Название: En la encrucijada
Автор: Мишель Смарт
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Miniserie Bianca
isbn: 9788413489285
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Se aclaró la garganta y retrocedió un pasito.
–Lo siento, monsieur, pero creo que no tenemos nada de qué hablar.
–Yo le aseguro que sí. Móntese en el coche. Hace demasiado frío para tener una conversación aquí.
Él hablaba como solo hablaría un hombre muy acostumbrado a imponerse.
–¿Se trata del solo? Ya le expliqué a su ayudante que tengo un compromiso previo para el fin de semana de la gala y que no voy a poder asistir. Lo siento si no le ha llegado el mensaje.
El ayudante, un hombre de mediana edad con aire implacable, no pudo disimular su asombro cuando ella le dijo que no podía hacerlo. Los directores de orquesta se limitaron a mirarla con ojos suplicantes.
–El mensaje me ha llegado y por eso he vuelto desde el aeropuerto, para hablarlo con usted en persona.
El fastidio era evidente, como si ella tuviera la culpa de que sus planes se hubiesen frustrado.
–Tendrá que cancelar ese compromiso. Quiero que toque en la gala por mi abuelo.
–A mí también me encantaría –mintió ella, que estaba acostumbrada a tratar con personas autoritarias, y ninguna como su madre–, pero no puedo cancelarlo.
Él frunció el ceño como si jamás hubiera oído la palabra «no».
–¿Sabe quién es mi abuelo y la oportunidad que supondría para su carrera profesional?
–Sí, es el rey de Agon, y me doy cuenta del honor que supone que me elijan para tocar ante él…
–Y la mayoría de todos los mandatarios del mundo que asistirán…
–Sin embargo, hay muchos violinistas en esta orquesta –siguió ella como si él no le hubiese interrumpido–. Si los escucha, como había pensado hacer, comprobará que la mayoría tiene más talento que yo.
Claro que sabía el acontecimiento que iba a ser esa gala. Sus compañeros de orquesta no habían hablado de otra cosa desde hacía semanas. Se había avisado a todas las orquestas de Europa de que el príncipe Talos Kalliakis estaba buscando un violinista solista. El día anterior, cuando se confirmó que iba a hacer una audición de violinistas de la Orquesta Nacional de París, todas las músicas de la orquesta salieron corriendo a los salones de belleza para que las acicalaran.
Los tres príncipes de Agon estaban considerados los solteros más codiciados de Europa, y los más guapos.
Ella había sabido que no iba a presentarse a la audición y no había tenido que salir corriendo a ningún lado. Si hubiese sospechado siquiera que él iba a estar escuchando detrás de la puerta de la sala de ensayos, habría dado mal todas las notas que hubiese podido sin llegar a sonar como el maullido de un gato. Era imposible, completamente imposible, que pudiera salir al escenario de la gala del cincuentenario y tocar para todo el mundo. Le entraban sudores fríos solo de pensarlo.
Empezaba a notar el viento gélido y la nieve estaba filtrándose por las finas costuras de las botas y estaba mojándole los calcetines. El asiento trasero del coche de Talos parecía cómodo y cálido, aunque no iba a comprobarlo en su propio cuerpo. Los ojos gélidos de él no desentonaban en el clima que los azotaba.
–Lo siento, monsieur, pero tengo que irme a casa. Esta noche tenemos un concierto y tengo que volver dentro de unas horas. Le deseo suerte y que encuentre el solista que busca.
Sus rasgos se suavizaron levísimamente, pero sus ojos, que eran de un marrón casi transparente, se mantuvieron inflexibles.
–Volveremos a hablar el lunes, despinis. Hasta entonces, le aconsejo que piense bien a lo que renuncia si no acepta la oferta.
–El lunes es nuestro día libre. Vendré el martes si quiere hablar conmigo, pero no tendremos nada de qué hablar.
–Lo veremos –él ladeó la cabeza–. Por cierto, la próxima vez que nos reunamos puede emplear el tratamiento que me corresponde: alteza.
Ella esbozó una sonrisa sin poder evitarlo.
–Pero, monsieur, estamos en Francia, en una república. Incluso cuando teníamos una familia real, los herederos al trono recibían el tratamiento de «monsieur», así que estoy dirigiéndome correctamente a usted. Además, creo que debería recordarle lo que les pasó a quienes presumían de tener sangre real: les cortaron la cabeza…
Amalie ocupó su sitio en el escenario, en la segunda fila empezando por detrás, cómodamente rodeada por los demás violines segundos. Justo donde quería estar, alejada de los focos.
Mientras esperaba a que Sebastien Cassel, el director invitado, les diera la entrada, notó un cosquilleo en la piel. Miró al patio de butacas y comprobó que las previsiones habían sido acertadas, que estaba medio vacío.
¿Hasta cuándo podía durar eso?
París era una ciudad que había aplaudido a sus orquestas durante siglos, pero las otras orquestas no tenían la sede en un agujero lleno de pulgas como el Théâtre de la Musique, una sala de conciertos que tuvo su momento de esplendor, pero que años de abandono y de falta de inversión la habían dejado al borde de la ruina.
Una figura enorme en un palco de la derecha, donde estaban las localidades más caras, hizo que parpadeara y lo mirara fijamente. Aunque entrecerró los ojos para enfocar mejor, los latidos acelerados del corazón le dijeron quién era y comprendió el cosquilleo en la piel.
Pensó inmediatamente en el príncipe Talos. Ese hombre, y el peligro que transmitía, tenían algo que hacía que quisiera salir corriendo más deprisa que si hubiesen dirigido cien focos hacia ella. Su imponente físico, el rostro maravilloso con la cicatriz que le cruzaba la ceja, la voz que había hecho que la sangre le hirviera como si fuera lava…
Juliette, la violinista que tenía al lado, le dio un codazo en las costillas. Sebastien estaba mirándolas con la batuta en alto. Amalie miró la partitura, se colocó en posición y rezó para que los dedos le respondieran.
Estar sentada detrás de unos ochenta músicos solía hacer que se sintiera invisible, solo era una cabeza más dentro de esa multitud y alejada de los focos. No podía soportar tener un foco apuntado hacia ella y los había evitado por todos los medios desde que tenía doce años.
No podía verlo con claridad, ni siquiera sabía con certeza que fuese él quien estaba en el palco, pero no podía evitar la sensación de que había alguien entre el público que tenía los ojos clavados en ella.
Talos observó cómo transcurría la velada. La orquesta era un grupo profesional que tocaba con una elegancia que hasta el más inculto, en el sentido musical, podía apreciar. Sin embargo, no había ido para escucharla.
Una vez que hubiese terminado el concierto, tenía una cita con el propietario de ese destartalado edificio. En un principio, había pensado tomar el avión para volver a Agon y visitar a su abuelo con el alivio de haber dado por terminados esos dos meses buscando un violinista. Sin embargo, la obstinación de Amalie había tirado por tierra sus planes.
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