Gusanos. Eusebio Ruvalcaba
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Название: Gusanos

Автор: Eusebio Ruvalcaba

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Cõnspicuos

isbn: 9786074573664

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СКАЧАТЬ pregunta tan vulgar, no sé cómo oyes Mozart, y nomás te la voy a contestar paque veas que soy capaz de revolcarme en el pinche lodo: vale 540 varos.

      Coño, pensé yo, con esa lana me compro cuatro botellas de tequila El Charrito. Y para que Montes se percatara de que me había yo dado cuenta perfectamente de lo que son 540 pesos, me preparé una más y, antes de llevármela a la boca, la olí como se aspira el mejor perfume, que no es otra cosa que la esencia de una mujer. Porque exactamente eso emanaba de aquella ginebra: el misterio y la sabiduría femeninas resueltas en feliz elíxir.

      Empuñé la siguiente copa como un caballero medieval la espada que ha de hundirlo en el oprobio o elevarlo a la gloria. Ya pronto serían la una y media, y de un momento a otro vería desfilar delante de mí a todos los miembros de la familia. Y de verdad que poco me habría importado, pero Jorge Alberto Montes cometió el peor error que un hombre en estas circunstancias puede cometer. Palabras más-palabras menos, dijo:

      —Quiero brindar por lo que más te duela... —y levantó su vaso como quien levanta el corno para convocar a los cazadores.

      Había tantas cosas que me dolían, pero sobre todo una: la mujer que recientemente me había mandado al diablo y por la cual daría la vida ahora mismo, ¿qué podía compararse con eso?

      —¿Y tú? —lo increpé—, tú brinda antes, cabrón.

      Jorge Alberto Montes me respondió con la mirada, es decir no me miró a mí sino a la botella verde, de ese verde esmeralda, de ese verde pasto en el que más de uno se imaginaría la piel blanca de una mujer que nunca le pertenecería. Como si ahí mismo buscara la respuesta a aquella pregunta que aflige a todos los hombres, aunque pocos tengan el valor de hacérsela.

      —Lo único que me duele —dijo—, es que esta botella esté por terminarse.

      El coleccionista de almas

      Cuánto tiempo tendré que esperar hasta que venga. Llevo aquí más de media hora como idiota. Esperando. Esperando. Menos mal que me traje mi anforita. Un trago, dos tragos me hacen menos arduo el tiempo. Con un alcohol entre pecho y espalda, la longitud del tiempo se acorta. De lo contrario la espera sería insoportable. La mitad de la vida de un sacerdote se reduce a la espera. Para que me salgan con idioteces. Como aquella señora que vino a confesarme que le pegaba a su nieto. Y eso a quién le importa. Me dieron ganas de salir y golpearla. Nada más para que aprendiera a distinguir entre un pecado y una estupidez. O aquel imbécil que quería más a su perro que a su mujer. Más bien debí aplaudirle su decisión. No cualquiera se atreve a ser tan hombre. Pero en vez de eso le dije lo que quería oír: dos padres nuestros y dos aves marías de penitencia. Eso de la penitencia nunca me lo he explicado. Cómo evaluar los pecados. Qué penitencia imponer. Y para lo que sirve. Todo mundo vuelve a pecar. Y vuelve a hacer exactamente lo mismo. El asesino vuelve a matar, ya probó lo que es el crimen y eso le dejó un delicioso sabor en la boca que no está dispuesto a sacrificar, así que a la primera oportunidad lo vuelve a hacer; el ratero vuelve a robar, le resultó fácil llevar dinero a su casa, o gastarse el dinero en el vicio, comprobó que robar es de lo más simple del mundo, y en consecuencia lo volverá a hacer. Lo trae en la sangre. Y allí no hay nada que hacer. Pero si ella viene, ya me hizo el día. Poco me importa todo lo demás. Si viene alguien más o no. Si alivio la angustia de alguien más o no. Pero que venga ella. Que me acaricie con su voz de ángel. Que colme mi espíritu de su delicioso perfume. Que me haga sentir que mi vida tiene un sentido. No sabe cómo la deseo. ¿O sí lo sabe? Yo no le he dado ninguna pista. Pero además de angelicales las mujeres son tremendamente intuitivas. Y adivinas. Saben todo lo que va a pasar. A ellas no se les debería imponer penitencia alguna. Son sabias. La penitencia no sirve para nada. Por más que quieran. ¿Pero qué penitencia imponer? Hete ahí lo complicado. Eso nunca te lo enseñan en el seminario. Porque no hay modo.

      Te orientan pero el criterio siempre es personal. Yo cuando siento que debo ser blandito soy brutal, y al revés. Una mujer que me confesó que había torturado a su hijo hasta matarlo, le dejé de penitencia un padre nuestro todos los días en ayunas, apenas abriera los ojos. Hasta que sintiera que ya no había más remordimiento. Que ése era el momento de suspender la penitencia. Los que más gracia me producen son los sicarios. Porque matar no lo consideran un pecado sino una chamba. Y la chamba es chamba. Y así me lo dicen, muy quitados de la pena. Que yo comprenda, que tienen que hacerlo, que esa misión les tocó en la vida. Como a mí predicar. Que a cada quien le toca algo. Ni modo. Y que si ellos no acaban con los traidores la vida sería un infierno. Eso me dicen. Y hablando de chamba, ¿mandará el capo por mí para que le vuelva a oficiar? Una misa para los tres años de su hijito no estaría mal. Fue genial ese bautizo. El mejor que me ha tocado. Hinchó mi bolsillo. Yo cumplí mi destino. Debo sembrar la fe en Dios. Bautizar es cosa sagrada. ¿Pero vendrá ella? Hoy le toca. Un día sí y otro no. A esta hora. Cómo me encanta oírla. Me pregunto si lo hará a propósito. Que me cuente lo que me cuente y con esa voz. Si lo hace a propósito está en el camino correcto. Por la erección que me provoca. Endiablada. Mortal. Y no se baja por más que me masturbo. Cuando me describe a todos los hombres con los que se ha metido. Todos y cada uno. Como si en cada uno le fuera la vida. Siento que yo soy todos y cada uno de ellos. Que lo hace para excitarme a mí. Mejor que ni me hable de su marido. Para qué. Un idiota más en el imperio de los cornudos. Nunca he visto su dulcísima cara más que tras la cortina de esta inmunda habitación, si es que la puedo llamar así. Cómo me gustaría seguirla un día y enterarme de sus pormenores. Saber si me está mintiendo o hablando con la verdad. Suman varias las fieles que me he llevado a la cama. Pero ninguna me había excitado como ésta. Me tiene vuelto loco. Y eso que nada más conozco su voz. ¿Para qué quiero más? El mío es el amor más puro del mundo. Sin parangón posible. Sin parangón posible, eso mismo dije para mis adentros cuando me ordené. Me creía investido de una santidad prodigiosa. La llamaba la vocación divina. Me sabía perteneciente al ejército de los soldados de Cristo. De los elegidos. Habría dado la vida por Él. Y ahora no soy más que un mortal como cualquier otro. Un coleccionista de almas. El más asqueroso. ¿Por qué siempre llego a este punto? ¿Qué pruebas me está exigiendo Dios, a mí, el más grande pecador? ¿Por qué no puedo detenerme? ¿Y toda esta gente que cree en mí? Si mi padre me viera. Si mi madre me viera. ¿Por qué tuvo que morir la víspera de mi ordenación? Pobrecita. Si alguien quería verme hecho un sacerdote era ella. No le pude dar gusto. Nunca le pude dar gusto en nada. Ni a nadie. A ninguno de los dos. Toda mi vida no fui más que portador de malas nuevas. Siempre. Un cero a la izquierda. Pero eso fue ayer. No ahora. No este día. Mi olfato me dice que viene en camino. Ya percibo su olor. Ya se aproxima. Un trago. Un trago. Aunque me emborrache. Sólo así podré controlarme. Le pediré que sea más específica. Y me masturbaré cuando me cuente los detalles. Espero no gemir más de la cuenta. Que ella sabe el placer que me provoca. Estoy seguro. Es peor que yo. No, no hay nadie peor que yo.

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