El conde de montecristo. Alexandre Dumas
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Название: El conde de montecristo

Автор: Alexandre Dumas

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9782378077877

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СКАЧАТЬ pero no lo soy sino de lo que viene en factura. Lo que sé es que traemos algunas piezas de algodón, tomadas en Alejandría en casa de Pastret, y en Esmirna en casa de Pascal: no me preguntéis más.

      -¡Oh!, ahora recuerdo -murmuró el pobre anciano al oír esto-, ahora recuerdo… Ayer me dijo que traía una caja de café y otra de tabaco.

      -Ya lo veis -dijo Danglars-, eso será sin duda; durante nuestra ausencia, los aduaneros habrán registrado El Faraón y lo habrán descubierto.

      Casi insensible hasta el momento, Mercedes dio al fin rienda suelta a su dolor.

      -¡Vamos, vamos, no hay que perder la esperanza! -dijo el padre de Dantés, sin saber siquiera lo que decía.

      -¡Esperanza! -repitió Danglars.

      -¡Esperanza! -murmuró Fernando; pero esta palabra le ahogaba; sus labios se agitaron sin articular ningún sonido.

      -¡Señores! -gritó uno de los invitados que se había quedado en una de las ventanas-; señores, un carruaje… ¡Ah! ¡Es el señor Morrel! ¡Valor! Sin duda trae buenas noticias.

      Mercedes y el anciano saliéronle al encuentro, y reuniéronse con él en la puerta: el señor Morrel estaba sumamente pálido.

      -¿Qué hay? -exclamaron todos a un tiempo.

      -¡Ay!, amigos míos -respondió Morrel moviendo la cabeza-, la cosa es más grave de lo que nosotros suponíamos…

      -Señor -exclamó Mercedes-, ¡es inocente!

      -Lo creo -respondió Morrel-; pero le acusan…

      -¿De qué? -preguntó el viejo Dantés.

      -De agente bonapartista.

      Aquellos de nuestros lectores que hayan vivido en la época de esta historia recordarán cuán terrible era en aquel tiempo tal acusación. Mercedes exhaló un grito, y el anciano se dejó caer en una silla.

      -¡Oh! -murmuró Caderousse-, me habéis engañado, Danglars, y al fin hicisteis lo de ayer. Pero no quiero dejar morir a ese anciano y a esa joven, y voy a contárselo todo.

      -¡Calla, infeliz! -exclamó Danglars agarrando la mano de Caderousse-, ¡calla!, o no respondo de ti. ¿Quién te dice que Dantés no es culpable? El buque tocó en la isla de Elba; él desembarcó, permaneciendo todo el día en Porto-Ferrajo. Si le han hallado con alguna carta que le comprometa, los que le defiendan, pasarán por cómplices suyos.

      Con el rápido instinto del egoísmo, Caderousse comprendió lo atinado de la observación, miró a Danglars con admiración, y retrocedió dos pasos.

      -Esperemos, pues -murmuró.

      -Sí, esperemos -dijo Danglars-; si es inocente, le pondrán en libertad; si es culpable, no vale la pena comprometerse por un conspirador.

      -Vámonos, no puedo permanecer aquí por más tiempo.

      -Sí, ven -dijo Danglars, satisfecho al alejarse acompañado-; ven, y dejemos que salgan como puedan de ese atolladero.

      Tan pronto como partieron, Fernando, que había vuelto a ser el apoyo de la joven, cogió a Mercedes de la mano y la condujo a los Catalanes. Los amigos de Dantés condujeron a su vez a la alameda de Meillán al anciano casi desmayado.

      En seguida se esparció por la ciudad el rumor de que Dantés acababa de ser preso por agente bonapartista.

      -¿Quién lo hubiera creído, mi querido Danglars? -dijo el señor Morrel reuniéndose a éste y a Caderousse, en el camino de Marsella, adonde se dirigía apresuradamente para adquirir algunas noticias directas de Edmundo por el sustituto del procurador del rey, señor de Villefort, con quien tenía algunas relaciones-. ¿Lo hubierais vos creído?

      -¡Diantre! -exclamó Danglars-, ya os dije que Dantés hizo escala en la isla de Elba sin motivo alguno, lo cual me pareció sospechoso.

      -Pero ¿comunicasteis vuestras sospechas a alguien más que a mí?

      -Líbreme Dios de ello, señor Morrel -dijo en voz baja Danglars-; bien sabéis que por culpa de vuestro tío, el señor Policarpo Morrel, que ha servido en sus ejércitos, y que no oculta sus opiniones, sospechan que lamentáis la caída de Napoleón, y mucho me disgustaría el causar algún perjuicio a Edmundo o a vos. Hay ciertas cosas que un subordinado debe decir a su principal, y ocultar cuidadosamente a los demás.

      -¡Bien! Danglars, ¡bien! -contestó el naviero-, sois un hombre honrado. Hice bien al pensar en vos para cuando ese pobre Dantés hubiese llegado a ser capitán del Faraón.

      -Pues ¿cómo… ?

      -Sí, ya había preguntado a Dantés qué pensaba de vos y si tenía alguna repugnancia en que os quedarais en vuestro puesto, pues, yo no sé por qué, me pareció notar que os tratabais con alguna frialdad.

      -¿Y qué os respondió?

      -Que creía efectivamente que, por una causa que no me dijo, le guardabais cierto rencor; pero que todo el que poseía la confianza del consignatario, poseía la suya también.

      -¡Hipócrita! -murmuró Danglars.

      -¡Pobrecillo! -dijo Caderousse-,era un muchacho excelente.

      -Sí, pero entretanto -indicó el señor Morrel-, tenemos al Faraón sin capitán.

      -¡Oh! -dijo Danglars-, bien podemos esperar, puesto que no partimos hasta dentro de tres meses, que para entonces ya estará libre Dantés.

      -Sí, pero mientras tanto…

      -¡Mientras tanto… , aquí me tenéis, señor Morrel! -dijo Danglars-. Bien sabéis que conozco el manejo de un buque tan bien como el mejor capitán. Esto no os obligará a nada, pues cuando Dantés salga de la prisión volverá a su puesto, yo al mío, y pax Christi.

      -Gracias, Danglars, así se concilia todo, en efecto. Tomad, pues, el mando, os autorizo a ello, y presenciad el desembarque. Los asuntos no deben entorpecerse porque suceda una desgracia a alguno de la tripulación.

      -Sí, señor, confiad en mí. ¿Y podré ver al pobre Edmundo?

      -Pronto os lo diré, Danglars. Voy a hablar al señor de Villefort, y a influir con él en favor del preso. Bien sé que es un realista furioso; pero, aunque realista y procurador del rey, también es hombre, y no le creo de muy mal corazón.

      -No -repuso Danglars-; pero me han dicho que es ambicioso, y entonces…

      -En fin -repuso Morrel suspirando-, allá veremos. Id a bordo, que yo voy en seguida.

      Y se separó de los dos amigos para tomar el camino del Palacio de Justicia.

      -Ya ves el sesgo que va tomando el asunto -dijo Danglars a Caderousse-; ¿piensas todavía en defender a Dantés?

      -No a fe; pero, sin embargo, terrible cosa es que tenga tales consecuencias una broma.

      -¿Y quién ha tenido la culpa? No seremos ni tú ni yo, ciertamente; en todo caso, la culpa es de Fernando. Bien viste que yo, por СКАЧАТЬ