A la salud de la serpiente. Tomo II. Gustavo Sainz
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Название: A la salud de la serpiente. Tomo II

Автор: Gustavo Sainz

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Biblioteca Gustavo Sainz

isbn: 9786078312054

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СКАЧАТЬ nosotros, insistimos, es un asunto terminado, porque las madres de familia se dieron por satisfechas y “más vale no meneallo” como decía el Quijote. Hacemos la cita porque Enrique está empeñado en comparar a Cervantes con los carretoneros de ayer y hoy. Cosas de la juventud, a la que alguien le ha metido en la cabeza que es la más indicada para regir el mundo.

      Pasemos a la otra aclaración (siguen cinco párrafos más sobre el pri, la universidad local y los agitadores profesionales…)

      y en eso golpearon en la puerta con suavidad, tres, cuatro veces, como si temieran no despertarlos pero también como si hubieran golpeado en el fondo del cerebro del Carretonero de Ayer y Hoy, sobresaltándolo tantas veces como golpes habían sonado en esa puerta como verdaderas llamadas de atención, desacralizándolo, rompiendo lo armónico de sus evocaciones, confrontándolo, oh, era Carlos Cortínez, buenas noches desde atrás de sus gruesos anteojos y con ligero acento chileno, ¿no estabas dormido?, yo no, o no sé, a lo mejor estoy en medio de una pesadilla, pero Ambrosia sí, no hables muy fuerte, no alces la voz, ¿qué se te ofrece?, bueno, nuevas disculpas, pero a la vez cierto cinismo, cierta familiaridad, inusitada confianza, acabo de salir del teatro, venía a contarte, te tengo que contar, la representación estuvo fantástica, tienes que ir, no sabía que los estudiantes de aquí eran tan brillantes, mira, más que profesionales, estupendos, casi escalofriante de tan buena, ¿qué obra?, Entertaining Mr. Sloane, de Joe Orton, yo no sabía que al autor lo habían asesinado a martillazos mientras dormía dijo Cortínez, como buscando su asombro, lo leí en el programa, lo mató el amigo con quien vivía, Kenneth Halliwell seguía Cortínez, quien a su vez se envenenó con barbitúricos el año pasado, todo esto como si tratara de venderle esta información, interponiendo un pie para que no pudiera cerrar la puerta e inclinando el cuerpo hacia adelante para forzar la invitación a pasar, invadiendo su espacio personal, resquebrajándoselo, y seguía, el funeral fue un poco ridículo, fíjate que lo cremaron al compás de esa canción de los ­Beatles, Un día en la vida, su canción favorita, y para colmo el asesino y el asesinado habían testado recíprocamente, el uno en beneficio del otro, ¿lo puedes creer?, de modo que el enredo legal todavía está debatiéndose, ¿de veras?, en serio, ¿puedo pasar?, bueno, está bien, entra un ratito nada más, pero no hagas mucho escándalo porque yo también tengo sueño y me quiero ir a acostar, ¿pues que no te acabas de levantar?, un poco impertinente, impositivo, invasor, inquisitorial, ah, ¿y me puedes prestar ese librito con todos los verbos castellanos conjugados?, para no decir que sí el Carretonero de Ayer y Hoy contó un episodio que llevó a la cárcel a Orton cuando tenía 17 años, fíjate que lo descubrieron en la biblioteca pública pegoteando fotografías de hombres y mujeres desnudos, obscenos, pornográficos, en los libros más inocentes y más solicitados, y tuvo que quedarse en la cárcel durante seis meses, pero Cortínez lo visitaba a esas horas seguramente no para conversar, sino para ver a Ambrosia que le gustaba de más, y si ella estaba dormida, como pasaba casi siempre, Cortínez hablaba fuerte, vociferaba, abjuraba, excomulgaba, reconciliaba casi a gritos, con el subterfugio de cierto pretendido interés en escribir una novela, y miradas rápidas, oblicuas, supuestamente desinteresadas al espacio adonde podría aparecer Ambrosia, y ¿qué es una novela para ti?, le preguntaba el Carretonero de Ayer y Hoy, Cortínez no era becario del International Writing Program, era un estudiante de la Universidad que vivía al final del cuarto piso, en ese mismo pasillo del Mayflower, a un lado de Alfredo y Pía Veiravé (por cierto había otro poema de Veiravé a propósito de esta época, titulado Objetos no identificados:

      Caminando en círculo alrededor del globo

      terráqueo, relatando el viaje

      en todas las lenguas posibles

      del orgullo, de la indiferencia, de la pasión

      estoy otra vez en un jardín inmóvil

      donde

      hay muchos objetos no identificados

      unas inocentes cebras listadas bajo los abedules

      pálidos huéspedes enfermos en el dorso del disco

      el ojo de Polifemo bajo la flor

      del jacaranda

      un monstruo de vidrio con botones

      un héroe homérico que muere a la orilla del mar

      las hojas del gomero bajo la lluvia

      la fórmula química del arco iris…

      En esta lista debo agregar

      desde el domingo pasado

      la leve, mágica nieve de Iowa)

      y Carlos Cortínez participaba o pretendía participar en la mayor cantidad de eventos del Programa, que por lo demás carecía de actividades fuera de una reunión semanal, los miércoles por la tarde, donde uno de los becarios contaba para los demás cómo era la vida literaria en su país y hablaba discretamente de sí mismo, reuniones bastante divertidas, más delirantes según lo exótico de cada país, y que el Carretonero de Ayer y Hoy gozaba particularmente porque él era el último orador, dado que era el más joven del equipo, y tenía su turno hasta el segundo miércoles de mayo de 1969, pero Cortínez, que tomaba muy en serio las clases de Gordon ­Brotherston, había escrito una docena de poemas y un par de artículos críticos, y tenía ideas tan ortodoxas como pensar que las novelas implicaban siempre la resolución del problema del individuo en una sociedad abierta, y contaba particularmente con frases precisas para provocar al Carretonero de Ayer y Hoy y meterlo en meandros bizantinos, confrontaciones que el Carretonero de Ayer y Hoy había aprendido a no enfrentar, ni tolerar ni visitar sino de muy lejos, prefiriendo rumiar una vez a solas, pues no toleraba las visitas más de unos cuantos minutos, cómo habría seguido la discusión, o cómo caería en alguna próxima discusión alguna de sus despeinadas ideas, como aquella de la novela como un movimiento lingüístico y estructural, necesario e incesante, rítmico y con velocidad calculada, de lo conocido a lo desconocido, una verdadera aventura, lo que esperaba corroborar con una cita de Genet, quien decía a propósito de alguien que “si sabes de dónde sales y sabes a dónde llegas, eso no es una aventura literaria, sino un trayecto en autobús”, o aquella otra de la historia de la novela como la historia del rechazo y la modificación inclemente de las formas narrativas, una y otra vez, o la pregunta tantas veces formulada con pequeñas variantes ¿por qué el artista no se contentaba con el ensueño, por qué tenía la necesidad de ofre­cérselo a los demás?, aunque a veces Cortínez animaba otra clase de argumentos, otros intereses al parecer genuinos, y eran de esa clase de intereses que el Carretonero de Ayer y Hoy nunca podía rechazar, pues se anunciaban casi siempre como insolubles problemas literarios, por ejemplo, como la posibilidad de una novela futura, y Cortínez, que era un sabio manipulador, lo provocaba más que bien con una frase como “escribí una novelita breve cuando era muy joven”, ¿de veras? (ojos azorados del Carretonero de Ayer y Hoy, que se arrojaba los cabellos hacia atrás como para destapar los oídos), sí ¿y la publicaste?, uno frente al otro, los dos en las sillas reclinables a un lado del larguísimo escritorio, el Carretonero de Ayer y Hoy a veces recargando un brazo sobre el teclado de su máquina de escribir, no, susurraba Cortínez empezando a subir la voz, no creo que valiera nada, salvo un personaje de nombre estrambótico que bauticé con letras rebuscadas febrilmente una noche de insomnio: Kaatziza; silencio estupefacto del Carretonero de Ayer y Hoy que advertía estar frente a una situación absolutamente existencial, pues por más que revisaba tres o cuatro posibilidades no atinaba a saber hacia dónde iba Cortínez, y Cortínez se reacomodaba sus gruesos anteojos, lo miraba interrogativo y pausadamente, como si intentara evitar localismos chilenos, con una cadencia ligeramente hipnótica que a veces provocaba СКАЧАТЬ