Un jefe soltero. Pamela Ingrahm
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Un jefe soltero - Pamela Ingrahm страница 5

Название: Un jefe soltero

Автор: Pamela Ingrahm

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Jazmín

isbn: 9788413751511

isbn:

СКАЧАТЬ diera un gruñido. Madalyn no tenía que leer el nombre en las bolsas para saber que eran de Fong, su restaurante chino favorito.

      Philip debió oír al chico y salió de su despacho.

      –Philip…

      –No quiero discusiones. Te he hecho trabajar como una esclava el día de tu cumpleaños y esto es lo mínimo que podía hacer para desagraviarte.

      –No tenías que hacerlo.

      Una sonrisa transformó la cara del hombre y el corazón de Madalyn dio un vuelco.

      Quizá aquel trabajo no era buena idea. Quizá debería seguir buscando hasta encontrar un jefe que fuera diez centímetros más bajito que ella y con cara de sapo. Cualquiera, excepto aquel hombre alto, fuerte y que, cuando sonreía, podía iluminar una habitación entera.

      Pero se dijo a sí misma que debía comportarse con normalidad, tomar la comida china y después irse a casa.

      –¿Cómo has sabido que Fong era mi restaurante favorito?

      –Es el restaurante favorito de todo el mundo. La verdad es que no tenía ni idea, pero has dicho que te gustaba la comida china y esta es la mejor comida china al oeste de Pekín, de modo que… –sonrió él. Madalyn sabía que no hablaba metafóricamente. Seguramente había estado en Pekín una docena de veces y sabía exactamente quién servía la mejor comida china en Estados Unidos. Philip acercó una silla al escritorio y tomó un plato de ternera con brotes de soja–. Cuéntame algo sobre ti, sobre tu familia… ¡Espera! Olvídalo. Mi abogado me ha amenazado con cortarme la cabeza si me atrevo a hacerle preguntas personales a mis empleados.

      Madalyn tuvo que sonreír.

      –De ese modo evitas demandas por discriminación.

      Philip asintió, tomando un pedazo de ternera con los palillos.

      –A veces creo que nos estamos pasando con eso de lo políticamente correcto. No soporto tener que medir cada palabra.

      –Me sorprende que digas eso –dijo Madalyn–. Con tu reputación, habría creído que estás acostumbrado a esas cosas.

      –Esas cosas, como tú lo llamas, le están quitando diversión al trabajo.

      –No te preocupes. No me has ofendido y prometo no demandarte.

      –Me alegro. Háblame de ti, Madalyn Wier.

      –¿Qué quieres saber?

      –Todo. Empieza por lo más habitual, de dónde eres y esas cosas.

      Madalyn no tenía reparos en darle información, pero no esperaba que él mostrara auténtico interés. Después de algunos detalles sin importancia sobre su vida, sin duda la conversación versaría sobre Philip Ambercroft. Y se alegraría, porque siempre se había sentido fascinada por aquel hombre. Deseaba saberlo todo de él y tener la pelota en su tejado era realmente desconcertante.

      –Me crié en un pueblo muy pequeño. En Asulta, Louisiana.

      –No lo conozco.

      –Claro que no –rió ella–. La única industria de Asulta es una fábrica de tejidos en la que trabaja todo el pueblo. Bueno, excepto mi padre.

      –¿Qué hace tu padre?

      –Era el conserje del colegio hasta que murió, cuando yo tenía ocho años.

      –Lo siento.

      –¿Sientes que fuera conserje o que muriera cuando yo tenía ocho años?

      Cuando Philip sonrió, su cara sufrió una transformación que la dejó cautivada. Madalyn tuvo que recordarse a sí misma que no podía dejarse cautivar por su nuevo jefe… aunque fuera un jefe temporal.

      –Siento que perdieras a tu padre –clarificó él con sinceridad, a pesar de la sonrisa–. Yo perdí al mío cuando estaba en la universidad y me resultó difícil. Debió de ser terrible perder a tu padre a los ocho años.

      –Sí –admitió ella–. Yo fui una sorpresa en la vida de mis padres y tengo que confesar que me mimaron mucho.

      La expresión del hombre se volvió irónica.

      –Veo que hemos tenido una infancia muy diferente.

      –Desde luego –rió ella de nuevo–. Yo no vi una pista de tenis hasta que cumplí los quince años.

      –No me refería a eso –replicó él–. Estoy intentando imaginarme a mi padre mimándome y la imagen no me cuadra.

      –No sé qué decir –murmuró ella, un poco incómoda. Estaba segura de que no era habitual que un hombre tan poderoso como Philip Ambercroft hiciera aquel tipo de comentario sobre su familia.

      Philip sacudió la cabeza como si se diera cuenta de lo que acababa de decir.

      –Lo siento –murmuró. Lo había dicho con un tono tan sincero que la enterneció–. No quería ponerme sensiblero.

      Sensiblero no era el término que ella habría usado.

      Introspectivo, quizá, pero era eso lo que llamaba su atención. La imagen que estaba empezando a tener de él entraba en conflicto con la que se había hecho en su mente. Había esperado alguien frío y calculador, alguien que no recordase el pasado y, sin embargo, se encontraba frente a un hombre encantador, con un magnetismo que no debía subestimar.

      Philip dejó el plato sobre la mesa y se quitó la chaqueta para estar más cómodo. La camisa de seda se apretaba sobre su torso y a Madalyn se le quedó la boca seca. Aquel hombre era un sueño. Quizá era su imaginación, pero se parecía enormemente a su actor favorito, aunque el señor Brosnan podría discutir el parecido. Aun así, con una ligera sombra de barba y el pelo oscuro ligeramente despeinado, tenía que reconocer que Philip Ambercroft se parecía a James Bond.

      –Cuéntame cuál fue tu mejor día de cumpleaños –dijo él, interrumpiendo sus locos pensamientos.

      –Creo que el día que cumplí ocho años, antes de que muriera mi padre –contestó Madalyn después de pensar un momento–. Había una feria en el pueblo y mi padre me dejó subir a todas las atracciones. Incluso monté en un poni, ¿sabes? Esos que dan vueltas alrededor de un círculo. Para mí fue muy emocionante porque nunca había visto un caballo de cerca. ¿Y el tuyo?

      –Cuando cumplí dieciséis años, en un internado en Suiza –contestó él–. Mis padres no pudieron ir y me pasé todo el fin de semana esquiando. Sin vigilancia, sin deberes, fue maravilloso.

      –¿Pasaste el día tú solo? Suena un poco triste.

      –En absoluto. Fue la primera vez que mi cumpleaños no se convirtió en una especie de prueba para ver si me estaba haciendo un hombre.

      Madalyn imaginó la presión que Philip había debido sufrir en su infancia. La imagen era aterradora y él había conseguido evocarla con una sola frase. De nuevo, se sintió sorprendida por la tranquilidad con que aquel hombre hablaba de su vida personal.

      –Lamento oír eso. Las СКАЧАТЬ