Cuando quiero darme un buen susto, imagino qué le pasaría al mundo si Rachel Held Evans dejara de escribir.
Mientras arraso con las páginas de Buscar el Domingo, me doy cuenta de que estuve esperando toda mi vida por algo así. El Jesús que Rachel ama tanto es el mismo del cual me enamoré hace mucho tiempo, antes de haber dejado que la hipocresía de la iglesia y mi propio corazón lo arruinaran todo. Buscar el Domingo me ayudó a perdonar a la iglesia y a mí misma, y a enamorarme de Dios una vez más. Fue como si, con el tiempo, se hubieran establecido barreras en el camino entre Dios y yo; al leer este libro sentí cómo las palabras de Rachel las eliminaban una por una hasta, al llegar al final, volver a encontrarme cara a cara con Dios.
PROLOGO
ALBA
Diré cómo el sol nació
-en cintas sucesivas -
—Emily Dickinson
El teólogo alemán Dietrich Bonhoeffer escribió que “las horas más tempranas de la mañana le pertenecen a la Iglesia del Cristo resucitado. Al romper la luz, recuerda la mañana en que la muerte y el pecado se postraron derrotados y se le dio una nueva vida y salvación a la humanidad”.2
Esta es una noticia desafortunada para alguien como yo, que apenas puedo recordar quién soy al “romper la luz”, y mucho menos reflexionar sobre las implicaciones teológicas de la resurrección. No soy lo que se dice una persona mañanera y, de hecho, preferiría ser de las que permanecen postradas y derrotadas en horas tan tempranas. La alegría de ver el amanecer sigue siendo para mí solo otro de los regalos
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