El conde de montecristo. Alexandre Dumas
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Название: El conde de montecristo

Автор: Alexandre Dumas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378077877

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СКАЧАТЬ pero esto me recuerda que tendré que pediros licencia por unos días.

      -¿Para casaros?

      -Primeramente, para eso, y luego para ir a París.

      -Bueno, bueno, por el tiempo que queráis, Dantés. La operación de descargar el buque nos ocupará seis semanas lo menos, de manera que no podrá darse a la vela otra vez hasta dentro de tres meses. Para esa época sí necesito que estéis de vuelta, porque El Faraón -continuó el naviero tocando en el hombro al joven marino- no podría volver a partir sin su capitán.

      -¡Sin su capitán! -exclamó Dantés con los ojos radiantes de alegría-. Pensad lo que decís, señor Morrel, porque esas palabras hacen nacer las ilusiones más queridas de mi corazón. ¿Pensáis nombrarme capitán de El Faraón?

      -Si sólo dependiera de mí, os daría la mano, mi querido Dantés, diciéndoos… «es cosa hecha»; pero tengo un socio, y ya sabéis el refrán italiano: Chi a compagno a padrone. Sin embargo, mucho es que de dos votos tengáis ya uno; en cuanto al otro confiad en mí, que yo haré lo posible por que lo obtengáis también.

      -¡Oh, señor Morrel! -exclamó el joven con los ojos inundados en lágrimas y estrechando la mano del naviero-; señor Morrel, os doy gracias en nombre de mi padre y de Mercedes.

      -Basta, basta -dijo Morrel-. Siempre hay Dios en el cielo para la gente honrada; id a verlos y volved después a mi encuentro.

      -¿No queréis que os conduzca a tierra?

      -No, gracias: tengo aún que arreglar mis cuentas con Danglars. ¿Os llevasteis bien con él durante el viaje?

      -Según el sentido que deis a esa pregunta. Como camarada, no, porque creo que no me desea bien, desde el día en que a consecuencia de cierta disputa le propuse que nos detuviésemos los dos solos diez minutos en la isla de Montecristo, proposición que no aceptó. Como agente de vuestros negocios, nada tengo que decir y quedaréis satisfecho.

      -Si llegáis a ser capitán de El Faraón, ¿os llevaréis bien con Danglars?

      -Capitán o segundo, señor Morrel -respondió Dantés-, guardaré siempre las mayores consideraciones a aquellos que posean la confianza de mis principales.

      -Vamos, vamos, Dantés, veo que sois cabalmente un excelente muchacho. No quiero deteneros más, porque noto que estáis ardiendo de impaciencia.

      -¿Me permitís… , entonces?

      -Sí, ya podéis iros.

      -¿Podré usar la lancha que os trajo?

      -¡No faltaba más!

      -Hasta la vista, señor Morrel, y gracias por todo.

      -Que Dios os guíe.

      -Hasta la vista, señor Morrel.

      -Hasta la vista, mi querido Edmundo.

      El joven saltó a la lancha, y sentándose en la popa dio orden de abordar a la Cannebière. Dos marineros iban al remo, y la lancha se deslizó con toda la rapidez que es posible en medio de los mil buques que obstruyen la especie de callejón formado por dos filas de barcos desde la entrada del puerto al muelle de Orleáns.

      El naviero le siguió con la mirada, sonriéndose hasta que le vio saltar a los escalones del muelle y confundirse entre la multitud, que desde las cinco de la mañana hasta las nueve de la noche llena la famosa calle de la Cannebière, de la que tan orgullosos se sienten los modernos focenses, que dicen con la mayor seriedad: «Si París tuviese la Cannebière, sería una Marsella en pequeño.»

      Al volverse el naviero, vio detrás de sí a Danglars, que aparentemente esperaba sus órdenes; pero que en realidad vigilaba al joven marino. Sin embargo, esas dos miradas dirigidas al mismo hombre eran muy diferentes.

      Capítulo 2 El padre y el hijo

      Y dejando que Danglars diera rienda suelta a su odio inventando alguna calumnia contra su camarada, sigamos a Dantés, que después de haber recorrido la Cannebière en toda su longitud, se dirigió a la calle de Noailles, entró en una casita situada al lado izquierdo de las alamedas de Meillán, subió de prisa los cuatro tramos de una escalera oscurísima, y comprimiendo con una mano los latidos de su corazón se detuvo delante de una puerta entreabierta que dejaba ver hasta el fondo de aquella estancia; allí era donde vivía el padre de Dantés.

      La noticia de la arribada de El Faraón no había llegado aún hasta el anciano, que encaramado en una silla, se ocupaba en clavar estacas con mano temblorosa para unas capuchinas y enredaderas que trepaban hasta la ventana.

      De pronto sintió que le abrazaban por la espalda, y oyó una voz que exclamaba:

      -¡Padre! … , ¡padre mío!

      El anciano, dando un grito, volvió la cabeza; pero al ver a su hijo se dejó caer en sus brazos pálido y tembloroso.

      -¿Qué tienes, padre? -exclamó el joven lleno de inquietud-. ¿Te encuentras mal?

      -No, no, querido Edmundo, hijo mío, hijo de mi alma, no; pero no lo esperaba, y la alegría… la alegría de verte así… , tan de repente… ¡Dios mío!, me parece que voy a morir…

      -Cálmate, padre: yo soy, no lo dudes; entré sin prepararte, porque dicen que la alegría no mata. Ea, sonríe, y no me mires con esos ojos tan asustados. Ya me tienes de vuelta y vamos a ser felices.

      -¡Ah!, ¿conque es verdad? -replicó el anciano-: ¿conque vamos a ser muy felices? ¿Conque no me dejarás otra vez? Cuéntamelo todo.

      -Dios me perdone -dijo el joven-, si me alegro de una desgracia que ha llenado de luto a una familia, pues el mismo Dios sabe que nunca anhelé esta clase de felicidad; pero sucedió, y confieso que no lo lamento. El capitán Leclerc ha muerto, y es probable que, con la protección del señor Morrel, ocupe yo su plaza… ¡Capitán a los veinte años, con cien luises de sueldo y una parte en las ganancias! ¿No es mucho más de lo que podía esperar yo, un pobre marinero?

      -Sí, hijo mío, sí -dijo el anciano-, ¡eso es una gran felicidad!

      -Así pues, quiero, padre, que del primer dinero que gane alquiles una casa con jardín, para que puedas plantar tus propias enredaderas y tus capuchinas… , pero ¿qué tienes, padre? parece que te encuentras mal.

      -No, no, hijo mío, no es nada.

      Las fuerzas faltaron al anciano, que cayó hacia atrás.

      -Vamos, vamos -dijo el joven-, un vaso de vino te reanimará. ¿Dónde lo tienes?

      -No, gracias, no tengo necesidad de nada -dijo el anciano procurando detener a su hijo.

      -Sí, padre, sí, es necesario; dime dónde está.

      Y abrió dos o tres armarios.

      -No te molestes -dijo el anciano-, no hay vino en casa.

      -¡Cómo! ¿No tienes vino? -exclamó Dantés palideciendo a su vez y mirando alternativamente las mejillas flacas y descarnadas del viejo-. ¿Y por qué no tienes? ¿Por ventura te ha hecho falta СКАЧАТЬ