Название: Seducidos por el amor - Un retorno inesperado - Nunca digas adiós
Автор: Кэрол Мортимер
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Omnibus Jazmin
isbn: 9788413751719
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–Por supuesto, nadie ha dicho nada de forma explícita –continuó explicándole Felicity excitada–, pero Gabe le ha dicho a Richard que le gustaría que se reunieran mañana a primera hora en su despacho –sonrió con placer–. Y estoy segura de que esta comida maravillosa ha servido para convencerlo –la miró con expresión conspiradora–. Me ha dicho que normalmente nunca come postre, pero yo le he convencido de que probara tu maravilloso mousse de chocolate blanco… ¡Y no ha dicho una sola palabra mientras devoraba el postre a dos carrillos! Cuando ha terminado estaba tan relajado que, en cuanto Richard le ha pedido que se vieran mañana, se ha mostrado de acuerdo.
Así que en realidad había sido Richard el que había solicitado la reunión, pensó Jane. Pero en fin, todo el mundo tenía derecho a permitirse alguna licencia poética en circunstancias difíciles. Richard Warner era el propietario de una empresa de ordenadores a punto de la quiebra y, por lo que Felicity le había contado a Jane, ese Gabe era un tiburón de los negocios capaz de arramplar con cualquier otra empresa sin pensar en las consecuencias. Al parecer, el hecho de que hubiera aceptado su invitación a cenar ya era más de lo que jamás habrían esperado de él.
A través de la información que Felicity le había transmitido, Jane había llegado a considerar al tal Gabe como un perfecto canalla con el que no le gustaría tener que hacer nunca un negocio. Pero los Warner no parecían tener otra opción.
–Me alegro mucho por ti, Felicity –le dijo con calor–. ¿Pero no crees que deberías volver con tus invitados? –y de esa forma ella podría comenzar a limpiar la cocina.
–¡Dios mío, claro que sí! –Felicity rio ante su propio olvido–. Estaba tan emocionada que tenía que venir a contártelo. Hablaremos más tarde –le dio a Jane un agradecido abrazo y salió corriendo de la cocina.
Jane sacudió la cabeza con pesar y comenzó a lavar los platos del postre. En otras circunstancias, Felicity y ella habrían llegado a ser amigas. Pero, en su situación, sabía que probablemente no volvería a ver a Felicity hasta que esta requiriera nuevamente sus servicios, si alguna vez lo hacía.
No le costaba nada admitir que era una vida extraña la que había elegido. Su hablar refinado y su exquisita educación, a los que había incluido, gracias a Dios, un curso de cocina cordon bleu, la distanciaban de mucha gente. Y, aunque fuera la propietaria de su negocio, el hecho de ser empleada por personas de la categoría de Felicity significaba que tampoco podría pertenecer nunca a aquellos círculos sociales.
Una vida extraña, sí, pero la única que le había proporcionado alguna satisfacción, a pesar de que a veces la hiciera sentirse terriblemente sola.
–En realidad es un auténtico tesoro –oyó decir a Felicity en el pasillo–. No sé por qué no abre su propio restaurante. Estoy segura de que sería un éxito –su voz fue oyéndose cada vez más cerca y finalmente Felicity entró en la cocina–. Jane, uno de nuestros invitados está deseando conocerte –anunció feliz–. Creo que se ha enamorado perdidamente de tu forma de cocinar.
No hubo ninguna advertencia previa. Ningún signo. Ni campanas de alarma. Nada que la advirtiera a Jane de que su vida estaba a punto de volverse del revés por segunda vez en tres años.
Tomó un paño de cocina para secarse las manos y fijó una sonrisa en los labios antes de volverse. Sonrisa que se heló en su boca al ver al hombre que Felicity había llevado a la cocina.
¡No!
¡No podía ser él!
¡No podía ser!
Ella era una mujer independiente. Libre.
No podía ser él. No podría soportarlo después de lo mucho que le había costado conquistar su libertad.
–Este es Gabriel Vaughan, Jane –lo presentó Felicity inocentemente–. Gabe, aquí tienes a nuestra maravillosa cocinera de esta noche: Jane Smith.
¿Así que el Gabe del que Felicity había estado hablando durante toda la tarde era Gabriel Vaughan?
Por supuesto que sí. El mismísimo Gabriel Vaughan estaba cruzando en ese momento la cocina para acercarse a una completamente paralizada Jane. Estaba más viejo, por supuesto. Sin embargo, las duras facciones de su rostro continuaban pareciendo haber sido esculpidas sobre granito, a pesar de la sonrisa que en ese momento le estaba dedicando.
–Jane Smith –la saludó Gabe en un tono de voz que encajaba perfectamente con la rigidez de su rostro.
Debía de tener ya treinta y un años. Tenía el pelo ligeramente largo y los ojos de mirada intensa y un color azul casi idéntico al del mar de las Bahamas.
–¿O puedo llamarte Jane? –añadió con encanto. El acento americano parecía suavizar la dureza de su voz.
El traje negro y la camisa blanca que Gabriel Vaughan llevaba no conseguían ocultar en absoluto la perfección del cuerpo que cubrían. Era más alto que cualquiera de los hombres que Jane conocía, tanto que Jane tenía que inclinar la cabeza para poder ver su rostro. Un rostro que parecía haberse vuelto más sombrío con los años, a pesar de la encantadora sonrisa que Gabe le estaba dirigiendo en ese momento.
Oh, Paul, se lamentó Jane para sí. ¿Cómo podría haber pensado nunca que podía enfrentarse a aquel hombre y ganar?
–Sí, puede llamarme Jane –contestó en el tono suave y tranquilo que había aprendido a utilizar durante los últimos tres años. Aunque la sorprendía ser capaz de hacerlo en aquellas circunstancias.
Estaba hablando con Gabriel Vaughan, el hombre que había irrumpido en su vida como si fuera un tornado y que, estaba completamente segura, jamás se había parado a pensar en los destrozos que había dejado tras él.
–Me alegro de que haya disfrutado de la cena, señor Vaughan –añadió, deseando que saliera cuanto antes con su anfitriona de la cocina. A pesar de la calma que aparentaba, las piernas le temblaban y dudaba de que fueran capaces de sostenerla durante mucho tiempo.
–Tu marido es un hombre con suerte –añadió Gabe suavemente.
Jane resistió a duras penas el impulso de desviar la mirada hacia su mano izquierda para mostrarle que no había en ella ninguna alianza.
–No estoy casada, señor Vaughan –contestó.
Gabe la miró fijamente durante unos segundos que a Jane se le hicieron interminables. Era consciente de todo lo que Gabe podía ver: el pelo insulsamente castaño que se había recogido con una cinta de terciopelo negro. El rostro pálido y sin maquillar, dominado por sus enormes ojos oscuros y una figura bastante más delgada que la última vez que se habían visto, aunque la blusa de color crema y la falda negra que se ponía para trabajar no hicieran nada por realzarla.
–¿Puedo decir entonces –murmuró Gabriel con voz ronca– que es algo por lo que muchos deberíamos felicitarnos?
–Querido Gabe –bromeó Felicity–, voy a empezar a pensar que estás coqueteando con Jane.
Gabe le dirigió a su anfitriona una mirada burlona.
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