬ mismo ocurre con la conversión, con este corazón nuevo que da el Señor, corazón de carne que reemplaza el corazón de piedra. La conversión es un cambio que afecta a toda la personalidad, sobre todo a la afectividad, ya que la conversión constituye el núcleo de la afectividad del hombre. La conversión no se reduce a admirar intelectualmente al Señor y apreciar los valores evangélicos, sino que es sobre todo, dejarse fascinar, atrapar por Él.

      Enamorados, seducidos y fascinados: todo esto pasa por la afectividad del hombre.

      La adhesión de nuestro ser al de Cristo es una acción afectiva, no es intelectual. Por supuesto que después la mente y el corazón tendrán que adecuarse a la mente y al corazón de Cristo. Nuestro modo de pensar y amar tendrá que ser el modo de pensar y amar de Cristo, pero, la primera adhesión a Jesucristo es afectiva. Nos fascina Él, ¡corazón nuevo, espíritu nuevo! Corazón de carne, no corazón de piedra. Corazón de amor.

      El hombre nuevo se define por un hombre de amor. Amor que cambia toda la vida. Sólo el amor cambia totalmente la visión de la vida y la relación con las personas y las cosas. Cuando el amor penetra el corazón de alguien seguramente que éste comienza a ver la vida, sus circunstancias y a los demás de un modo diferente.

      Es muy común, especialmente en pueblos o ciudades pequeñas, donde la gente se suele ver todos los días, después de la conversión, del encuentro con Cristo, se la ve distinta.

      Hay un corazón cambiado, la cara que antes no le decía nada, hoy le dice mucho. Cuántas veces ocurre que entre vecinos todo les molesta: Las travesuras de los chicos de al lado, cuando ponen la televisión con alto volumen o que la gallina del vecino se pase de lado y les coma la lechuga de su huerta y mucho más. Pero un día, se conocen más o comparten una experiencia o fueron los dos al Encuentro de Matrimonios, y de allí en más, no solamente, no les molesta más lo que los otros realizan, sino que les parece positiva la convivencia. Cambió el corazón.

      Hay un ejemplo de la conversión de un matrimonio. Vivían en una ciudad relativamente chica y enfrente de su casa había un matrimonio de dos viejitos, que no les importaba nada de ellos

      Cuando él volvía del trabajo, a veces cansado o apurado, llegaba en el auto, bajaba; el viejito lo saludaba con la mano y él le contestaba de mala gana. Pensaba: “este viejo siempre me saluda y me saca del tema que tengo en la cabeza”. Hicieron el encuentro y cambiaron el corazón. Cambiaron en su familia. Pero también, cambiaron hacia fuera.

      Hacia afuera había dos viejitos que ellos no sabían lo que les pasaba. Se acercaron y encontraron toda una realidad durísima, tristísima. El viejito enfermo y la viejita casi ciega; ella solita hacía la comida para los dos; la casa con una mugre impresionante, ya que ella casi no se podía mover, no veía y no podía limpiar. Él poco podía moverse. Aquellos dos ancianos que la mayor parte de los días no le decía nada, o que molestaba su saludo, de pronto se transformó en una gran ocasión de amor.

      Asearon al viejito, lo hacían curar, lo acompañaron, hasta su muerte. Ellos estuvieron siempre a su lado, limpiaron la casa, le ayudaban con las comidas. Algunos días preparaban dos porciones más en su comida y se la alcanzaban ya hecha. Cuando quedó sola la viejita la acompañaron hasta que se la llevó un familiar.

      Encontraron vecinos nuevos. Porque ellos eran nuevos. Jesús puso un corazón nuevo. Sacó el corazón de piedra que hacía mucho daño a su propia familia y a sus alrededores y se lo cambió por un corazón de carne.

      ¿Por qué un padre, una madre, son capaces de quitarse el pan de la boca por sus hijos? Renuncian, a veces, al sueño, al descanso. Cuando llega un hijo, lo reciben con tanta alegría, amor, sin rezongos se levantan cada tres horas a la noche o tienen en sus brazos al niño que está llorando ¿Por qué hacen todo esto? Por amor, no por otra cosa. Por otro lado, tantos que salen al cruce de una necesidad del otro, familiares, nietos, yerno, nuera, hijo. Cuando un papá o una mamá donan un órgano a un hijo, lo hace porque ama a ese hijo.

      Estas realidades humanas nos ayudan a descubrir el amor, para motivarnos a actuar con un corazón nuevo, con un cristianismo vivido, convertido, en las exigencias del Evangelio, que pide que amemos dando absolutamente todo lo nuestro, siendo un Evangelio no de opresión sino que nos presenta una gozosa liberación en el amor.

      Quien ve al Evangelio como un peso, vive con un corazón de piedra. No sabe compartir, todavía no se ha fascinado por Jesucristo. No le ha dado la oportunidad a Dios de arrancar su viejo corazón y ponerle un nuevo corazón.

      A veces en nuestras homilías, guías, consejos, orientaciones, cuando escuchamos de alguien: “a mí me cuesta levantarme temprano, hacer tal cosa, estudiar, tratar con tal persona”, se le dice, ofrézcanselo a Dios.

      ¡No!... lo que te cuesta no se lo ofrezcas a Dios. ¡Escóndelo!, porque es tristísimo que te cueste. Lo que no te cuesta ofréceselo a Dios porque es grande. Si esta persona te cuesta cómo le vas a ofrecer a Dios el trato con ella. Si está costando es porque no se la ama. Es tristísimo que cueste el trato con esta persona.

      Si se tiene un espíritu grande, se es capaz de amar, por lo tanto, no va a costar tratar con ella, aunque haya que soportar muchas cosas. Aunque haya que poner la cruz de esa persona sobre el propio hombro.

      Qué le dirían a una mujer que dice que le cuesta estar al lado del esposo enfermo. ¡Cómo le va a costar estar al lado del esposo enfermo! Si lo ama, lo hace con mucho gusto. O si está enfermo el hijo, y la madre todo el día reniega, diciendo que está cansadísima, sin dormir, porque el hijo está enfermo. ¿Qué pensarían?

      Las cosas que cuestan no hay que ofrecérselas a Dios porque son las tristezas que se acarrean. Lo que se debe ofrecer a Dios son las cosas positivas. Cuando se tiene un corazón capaz de amar.

      Tenemos que ir creciendo, hay situaciones que hoy cuestan y mañana no. Cuando no cueste, entonces se lo ofrecemos a Dios, no ahora que cuesta.

      Que diríamos de un novio que dice que tuvo que hacer un sacrificio bárbaro, porque trabajó horas extras para hacer un regalo a su novia. Tristísimo. La expresión más clara de un amor maduro es la espontaneidad. La alegría, la satisfacción del servicio a la persona que se ama.

      Con alegría... servir, servir, servir. La vida, cuando es alegría, es también servicio. Se imaginan un sacerdote que dice: “a mí me cuesta la Misa, me canso en la Misa” ¡Qué triste! Es un servicio tan grande a Cristo y a la comunidad. Amén, de que es realmente un encuentro con Cristo. La Misa no puede cansar nunca. O como aquel seminarista que dice: “tuve que ayudarle dos Misas al padre, ¡estoy cansado!” ¡Qué poca capacidad de amar!

      El culmen del amor es cuando se llega a una actitud psicológica, en la cual, ya no se puede no amar.

      Se transforma de tal manera la capacidad de amar y el amor como acto concreto, que el amor brota espontáneamente, habitualmente.

      El hábito produce en nosotros como una segunda naturaleza. Los hábitos pueden ser buenos o malos. Cuando son buenos les llamamos virtudes y a los malos les llamamos vicios.

      Una persona que logró el hábito de contestar bien, siempre contesta bien. No puede contestar mal, porque tiene el hábito de contestar bien. Cuando se hace naturaleza en uno, no se piensa, ya se actúa de modo natural.

      La persona que adquiere el hábito de responder siempre ante las necesidades del otro actuará en consecuencia. Con el amor pasa lo mismo. Hay que llegar a que cada minuto de la vida se ame sin que cueste. Aunque sea la situación más difícil. Espontáneamente brota. Es el trabajo que hay que ir realizando; e ir disponiéndose a que Jesús vaya haciendo su obra en un corazón nuevo.

      La СКАЧАТЬ