Название: Cristianos sin Cristiandad
Автор: Ignacio Walker Prieto
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9789561709126
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A pesar de la confianza depositada en los seglares (como sinónimo de laicos o de fieles) en los documentos magisteriales del Concilio, en la doctrina y en la práctica, en el Magisterio de la Iglesia y en su aplicación, tanto a nivel universal como a nivel local, subsisten una serie de interrogantes en lo que se refiere al papel de los laicos en los asuntos temporales. Un ejemplo de lo anterior es la “Nota doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y conducta de los católicos en la vida política” (2002), promulgada por el cardenal Joseph Ratzinger en su calidad de Prefecto de la Congregación para la doctrina de la fe. A las tensiones que surgen entre el rol de los laicos y su relación con la autoridad eclesiástica dedicaremos varias páginas de nuestra reflexión. Argumentaremos que la Iglesia concurre a la formación de la conciencia, en la búsqueda común de la verdad y el bien, y que no puede pretender (como la propia doctrina católica lo indica) la imposición de la conciencia o de la verdad.
Es justamente en consideración al papel de los laicos en la vida de la Iglesia y su relación con el mundo que dedicaremos el último apartado del capítulo tercero al tema del discernimiento ético. Junto con el énfasis que ya hemos anticipado en las encíclicas del Papa Benedicto XVI referidas a las virtudes teologales, y en la “Alegría del Evangelio” del Papa Francisco, el tratamiento del discernimiento ético bajo el actual Pontífice solo puede ser calificado de alentador, más próximo a las luces que a las sombras.
El discernimiento ético se ubica en el ámbito de la aplicación práctica de los principios generales y se refiere al examen y la valoración de un estado de situación y la determinación de lo posible o de lo obligatorio en la aplicación de los principios, según las circunstancias de tiempo y de lugar. Tiene que ver con el método ignaciano del discernimiento basado en la experiencia (los hechos), la reflexión (su comprensión e implicancias éticas) y la acción.
Según el teólogo Tony Mifsud s.j., el discernimiento ético responde a la interrogante acerca de la aproximación ética a la realidad y consiste básicamente en la pregunta acerca de cómo formar un juicio ético sobre el comportamiento humano. El discernimiento centra la reflexión en el sujeto, rescatando la función pedagógica de la ley, sin reemplazar la centralidad de la conciencia. Se trata de establecer lo que tiene que ser en concreto (y no en abstracto) la conducta del hombre de fe.
Ello tiene todo que ver con la actividad legislativa referida a una decisión ética, en este caso sobre los llamados temas valóricos (que son los que sirven de base a nuestra reflexión). Tiene que ver con el proceso de formación de la conciencia, con la función pedagógica de la ley, con la práctica de la vida cristiana, de la propia experiencia y de la capacidad de reflexionar en y desde la fe sobre esa experiencia a través de la búsqueda activa de la voluntad de Dios sobre la vida de la persona. La decisión ética, pues, es fruto del proceso de discernimiento y supone una deliberación del sujeto (en este caso del legislador) con miras a la acción. Al político y al legislador le corresponde, no el enunciado de una norma en abstracto, sino su aplicación práctica según las circunstancias de tiempo y lugar.
Ello supone hacer una serie de mediaciones y distinciones con vistas a una acción coherente. Para tal efecto nos basaremos principalmente en las exhortaciones apostólicas Evangelli Gaudium (2013), Amoris Laeticia (2014) y Gaudete et Exsultate (2018) del Papa Francisco. Veremos por qué y cómo es que ellas han sido resistidas con fuerza y ahínco por los sectores más conservadores de la Iglesia Católica (incluidos obispos y cardenales).
Ya el Papa Pablo VI había llamado a considerar la diversidad de situaciones de los cristianos en el mundo, las que varían según las regiones, los sistemas socio políticos y las culturas. El Papa Francisco retoma y reafirma una actitud de apertura y diálogo con el mundo, dirigiéndose a las personas en su realidad concreta, en su vida cotidiana, en sus padecimientos y desgarros, desde la alegría del evangelio. Su aproximación al tema es desde el acompañamiento, la comprensión y la compasión, alejado de una doctrina y de una pastoral entendidas como catálogos de prohibiciones y de condenas.
Es una reafirmación del espíritu de los Padres conciliares y del Concilio Vaticano II referido a “los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo”. Sin desconocer la unidad de doctrina y de praxis y las amenazas que están presente en la cultura contemporánea, el Papa Francisco hace un llamado a seguir profundizando con libertad algunas cuestiones doctrinales, morales o pastorales que habían sido planteadas por los propios obispos en el Sínodo de 2014.
Su discernimiento pastoral va dirigido con particular fuerza a la realidad de la familia y de las familias en el mundo actual. Los temores de la Iglesia posconciliar van cediendo a una nueva mirada que repara en las luces y no solo en las sombras de la cultura contemporánea. “Acompañar, discernir e integrar la fragilidad” (el título corresponde al famoso capítulo octavo de Amoris Laeticia) es lo que se propone en lo referido a las rupturas matrimoniales, a quienes viven en “situaciones irregulares” y a diversas situaciones que las personas, hombres y mujeres, enfrentan en su vida cotidiana y en su realidad concreta. Frente a todo ello lo que cabe, dice Francisco, es una mirada compasiva y misericordiosa (la via caritatis) acorde con el espíritu evangélico.
En “Alegraos y Regocijaos” (Gaudete et Exsultate) el Papa Francisco recoge y profundiza en estos lineamientos sosteniendo que el discernimiento no puede ser considerado como algo externo a la persona y que lo que cabe es que cada creyente discierna su propio camino y saque a la luz lo mejor de sí, aquello tan personal que Dios ha puesto en él (o en ella). Es la dignidad y la libertad de los hijos de Dios —en el lenguaje del Concilio Vaticano II y de los Padres conciliares— lo que está presente en estas palabras y en esta actitud.
El capítulo cuarto y final lo hemos denominado, simplemente, la dignidad de la política. El concepto está necesariamente relacionado con la dignidad y libertad de los hijos de Dios, la dignidad de la persona humana, la dignidad de la conciencia moral y la dignidad de la comunidad política. Me ha parecido que ello es coherente con la mirada de un laico, político y legislador católico y demócrata cristiano que “vive en el siglo” y que procura ser fiel a la fe cristiana, en comunión con el Papa, los obispos y el Magisterio de la Iglesia, en el servicio del bien común.
1 El texto íntegro de la carta puede encontrarse en Ignacio Walker, “El futuro de la democracia cristiana”, ediciones B, Grupo Zeta, Santiago, 1999, p. 96.
2 El texto completo de la carta puede encontrarse en Bernardino Bravo Lira, “Régimen de gobierno y partidos políticos en Chile, 1924-1973”, Editorial Jurídica de Chile, Santiago, 1978, anexo VI, P. 213.
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