Название: Sherlock Holmes: La colección completa
Автор: Arthur Conan Doyle
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
isbn: 9782378077402
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—Por su voz, señor. A mí se me había quedado grabada su voz, que es gruesa y ronca. Dio unos golpecitos en la ventana, serían las tres, y dijo: «Compañero, déjese ver, es hora del cambio de guardia».
Mi hombre despertó a Jim, que es mi hijo mayor, y allá se fueron sin decirme siquiera una palabra.
Escuché el martilleo de la pata de palo sobre las piedras.
—Pero ¿estaría solo ese hombre?
—Pues de verdad, señor, que no lo sé. No oí a ninguna otra persona.
—Lo siento, señora Smith; quería una lancha de vapor y me habían hablado muy bien de la... Veamos: ¿cómo me dijeron que se llamaba la lancha?
—La Aurora, señor.
—¡Ya! ¿No es una vieja lancha verde, con una línea amarilla, muy ancha de popa?
—De ninguna manera. Es la lanchita más esbelta y nueva que hay en el río. Está recién pintada de negro, con dos franjas encarnadas.
—Gracias. Deseo que tenga pronto noticias del señor Smith. Voy río abajo, y si le echo la vista encima a la Aurora le diré a su marido que está usted inquieta. ¿Dijo usted que tenía la chimenea pintada de negro?
—No, señor; de negro con una franja blanca.
—¡Ya caigo! De negro en los costados. Buenos días, señora Smith. Watson, tenemos ahí a un barquero con una chalana. La alquilaremos y cruzaremos el río. —Cuando estuvimos sentados a popa de la chalana, Holmes me dijo—: Con esta clase de gente, lo principal es no dejarles que supongan que los datos que uno les pide puedan tener la menor importancia. Como se lo debe usted suponer, se cierran como una ostra. En cambio, si hace como que los escucha porque no tiene otro remedio, es probable que averigüe lo que desea.
—Nuestra línea de acción parece que está ahora bastante clara —dije yo.
—¿Quiere decirme lo que usted haría?
—Contrataría una lancha de vapor y marcharía río abajo tras las huellas de la Aurora.
—Esa sería una tarea colosal, querido amigo. Ha podido atracar en uno cualquiera de los muelles de una y otra orilla que hay desde aquí a Greenwich. Más allá del puente y en un trayecto de muchas millas, los desembarcaderos forman un verdadero laberinto. La tarea de visitarlos todos nos llevaría días y días.
—Recurra usted entonces a la policía.
—No. Aunque es probable que en el último momento llame a Athelney Jones. No es mala persona, y no quisiera hacer nada que pudiera perjudicarle profesionalmente. Puesto que hemos avanzado ya tanto, tengo el capricho de llevar yo mismo el asunto hasta su desenlace.
—¿Y no podríamos poner un anuncio pidiendo datos a los encargados de los diversos muelles?
—¡Mucho peor todavía! Nuestros hombres sabrían entonces que les pisamos los talones y se largarían del país. Aunque, y tal como están las cosas, es probable que se larguen; pero no lo harán con precipitación mientras se crean a salvo. La energía de Jones nos será en esto de gran utilidad, porque sus puntos de vista acerca del asunto aparecerán en la prensa diaria y los fugitivos creerán que todo el mundo anda despistado.
—¿Qué vamos, pues, a hacer? —le pregunté cuando desembarcábamos cerca de la penitenciaría del Millbank.
—Alquilar ese coche, irnos a casa, desayunar y dormir unas horas. Es posible, dentro del juego, que tengamos que pasar en pie otra noche más. ¡Cochero, deténgase en una oficina de telégrafos! Nos quedaremos con Toby, porque quizá pueda sernos de utilidad todavía.
El coche se detuvo frente a la oficina de telégrafos de Great Peter Street, y Holmes envió su telegrama.
Cuando reanudábamos la marcha, dijo:
—¿A quién cree que se le lo he enviado?
—¡Cómo voy a saberlo!
—¿Se acuerda de la sección del cuerpo de investigadores de Baker Street, a la que recurrí en el caso de Jefferson Hope?
—Sí, ¿y qué? —le pregunté, echándome a reír.
—Que en esta ocasión pudieran sernos de incalculable utilidad. Si ellos fracasan tengo otros recursos de que echar mano, pero voy a empezar por ponerlos a prueba. Ese telegrama lo dirigí a mi sucio tenientillo Wiggins, y confío en antes de que hayamos acabado de desayunar, él y su pandilla estarán con nosotros.
Serían entre las ocho y las nueve en ese momento, y yo notaba una fuerte reacción después de las sucesivas emociones de la noche. Estaba lánguido y cansado, con el cerebro brumoso y el cuerpo dolorido. No poseía el entusiasmo profesional que sostenía a mi compañero, ni podía encarar el asunto como un simple problema intelectual abstracto. Por lo que se refería al asesinato de Bartholomew Sholto, nada de bueno había oído hablar de esta persona y no podían inspirarme excesiva antipatía sus asesinos. Lo del tesoro ya era distinto. El tesoro, o por lo menos parte del mismo, le pertenecía, en justicia, a la señorita Morstan. Mientras existiese alguna posibilidad de recuperarlo, yo estaba dispuesto a consagrar mi vida a ese único objetivo. Es cierto, me decía yo mismo, que ello la colocará fuera de mi alcance. Pero el mío sería un amor ruin y egoísta si se dejase influir por una consideración tal. Si Holmes era capaz de trabajar para dar con los criminales, existía una razón diez veces más fuerte que me impelía a mí a la búsqueda del tesoro.
Un baño en Baker Street y el cambio total de ropas me reanimaron maravillosamente. Cuando bajé a nuestro cuarto de estar, me encontré el desayuno servido y a Holmes sirviendo el café.
—Ahí está el asunto —me dijo, riéndose, y señalándome el periódico—. Entre el enérgico Jones y el ubicuo informador de prensa, lo han averiguado ya todo. Pero basta ya para usted del caso. Lo mejor que puede hacer es probar, antes que nada, los huevos con jamón.
Le quité el periódico y leí una breve gacetilla cuyo encabezamiento era: «Misterioso asunto misterioso en Upper Norwood». Decía el Standard:
"La noche pasada, y a eso de las doce, fue encontrado muerto, en su habitación y en circunstancias que hacen pensar en algo turbio, el señor Bartholomew Sholto, de Pondicherry Lodge, Upper Norwood. Según nuestros datos, el cadáver del señor Sholto no presentaba ningún rastro de violencia, pero ha desaparecido una valiosa colección de piedras preciosas de la India que el muerto había heredado de su padre. Los primeros en descubrir el cadáver fueron el señor Sherlock Holmes y el doctor Watson, que habían ido a visitar al señor Thaddeus Sholto, hermano del difunto. Por afortunada coincidencia, el conocido miembro de cuerpo de detectives, señor Athelney Jones, se encontraba en la comisaría de Norwood y pudo hacer acto de presencia en el lugar del suceso menos de media hora después de la primera alarma. Sus facultades de hombre entrenado y experimentado se enfocaron inmediatamente hacia la tarea de descubrir a los criminales, con el satisfactorio resultado de que el hermano, Thaddeus Sholto, se encuentra ya detenido, junto con el ama de llaves, señora Bernstone, un mayordomo indio llamado Lal Rao y el portero McMurdo. Es evidente que el ladrón o ladrones conocían perfectamente la casa; los bien probados conocimientos técnicos del señor Jones y sus dotes СКАЧАТЬ