Название: Maureen
Автор: Angy Skay
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Saga Anam Celtic
isbn: 9788416609475
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—Muy bien, nena —me animó.
No supe qué era lo que estaba haciendo bien, lo que sí recuerdo es que nuestros cuerpos sudorosos se rozaban con placer, nublándome. Me dejé llevar como él me había aconsejado. Aidan gimió con fuerza, se introdujo en mí con más intensidad y, al final y con cuidado, se dejó caer sobre mi cuerpo.
6
No sabía muy bien cómo había ido. Me lo habían contado mis amigas, habíamos hablado montones de veces de ello, pero para mí era la primera vez y descubrí que la teoría era una cosa, la práctica otra, y que Aidan tenía razón: cada persona es un mundo.
—¿Estás bien? —consiguió articular.
—Creo que sí —dije algo confundida.
—En serio, Maureen. —Alzó la cabeza y se puso serio—. ¿Estás bien?
—Sí —contesté sin dudar, pero estaba haciéndolo.
Intenté colocarme bien en la cama y busqué la sábana para taparme. De repente, volvió a darme pudor que me viera desnuda.
—Siento haber sido una alumna torpe —me excusé.
—De torpe no has tenido nada. Te has portado muy bien. —Me besó el hombro—. Mira, sé que no era lo que esperabas. A nadie le gusta su primera vez, pero te aseguro que a partir de ahora vas a disfrutarlo cada vez más.
—¿Más? —me sorprendió.
—Verás cómo sí. Todavía no has conocido lo que es un orgasmo. En cuanto lo sientas, verás que todo esto vale la pena.
—¿Tú lo tuviste? El orgasmo… Hoy, me refiero.
—Por supuesto que sí. —Me sonrió y tranquilizó—. Pero es más divertido cuando las dos personas lo gozan al mismo tiempo.
—Caray, Aidan. Estás convirtiéndote en todo un maestro del sexo para mí.
—Podrías practicar conmigo, si quisieras. —Volvió a sonreírme y me acarició la cara.
No dije nada, pero supuse que, si me invitaba a volver a tener sexo con él, era porque tampoco había sido tan mala, ¿no? Lo miré, le pasé la mano por la mejilla y lo besé.
—¿Por qué mi hermano no quiere que me relacione contigo?
—No sé, supongo que mi fama de chico malo no le gusta demasiado.
—¿Y por qué piensa que eres un chico malo?
—Digamos que todo el mundo tiene un pasado —respondió levantándose de la cama.
—Un pasado no demasiado lejano. Hace apenas unas semanas estabas en mi casa herido por un arma blanca.
—Maureen… No es momento de hablar de esas cosas. ¿Entendido? —dijo antes de entrar en lo que parecía un baño.
—Entendido. ¿Quién es Taragh?
La pregunta vino a mí como un resorte.
—¿Cómo? —No daba crédito a mi pregunta.
—El otro día cuando te curaba, mencionaste a una tal Taragh. Y ahí tienes un tatuaje con su nombre —le señalé el lugar del grabado.
—Eso a ti no te incumbe —me espetó, pero reaccionó al instante—. Perdona. No es nadie importante. Es alguien a quien no merece la pena mencionar y esto… —dijo mirando su nombre grabado en su piel—, en cuanto pueda, me lo borraré. Y sinceramente, si esto es una escena de celos…, más vale que lo dejemos aquí.
—No es ninguna escena de celos —me disculpé—. Era simple curiosidad. Lo siento, no volveré a preguntarte.
—Será lo mejor. Taragh es pasado, y no quiero que el pasado se interponga en mis planes de futuro. Zanjamos el tema, ¿de acuerdo?
—Sí, claro. —Asentí, sintiéndome algo ridícula.
Él tenía razón, aquello había sido un signo de celos, sin motivo, por cierto.
Cuando salió del baño, sentí la necesidad de entrar yo también. Me enrollé en la sábana, entré, me miré en el espejo y quedé quieta. «¿Tendría cara de no virgen?». Aquella pregunta me vino a la cabeza. Mi pelo estaba hecho un desastre. Me toqué la cara, el cuello, el vientre y al mirar abajo… ¡Mierda!
Una hilera de sangre bajaba por mi pierna. Confirmado, el efecto que mis amigas me habían dicho que pasaría en cuanto perdiera la virginidad. Ya no quedaba duda alguna. No sabía qué hacer. Miré alrededor para buscar algo con qué lavarme, hasta que perdí la vergüenza y asomé mi cabeza al dormitorio.
—¿Puedo ducharme? —le pregunté.
—Sí, claro. En el armario tienes toallas.
—Gracias. —Apenas se me oyó, ya que contesté desde dentro.
Miré el armario que me había indicado y allí había un par de toallas. Entré a la ducha y el remojo duró unos minutos. Mientras estaba dentro, escuché cómo hablaba con alguien por teléfono. «Mándamelo por email», pidió. Salí despacio. De repente, la vergüenza había vuelto otra vez. Me sentía como si hubiera hecho algo malo, aunque sabía que, en el fondo, era algo natural.
Él estaba mirando las fotos que había sacado horas antes.
—¿Tienes hambre?
—Tranquilo, llevo el almuerzo en la bolsa. Te recuerdo que esta mañana iba a clase. Por cierto…, ¿cómo vamos a hacerlo para el tema de mi justificante?
—Acabo de pedírselo a un amigo que entiende del tema.
—Aidan —intenté preguntarle algo mientras me vestía, pero sentía pudor.
—Dime. —No apartó la mirada del ordenador.
—¿Por qué te portas así conmigo?
—¿Así cómo? —Se dio la vuelta para mirarme.
—Seamos sinceros. En mi casa, no es que fueras la alegría de la huerta y más de una vez quise mandarte a paseo.
—Quisiste y lo hiciste —me cortó riendo.
—Hablo en serio. ¿Por qué ese cambio hacia mí?
—¿Cambio? —seguía sin comprender.
—Digamos que el chico malo del que me hablaste antes era la imagen que yo tenía de ti.
—¿Y ya no te resulto un chico tan malo?
—Sabes СКАЧАТЬ