Название: Tres años después - Por un escándalo
Автор: Andrea Laurence
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ómnibus Deseo
isbn: 9788413751658
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El brillo de deseo en los ojos de él desapareció. Era difícil mantener la excitación con aquellas imágenes, reconoció ella. Por eso llevaba tanto tiempo sin salir con nadie.
–Deja de intentar asustarme –le reprendió él–. Sé que no es fácil cuidar a un niño. Pero solo serán unas horas. Puedo hacerlo. ¿Me dejas que lo haga por ti, por favor?
–¿Por mí? ¿No deberías hacerlo por tu hijo?
–Claro que lo hago por él. Pero, para poder mantener una relación con mi hijo, tú tienes que confiar en mí. Te lo devolveré esta noche, bien alimentado, bien cuidado y, si puede ser, limpio. Pero tú tienes que poner de tu parte y dejarme intentarlo. Disfruta de tu tarde libre. Pinta algo bonito. Ve a hacerte la pedicura.
Sabine tuvo que admitir que sonaba bien. No había tenido una tarde para sí misma desde el día del parto. No tenía familia para que cuidara a Jared y solo podía permitirse pagar a Tina para ir a dar sus clases de yoga. No había tenido ni un día solo para relajarse. Y para pintar…
En silencio, continuó haciendo tortitas.
¿Toda una tarde para sí misma?
Quiso aceptar, pero no podía dejar de preocuparse.
Lo más probable era que todo fuera bien. Además, si Jared volvía a casa cubierto de vómito rosa, tampoco iba a ser el fin del mundo. Después de todo, el circo estaba pensado para niños de su edad y no podía ser peligroso.
Minutos después, le tendió a Gavin su plato con tortitas.
–De acuerdo. Podéis ir. Pero quiero que te mantengas en contacto conmigo para saber cómo está. Y si pasa algo…
–Te llamo de inmediato –la interrumpió Gavin–. ¿Verdad?
No iba a resultarle fácil a Sabine compartir a Jared con otra persona. Pero también podía ser positivo. Dos padres podían ofrecer el doble de manos y el doble de ojos, el doble de amor.
–De acuerdo, bien. Tú ganas. Pero no le des demasiada azúcar o lo lamentarás.
Gavin nunca había estado tan cansado en su vida. Ni siquiera cuando había jugado en el equipo del colegio, ni cuando se había quedado sin dormir estudiando para un examen. Ni siquiera después de haberse pasado toda una noche haciendo el amor. ¿Cómo diablos podían los padres sobrevivir todos los días? ¿Cómo lograba Sabine cuidar de Jared sola, trabajar, dar clases de yoga? No era de extrañar que hubiera dejado de pintar, caviló.
Sin embargo, aunque estaba exhausto, había pasado uno de los mejores días de su vida.
Ver a Jared sonreír merecía todas las penas. Eso era el motor que impulsaba a todos los padres.
Aunque el día también había tenido sus accidentes. A Jared se le había caído el helado y se había puesto a llorar a todo pulmón. Para calmarlo, a él no se le había ocurrido otra cosa que comprarle una espada con luces. También había tenido que ir corriendo al baño con él justo cuando les había tocado su turno en la larguísima cola para comprar perritos calientes y palomitas. Sabine le había dicho que Jared estaba aprendiendo a ir al baño solo y que, cuando lo pidiera, tenían que hacerlo de inmediato. Así que habían acabado otra vez al final de la cola y habían tenido que esperar otros veinte minutos para saciar su hambre.
Pero el mundo no se había acabado. No había pasado nada terrible y, cada hora, le había enviado a Sabine un mensaje de texto para tranquilizarla.
Había sido un día lleno de emociones nuevas y, cuando llegaron al apartamento, el pequeño se había quedado profundamente dormido.
Gavin lo llevó en brazos a la puerta y llamó. Sabine no abría, así que giró el picaporte y, como estaba abierto, entró.
Esperaba encontrarla sumergida en sus pinturas. Sin embargo, estaba acurrucada en el sofá, dormida.
Gavin sonrió. Le había dicho que podía pasarse la tarde haciendo lo que quisiera. Debía de haberse imaginado que dormir estaría al principio de su lista de prioridades. Sin hacer ruido, llevó al niño al dormitorio, lo tumbó en la cama y lo dejó solo con los calzoncillos y la camiseta, como ella había hecho la noche anterior. Luego, lo tapó y apagó la luz.
Ella seguía dormida cuando volvió al salón. Gavin no quería irse sin despedirse, pero tampoco quería interrumpir su sueño. Así que se sentó a su lado y decidió esperar a que se despertara.
Le gustaba verla dormir. Muchas noches, se había quedado tumbado en la cama, observándola. Había memorizado cada uno de sus rasgos y sus curvas. Sabine tenía algo que lo había fascinado desde el primer día que la había visto.
Las semanas que habían pasado juntos habían sido intensas. Sabine le había contagiado su entusiasmo por la vida. Y él lo había adorado todo de ella, desde su radiante sonrisa hasta su pelo de los colores del arcoíris. Le había encantado encontrar siempre una mancha de pintura en su piel. Era tan distinta de las otras mujeres que había conocido…
Por primera vez en su vida, él había comenzado a abrirle su corazón a alguien. Había empezado a hacer planes con ella, a soñar con que su relación fuera permanente. Y no había estado preparado para su repentina ruptura.
Durante todo ese tiempo, no se había dado cuenta de algo esencial. Sabine no confiaba en él, ni para entregarle a su hijo ni para entregarle su corazón.
Lo cierto era que él nunca le había demostrado sus sentimientos y, con ello, había perdido la oportunidad de poder amarla. Sin embargo, quería volver a tenerla en su cama. Ansiaba acariciarle el pelo, que esa noche llevaba recogido en un moño en lo alto de la cabeza. Deseó tocarlo y verlo extendido sobre la almohada.
Posando los ojos en su cuerpo, cubierto solo con una fina camiseta y unos pantalones cortos, se dijo que estaba más hermosa que antes. La maternidad le había dotado de más curvas. Sus caderas redondeadas suplicaban ser acariciadas.
Entonces, Gavin se fijó en su rostro, que no parecía relajado del todo. Una fina línea de preocupación le cruzaba la frente. Tenía ojeras. Estaba agotada.
Él estaba decidido a hacerle la vida más fácil. Al margen de cómo terminara su relación, ella se merecía toda su ayuda.
–Gavin –susurró ella.
Cuando la miró, esperando encontrársela despierta, se dio cuenta de que estaba hablando en sueños. Él contuvo el aliento, esperando que hablara de nuevo.
–Por favor –musitó ella, removiéndose en el sofá–. Sí. Te necesito.
¡Estaba teniendo un sueño erótico con él!, se dijo Gavin, sin poder contener una instantánea erección.
–Tócame.
Él no pudo resistirse. En cuanto posó la mano en la suave curva de su pantorrilla, se le aceleró el pulso y le subió la temperatura. Ninguna otra mujer lo había excitado tanto.
–¿Gavin?
Sabine lo estaba observando confusa. Se había despertado. Pero, СКАЧАТЬ