Todos los capítulos de este libro evidencian una enorme atención al contexto, a las circunstancias concretas a las que las Iglesias respondían. Pero también comparten una misma perspectiva, al partir de una interpretación religiosa de esas respuestas; “desde dentro”, podríamos decir. Se toman en serio la religión porque tiene importantes repercusiones sociales, porque proporciona una forma de entender grandes procesos de cambio social y político, y, fundamentalmente, porque a muchos seres humanos les sirve para intentar dar sentido a su vida y a la experiencia de la violencia. Los autores de este libro tratan de ver el mundo con los ojos de los creyentes, para después “traducir” sus percepciones, justificaciones y lógicas de respuesta al lenguaje laico del análisis académico. En este sentido, creemos que el presente volumen, al plantear la violencia que sufre Latinoamérica desde una perspectiva religiosa, amplía la perspectiva sobre su naturaleza, sus causas y posibles antídotos, yendo más allá de las explicaciones propias de las ciencias sociales.
Introducción
Alexander Wilde
“Veo a la Iglesia como un hospital de campaña después de la batalla… Hay que curarle las heridas... curar las heridas… y hay que comenzar por lo más elemental.”
—Papa Francisco, Roma, septiembre de 2013
“Vivimos en un país en guerra… ¡Tanto dolor, tantos seres amados muertos! Esos jóvenes viven en grupos armados, ¿cómo sacarlos del conflicto? Tiene que haber una solución… En nuestro trabajo buscamos… transformar a la persona. Le tendemos la mano a la persona allí mismo donde está.”
—Padre José C., Urabá, Colombia, junio de 2013
En la América Latina actual sorprenden por igual la violencia y la religiosidad. Durante el medio siglo pasado la región ha dejado de caracterizarse por la inestabilidad política y las dictaduras para dar paso a gobiernos elegidos en las urnas, en tanto que sus sociedades y economías experimentaban profundos cambios, aunque los elevados niveles de violencia seguían siendo un persistente problema. Durante ese mismo período, la religión ha demostrado un asombroso dinamismo como fuerza social. Este libro, fruto de un proyecto de colaboración de dos años que ha investigado la repercusión social de las respuestas religiosas activas ante la violencia, lo alentó el deseo de comprender mejor la llamativa coincidencia de esos fenómenos y la relación entre ambos.[1] Los diferentes capítulos ponen de manifiesto un abanico de respuestas de las Iglesias cristianas y de sus integrantes, unas y otros guiados por su fe, pero el principal objetivo del libro es arrojar luz sobre la vitalidad religiosa orientada a una acción constructiva, más concebida para mitigar la violencia que para utilizarla o justificarla.
La violencia fue una dimensión definitoria de la historia latinoamericana durante las décadas de 1970 y 1980, y hoy en día, en muchos sentidos, la región sigue siendo una de las más peligrosas del mundo. Los datos actuales sobre homicidios, agresiones, actos de violencia policial y secuestros son alarmantes, y en las encuestas la criminalidad encabeza la lista de preocupaciones de la población. Los indicadores no llegan a reflejar la profunda sensación de inseguridad en la que, para muchas personas, se enmarca la vida cotidiana. Durante ese mismo período, la religión ha experimentado una extraordinaria renovación en cuanto dimensión vital y social en Latinoamérica. A consecuencia del Congreso Vaticano II (1962-1965), la Iglesia católica asumió una activa misión social, con nuevos ministerios pastorales, y originales e influyentes, pero también polémicas, teologías. En muchos lugares defendió públicamente los derechos humanos frente a regímenes represivos. Por toda la región surgieron, a una velocidad nunca vista en la historia, Iglesias evangélicas y pentecostales que ponían en cuestión siglos de dominio cultural católico. En las zonas populares de las ciudades y el campo latinoamericanos sus templos se han convertido en una presencia característica y constante. Estos profundos cambios que afectan al cristianismo católico y protestante permiten atisbar la vitalidad de la religión como fuerza social.
A partir de finales de la década de 1960 y hasta la de 1980 —un período de regímenes represivos y violentos conflictos civiles— la Iglesia católica tuvo una importante presencia pública en muchos países. En esa época la violencia se consideraba mayormente un fenómeno político: era algo que los regímenes autoritarios utilizaban para mantenerse en el poder, en muchos casos frente a movimientos guerrilleros que recurrían a las armas para derrocarlos. El entorno internacional de la Guerra Fría y la frecuente intervención de Estados Unidos en la región fueron el telón de fondo de esos conflictos, y ambos bandos se envolvieron en ideologías políticas para legitimar su recurso de la violencia. En ese contexto los católicos también estaban divididos, mostrando distintas opiniones sobre la legitimidad de quienes se servían de la violencia. Los progresistas simpatizaban con los guerrilleros revolucionarios que pretendían derrocar a dictaduras que representaban al poder establecido. Los conservadores apoyaban a las autoridades existentes y justificaban la represión estatal. Pero, para la mayoría de los católicos que pasaron a la acción, la preocupación primordial eran los sufrimientos que ocasionaba la violencia, tanto la que se ejercía en nombre de la seguridad nacional como la que se hacía en nombre de la revolución. Con el tiempo, muchos encontraron en los derechos humanos una nueva base para proclamar el compromiso cristiano con la defensa no violenta de la vida humana y la denuncia de la “violencia estatal” de los regímenes represivos.
Desde la década de 1980, en toda Latinoamérica los regímenes autoritarios fueron sustituidos por gobiernos elegidos en las urnas. En el contexto más abierto y fragmentado de las “democracias reales”[2] (Schmitter, 2009; cf. O’Donnell, 2004), sigue habiendo violencia pero se suele considerar que es un fenómeno más social que político. Las mafias criminales y las pandillas juveniles son las manifestaciones más identificables de una sensación de inseguridad muy extendida. A los gobiernos surgidos de las urnas se los acusa con frecuencia de corrupción y de complicidad con esos actores, pero en general, y al contrario que en el período de los regímenes autoritarios, no se suele considerar que el propio Estado sea el origen principal de la violencia. Esta es la razón de que, en parte, las reacciones religiosas ante el fenómeno carezcan del carácter dramático del pasado y de que las Iglesias sean menos visibles en la vida política. Del mismo modo, los estudios sobre religión son más diversos y están más dispersos que los de la época anterior (enmarcados, por ejemplo, en debates relativos a la teología de la liberación).
Con todo, las Iglesias están afrontando la violencia actual de formas muy distintas entre sí y con importantes iniciativas. Como este volumen demuestra, sus enfoques y perspectivas pueden complementar —o contradecir— las de los gobiernos, los organismos internacionales, las asociaciones de la sociedad civil y las del conjunto de la población. Estos nuevos estudios hacen un especial hincapié en el carácter religioso de sus reacciones —en cómo relacionan su misión y su fe con la violencia en distintos contextos—, con el fin de comprender mejor cómo y por qué han pasado a la acción. Este enfoque también arroja luz sobre dimensiones desatendidas СКАЧАТЬ