Название: Los Hermanos Karamázov
Автор: Fiódor Dostoyevski
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Colección Oro
isbn: 9788418211409
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—¿Quiere eso decir que habla usted por nosotros y que nos toma por socialistas? —dijo casi brutalmente el padre Paissi, uno de los monjes.
Antes que Miúsov pudiese contestar, se abrió la puerta, y entró Dmitri Fiódorovich.
Como nadie le esperaba, su repentina entrada sorprendió a todos.
Dmitri era un joven de estatura media, de aspecto agradable, al cual no se le habrían supuesto más de veinte años.
Era de musculatura fortísima, y parecía tener un gran vigor físico, no obstante su rostro magro y enfermizo, sus mejillas hundidas y su color amarillento. Sus grandes ojos negros tenían una expresión obstinada y vaga al mismo tiempo. Aun cuando se agitaba colérico, los ojos conservaban dicha expresión distinta a la de su fisonomía. Por tanto, hubiera sido muy fácil penetrar su pensamiento en contra de su voluntad.
En cuanto a lo demás, aquel aspecto enfermizo, como asimismo sus ímpetus de cólera en las discusiones con su padre, se explicaban fácilmente con la vida de desorden que de ordinario hacía.
Vestía con mucha elegancia: levita abotonada, guantes negros; en la mano sostenía su sombrero de copa...
Caminaba a grandes pasos, con ademán resuelto.
Al abrir la puerta se detuvo, y luego miró a Zossima como adivinando en él al dueño de la casa, o, a lo menos, al que en ella mandaba.
Le saludó haciendo una gran reverencia, y solicitó su bendición. Luego le besó la mano respetuosamente y, conmovido, casi irritado, dijo:
—Tengan la generosidad de perdonarme. Les he hecho esperar largo tiempo, pero ello es debido a que el criado Smerdiakov, que mi padre me ha enviado, me ha engañado acerca de la hora de la reunión...
—No se preocupe por ello —dijo Zossima—. El que haya llegado un poco retrasado no implica gran mal...
—Gracias. No esperaba menos de su bondad.
Seguidamente, se volvió Dmitri hacia su padre, y le saludó con el mismo respeto.
Por aquel saludo se comprendía que Dmitri quería testimoniar sus buenas intenciones.
Fiódor Pávlovich se desconcertó primeramente un tanto, pero enseguida se repuso de su sorpresa.
Se levantó de su asiento, y contestó al saludo de su hijo con una reverencia igualmente profunda y solemne.
Su rostro adquirió una expresión imponente que, a decir verdad, encerraba más malicia que majestuosidad.
Dmitri hizo después un saludo general y silencioso a las otras personas, se aproximó luego a una ventana, se sentó y se dispuso a escuchar la conversación que había interrumpido.
El padre Paissi se volvió de nuevo hacia Miúsov y lo instó a que respondiese a lo que le había preguntado; pero Piótr Aleksándrovich se excusó de hacerlo en la forma que aquel solicitaba.
—Permítame que abandone este asunto —dijo, con una especie de negligencia de hombre de mundo—. Todo eso es demasiado complicado... Mas veo sonreír a Iván Fiódorovich; sin duda tiene algo interesante que contarnos: denle a él la preferencia, interróguenle.
—¡Oh! Simplemente una pequeña observación —respondió Iván—. En general, el liberalismo europeo, como también nuestro dilettantismo, confunde el propósito de los socialistas y el de los cristianos. Y esa equivocación la sufren también, con frecuencia, los gendarmes. Su anécdota parisiense, Piótr Aleksándrovich, es muy característica.
—Vuelvo a insistir en la conveniencia de cambiar de conversación —repuso Miúsov—. Preferiría contarles otra anécdota más característica todavía, y que concierne al propio Iván Fiódorovich... No hace más de cinco días, en una reunión en que predominaba el sexo femenino, declaró Iván que nada en la Tierra puede impulsar al hombre a amar a su prójimo; que no hay ninguna ley natural que obligue al hombre a amar a la humanidad, y que, si este amor existe, es solamente porque espera una recompensa, base sobre la cual se sostiene la creencia de la inmortalidad del alma. Y todavía añadía Iván Fiódorovich que, si se le quitase al hombre esta creencia, perdería enseguida el amor a sus semejantes y toda fuerza vital: perdería la moralidad; todo sería lógico, incluso la antropofagia... Por último, concluyó afirmando que la ley moral de cada individuo cambiaría repentinamente con la pérdida de aquella creencia, y que la única ley universal que dominaría sería el egoísmo más feroz, ley, aseguró, incontestablemente noble y plausible. Ahora, señores, de esta paradoja deducirán ustedes el resto... es decir, todo lo que podrá contarnos nuestro querido y paradójico Iván Fiódorovich.
—¿Me permiten? —exclamó de repente Dmitri Fiódorovich—. ¿Habré comprendido bien? “La ferocidad no solo se permite, sino que viene a ser la ley natural y lógica de un ateo”... ¿No es eso? En resumen: “A un ateo se le permite todo.” ¿No es cierto?
—Así es —contestó el padre Paissi.
—¡No lo olvidaré!
Dmitri calló como había hablado: bruscamente.
Los demás le miraban con curiosidad.
—¿Es esa verdaderamente su convicción? ¿Cree usted que el ateísmo produzca, necesariamente, ese resultado? —preguntó Zossima a Iván Fiódorovich.
—Sí, lo he afirmado y lo repito: si no hay inmortalidad no hay virtud.
—Es usted feliz si posee tanta fe... o, al contrario, desgraciado.
—¿Desgraciado? ¿Por qué? —preguntó Iván sonriendo.
—Porque es probable que ni usted mismo crea en la inmortalidad del alma, ni en todo eso que ha escrito sobre la cuestión eclesiástica.
—Tal vez tenga usted razón... Y, sin embargo, no lo he dicho en broma —confesó Iván, sonrojándose.
—Ya lo sé. La cuestión no está todavía resuelta para usted y sufre a causa de esa incertidumbre. El hombre desesperado se complace, a menudo, en jugar con su desesperación. Eso es, creo yo, lo que le sucede. De ahí provienen sus artículos en los periódicos, y sus conversaciones en los salones. Pero ni usted mismo cree en sus razonamientos; por eso digo que la cuestión no está para usted completamente resuelta, y que ello constituye su mayor afán, porque esa pregunta quiere hallar una respuesta, una resolución.
—¿Puede ser, pues, resuelta? ¿Y puede serlo de modo... afirmativo? —repuso Iván Fiódorovich, sonriendo siempre con su manera incomprensible.
—Para usted no puede ser resuelta ni afirmativa ni negativamente, usted lo sabe bien. СКАЧАТЬ