Название: Un refugio en la tomenta
Автор: Cara Colter
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Julia
isbn: 9788413750958
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Ella cerró los ojos, y concentrándose empujó con todas sus fuerzas. Pero él no cedía. Estaba jugando con ella. Shauna apostaría a que él era capaz de ganarla en cuanto quisiera. Hizo un último intento, y estuvo a punto de caerse de la silla, cuando él de golpe le soltó la mano.
—¡Eh! —dijo ella desconcertada.
—Ha sido un empate —dijo él.
—No es verdad. Estaba a punto de ganarte —alegó ella consciente de que la situación era la opuesta.
—Tú estabas a punto de romperte el brazo.
—Oh, seguro.
—Podía ver la línea blanca del hueso a través de tu piel. Créeme. Ha sido un empate.
Él había parado el juego porque creía que podía herirla. Aquello decía mucho en su favor. No parecía dispuesto a hacerle daño. Parecería que era un hombre… la palabra noble cruzó por su cabeza. Pero su mirada era la de un hombre peligroso.
Ella se levantó, para eludir esa mirada, y se dirigió hacia el bebé. Reticente, tomó un pañal limpio y lo estudió.
—¿Cómo se llama el bebé? —le preguntó al hombre que tenía detrás. Y entonces descubrió que él tampoco sabía su nombre.
—Le puedes llamar Rocky. Y no tienes que cambiarle el pañal. Yo sé hacerlo.
—Un trato es un trato. ¿Y cómo puedo llamarte a ti?
Él dudó:
—Ben.
Ella desdobló el pañal, y lo miró tratando de descubrir de qué manera se ponía. ¿Qué tipo de hombre no desvelaría su nombre?, pensó. Tal vez la prueba del pulso había fallado después de todo.
De pronto, Shauna notó que él estaba detrás de ella. Se había acercado como un felino, y la rodeó con sus brazos para tomar el pañal. Los brazos de él le rozaron los hombros. Ella pudo sentir el calor que desprendía su musculatura. Su olor a bosque, a hombre.
—Así —dijo él extendiendo el pañal, y añadió con naturalidad—. ¿Y cómo debo llamarte yo?
—Tormenta, como dice el panfleto.
—Tormenta —repitió él—. ¿Es un apodo?
—Mis hermanos siempre me han llamado así.
Sus hermanos decían que aquel nombre reflejaba claramente su temperamento, aunque eso no se lo dijo a Ben.
—Bien, Tormenta, creo que ha llegado la hora de la verdad.
Magnífico. «Suéltalo todo», pensó ella. Pero esa no era la verdad a la que él se refería. Levantó al bebé del suelo, y lo llevó hasta el mostrador, donde lo echó.
—De alguna manera juntos lograremos descifrar cómo se hace esto. ¿Alguna sugerencia para el primer paso?
Ella percibió cierto humor en su tono de voz.
—¿Qué tal si le soltamos los automáticos del pijama? —sugirió ella reprimiendo la risa y tratando de recordar que su objetivo principal era irse de allí.
Le miró las manos fuertes y bronceadas mientras peleaba con los automáticos. Era obvio que no estaba acostumbrado a hacer eso, pero también se veía que no era un hombre que se dejara intimidar por lo desconocido. De improviso, Shauna pensó que su propia camisa tenía automáticos. Inmediatamente se prohibió mentalmente seguir por aquel camino.
Ben le quitó finalmente el pijama con decisión. El bebé agitó las manos y los pies, aparentemente encantado por la explosión de olor que aquel hecho produjo.
—¿Tienes pinzas para colgar la ropa? —preguntó Ben.
Ella asintió y fue a buscarlas. Creyó que él las usaría para cerrar el pañal, así que no pudo evitar la carcajada cuando vio cómo Ben se ponía una pinza en la nariz.
—¿Quieres una? —le preguntó él.
—¿Ayuda?
—Sí.
Efectivamente, Shauna comprobó que ayudaba. Hacía algo de daño, pero merecía la pena.
—De acuerdo. Alerón número uno, abajo —dijo él tirando de uno de los cierres del pañal, y liberando la pierna derecha. Aquella forma de expresarse le llevó a Shauna a pensar que aquel hombre había tenido alguna relación con el ejército—. Alerón dos. Abajo —añadió en el mismo tono militar. Rápidamente, le quitó el pañal y salió corriendo con él, mientras dejaba que ella le limpiara con un trapo húmedo. En pocos segundos, el bebé estaba limpio, y Ben estaba de vuelta.
—¿Qué has hecho con esa cosa? —preguntó ella.
—La he echado al fuego. Se ha hinchado como un globo, y luego ha desaparecido.
—Bien, pues haz lo mismo con esto —dijo pasándole el trapo.
—¿No era nuevo?
—No me importa.
Él la miró con aprobación, y se llevó el trapo. Ella puso al bebé sobre el pañal limpio.
—No trates de pegar las lengüetas con las manos llenas de vaselina.
Demasiado tarde:
—¿Por qué no?
—Porque no pega… —la lengüeta grasienta no se pegaba en el pañal— …rán —él miró por encima del hombro de ella—. Error de principiante. Pero no tengo muchos pañales, así que no puedo tirar ninguno.
—Siempre puedes usar musgo —dijo ella.
—¿Ah sí? ¿Y si no hay musgo tal vez una telaraña o dos?
—¿Te estás riendo de mí?
—No, señora.
—Creo que es magnífico el poder saber cómo utilizar los recursos que nos proporciona la naturaleza, sin depender de las tiendas ni de fábricas, para algo tan simple como un pañal —le informó ella.
—No seré yo quien te discuta eso.
—Bien —concluyó ella muy digna.
—Mientras que no utilices la mezcla de trementina y azúcar moreno para sustituir los polvos de talco del bebé —dijo dirigiéndole una sonrisa que la dejó sin respiración. Él continuó tratando de atarle al bebé el nuevo pañal. Finalmente, le hizo un lazo en la parte delantera.
—¿Qué te parece СКАЧАТЬ