Crimen y castigo. Fiódor Dostoyevski
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Crimen y castigo - Fiódor Dostoyevski страница 14

Название: Crimen y castigo

Автор: Fiódor Dostoyevski

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Colección Oro

isbn: 9788418211355

isbn:

СКАЧАТЬ del señor Lujine. Piensan que él mismo les ofrecerá su ayuda y les rogará que lo acepten. ¡Sí, sí!... Esto es muy natural en dos espíritus bellos y románticos. Hasta el último instante les presentan un caballero con plumas de pavo real y no desean mirar más que el bien, jamás el mal, a pesar de que esas plumas no sean sino el dorso de la medalla; no desean llamar a las cosas por su nombre anticipadamente; la sola idea de hacerlo les resulta inaguantable. Con todas sus fuerzas no aceptan la verdad hasta el instante en que el caballero idealizado por ellas les da un golpe en el rostro. Me encantaría saber si el señor Lujine está condecorado. Estoy completamente seguro de que tiene la cruz de Santa Ana y se engalana con ella en los banquetes brindados por los empresarios y los grandes negociantes. No me cabe la menor duda de que también la lucirá el día del matrimonio... En fin, ¡que se vaya al demonio!

      “Esto lo puedo aceptar en mamá, que es de esa manera, pero en Dunia no tiene ninguna explicación. Mi querida Dunetchka, te conozco muy bien. Cuando te vi por última vez tenías casi veinte años, y sé perfectamente cómo es tu temperamento. En su misiva mamá dice que Dunetchka tiene tal entereza que es capaz de aguantarlo todo. Yo ya sabía esto: sé, desde hace dos años y medio, que Dunetchka puede aguantarlo todo. El hecho de que haya logrado aguantar al señor Svidrigailof y todos los problemas y dificultades que este individuo le ha provocado evidencia que, efectivamente, es una mujer de mucha entereza. Y ahora supone, como mamá, que de igual manera podrá aguantar a ese señor Lujine que defiende la teoría de la supremacía de las mujeres tomadas en la pobreza y para las que el esposo se transforma en un benefactor, algo que manifiesta (es un detalle que hay que recordar siempre) en su primera visita. Aceptemos que las palabras se le escaparon, pese a ser un caballero sensato (probablemente no se le escaparon, ni mucho menos, a pesar de que él lo dejara entrever de esa manera en las explicaciones que dio rápidamente). Pero ¿Dunia qué se propone? Se dio cuenta de cómo es este caballero y sabe que, si se casa, tendrá que compartir su vida con él. No obstante, es una mujer que viviría de agua y pan duro antes que vender su libertad moral y alma: no las cambiaría por todo el oro de la Tierra, no las sacrificaría a las comodidades ni a los lujos, y mucho menos, lógicamente, por el señor Lujine. No, la Dunia que yo conozco es diferente a la de la misiva, y estoy completamente seguro de que no cambió. Ciertamente, su existencia era muy dura en casa de Svidrigailof; no es nada agradable pasar la vida entera trabajando como institutriz por doscientos rublos anuales; pero no tengo dudas de que para mi hermana sería preferible trabajar con los negros de un hacendado o con los criados letones de un alemán del Báltico, que corromperse y perder la dignidad atando su existencia por asuntos de interés con un hombre al que no ama y con el que no coincide en nada. Dunia no accedería a ser su legítima concubina aunque el señor Lujine estuviera hecho de brillantes y oro puro. Entonces, ¿por qué lo aceptó?

      “¿Qué enigma es este? ¿Dónde se encuentra la clave del misterio? Esto no puede estar más claro: ella nunca se vendería por sí misma, por su prosperidad, ni siquiera por librarse de morir. Pero lo está haciendo por otro; se vende por alguien a quien ama. Aquí se explica el enigma: está dispuesta a venderse por su hermano y por su madre... Al llegarse a esto, incluso estamos violentando nuestras convicciones más puras. La persona coloca en venta su serenidad, su conciencia, su libertad. “Muera yo con tal que las personas que amo sean dichosas”. Nos fabricamos, además, una casuística sutil y rápidamente nos convencemos a nosotros mismos de que nuestro comportamiento es insuperable, de que era necesario, de que la excelencia del objetivo justifica nuestra actuación. Somos de esa manera. Todo, como la luz, está muy claro.

      “En este caso es innegable que solamente se trata de Rodion Romanovitch Raskolnikof: el primer plano lo ocupa él. ¿Cómo brindarle la dicha, dejarlo proseguir los estudios universitarios, relacionarlo, asociarlo con un caballero bien ubicado, asegurar su futuro? Transcurrido el tiempo, quizá llegue a ser un caballero muy rico, respetado, lleno de honores, e incluso puede finalizar su existencia en pleno renombre y popularidad... ¿La madre qué dice? ¿Pero qué ha de decir? Se está hablando de Rodia, de Rodia, el incomparable, del primogénito. Aunque esta hija sea una Dunia, ¿cómo no debe sacrificar al hijo mayor la hija? ¡Oh seres amados e injustos! Sin duda, aceptarían incluso el destino de Sonetchka, Sonetchka Marmeladova, la inmortal, la eterna Sonetchka, que durará tanto como lo hará el mundo. Pero ¿han medido bien el tamaño del sacrificio? ¿Saben lo que significa? ¿No es excesivamente duro para ustedes? ¿Acaso es útil? ¿Vale la pena? ¿Es sensato? Dunetchka, debes saber que el destino de Sonia no es más espantoso que la existencia junto al señor Lujine. Mamá dijo que este no es un casamiento de amor. ¿Y qué sucederá si, además de no existir amor, tampoco hay aprecio, ya que, por el contrario, ya existe el desprecio, la antipatía, el espanto? ¿A esto qué me dices?... Habrá que mantener la “limpieza”.

      “Sí, eso es. ¿Entienden lo que significa esta limpieza? ¿Saben que para Lujine esta limpieza no es diferente en nada a la de Sonia? Incluso se puede decir que es peor, ya que, si se mira bien, en tu caso, Dunia, hay alguna esperanza de lujo, comodidades, de cosas superfluas, cierto resarcimiento, en fin, mientras que en el caso de Sonia, simplemente se trata de no fallecer de hambre. Esta “limpieza” es costosa, Dunetchka, muy costosa. ¿Y qué ocurrirá si el sacrificio es mayor a tus fuerzas, si sientes remordimiento por lo que has hecho? Entonces todo se convertirá en lágrimas derramadas secretamente, una amargura sin fin y maldiciones, porque tú no eres una Marfa Petrovna, a fin de cuentas. ¿Y, entonces, qué será de mamá? Ten presente que ya se siente intranquila y angustiada. Cuando vea las cosas con toda claridad, ¿qué será? ¿Y yo? ¿Qué será de mí? Porque, realmente, no han pensado ni un poco en mí. ¿Por qué? Yo no deseo tu sacrificio, Dunetchka; no lo deseo, mamá. Mientras yo viva este matrimonio no se realizará. ¡No, no lo aceptaré!”.

      De repente regresó a la realidad y se paró.

      “Dices que el casamiento no se llevará a cabo, pero ¿qué harás para evitarlo? Y ¿con qué derecho podrás impedirlo? Tú les dedicarás toda tu existencia, todo tu futuro, pero cuando hayas finalizado los estudios y estés situado. Eso ya sabemos lo que significa: solamente son castillos en el aire... En este momento, de inmediato, ¿qué harás? Por lo tanto es en este instante cuando debes hacer algo, ¿no entiendes? ¿Y entonces qué es lo que haces? Las estás arruinando, ya que si te han podido enviar dinero ha sido porque una pidió un préstamo sobre su pensión y la otra un adelanto de su sueldo. Tú, futuro millonario imaginario, Zeus de fantasía que te arrogas el derecho de disponer de su destino, ¿cómo las librarás de los Atanasio Ivanovitch y de los Svidrigailof? Tu madre, en diez años, habrá tenido tiempo para perder la visión bordando, cosiendo y llorando, y la salud a fuerza de privaciones, miseria y carencias. ¿Y de Dunia qué me dices? ¡Vamos, intenta imaginarte lo que, dentro de diez años o en el transcurso de estos diez años, será tu hermana! ¿Has entendido?”.

      Haciéndose estas preguntas se atormentaba y, al mismo tiempo, sentía una especie de placer. No podían asombrarlo, porque no eran nuevas para él: eran antiguos asuntos familiares que ya le habían hecho padecer cruelmente, tanto, que su corazón estaba destrozado. Esta angustia que le atormentaba hacía ya mucho tiempo que había nacido en su alma. Después había ido creciendo, desarrollándose y recientemente daba la impresión de que se había abierto como una flor y adoptado la forma de una aterradora, fantástica y feroz pregunta que lo torturaba incesantemente y le exigía una respuesta de manera imperiosa.

      Como un relámpago había caído la carta de su madre sobre él. Era notorio que ya no había tiempo para quejas ni sufrimientos inútiles. No era momento de razonar sobre su incapacidad, sino que debía actuar de inmediato y lo más rápido posible. Costara lo que costara, tenía que tomar una decisión, una cualquiera. Tenía que hacer esto o...

      —¡Renunciar a la auténtica existencia! —dijo casi delirando—. Admitir el destino resignadamente, admitirlo tal como es y para siempre, asfixiar todas las aspiraciones, desistir de manera definitiva del derecho de actuar, de amar, de vivir...

      “¿Usted entiende lo que significa no tener adónde ir?”. Estas fueron las palabras que había pronunciado Marmeladof la víspera y de las que Raskolnikof СКАЧАТЬ