A Roma sin amor. Marina Adair
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Название: A Roma sin amor

Автор: Marina Adair

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия:

isbn: 9788412316711

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СКАЧАТЬ la respuesta, Annie no habría tenido que mudarse en busca de perspectiva.

      En Roma, Annie era una desconocida. Un rostro nuevo, que podía pasear por los pasillos de la UCI sin ser detectada por nadie y concentrarse en proporcionar el tipo de cuidados incondicionales que en su día la empujaron a estudiar Medicina. Quería demostrar a diario que todo el mundo merecía cariño y atención.

      Ese día, la persona era Gloria, una conductora de autobús jubilada que necesitaba cuidados y mimos extras, y que agradecería contar con apoyo para superar el miedo que le daban los hospitales, al menos hasta que le dieran el alta de su operación de vesícula. Annie no había ido a leer el historial de Gloria ni a tomarle el pulso. Se había presentado en el hospital horas antes de que empezara su turno tan solo para cogerle la mano.

      Nadie merecía sentirse solo.

      En una UCI atípicamente silenciosa, Annie se dirigió a la habitación de Gloria. La mujer yacía en la cama más cercana a la ventana, con los ojos cerrados; aún no había salido de la anestesia. Sin hacer ruido, Annie fue hasta la ventana.

      Fuera, el sol brillaba con fuerza e iluminaba unas cuantas nubes blancas algodonosas y el cielo azul. Una suave brisa mecía las lilas de las Indias que flanqueaban la Calle Mayor, formando así dos hileras idénticas de flores de un rosa intenso que se extendían hacia la playa, donde la espuma del Atlántico lamía la arena.

      —¿Son nomeolvides? —preguntó una voz grave y adormilada.

      Annie se giró y vio que Gloria volvía en sí, las mejillas ruborizadas por la tímida gratitud que sentía.

      —Y unas lantanas. —Las manos de Annie acariciaron las flores con forma de paraguas e intensos rojos y naranjas.

      —Mis preferidas. —Gloria carraspeó, Annie le sirvió un vaso de agua y se lo acercó a sus labios resecos—. ¿Cómo lo sabías?

      —Delores, la de la floristería, me lo comentó.

      —Son preciosas. —La sonrisa de Gloria desapareció al recorrer la habitación con la mirada—. No nos ve nadie, échale un vistazo al historial y dime cuándo crees que podré irme a casa. Si no pone que hoy, haz lo que debas hacer para cambiarlo.

      —No voy a mirar en su historial porque no soy su doctora. —Además, las dos sabían que Gloria no se marcharía a casa ese día. La operación de vesícula solía ser un procedimiento ambulatorio, pero Gloria se quedaría dos días en observación porque en su casa no había nadie para cuidarla.

      Y si había algo que el hecho de ser adoptada le había enseñado a Annie era que la familia tradicional no tenía el monopolio de los cuidados atentos y de corazón.

      Annie dejó el jarrón de flores brillantes sobre la mesa vacía y se sentó al lado de la cama. No era solo la primera visita; sería también la única.

      —¿Cómo se encuentra? —le preguntó Annie a Gloria mientras le cogía una de sus frágiles manos.

      La anciana le dedicó un amago de sonrisa y un cálido apretón de dedos.

      —Ahora, mejor.

      Gloria se la quedó mirando, sin decir nada, como si quisiera aferrarse a su compañía y disfrutar de la sensación de no caminar sola, pero sus párpados enseguida empezaron a caer, hasta que al final descansaron sobre sus mejillas.

      Annie esperó a oír la respiración acompasada antes de salir al pasillo para llamar a las hermanas de Gloria, que vivían en Canadá. Ser la portadora de buenas noticias y dar tranquilidad a los seres queridos de sus pacientes era una de las mejores cosas de su trabajo. Presenciar el amor que se profesaban los miembros de una familia siempre resultaba fascinante, y las hermanas de Gloria no la decepcionaron. Ni siquiera los dos mil kilómetros y la frontera que las separaba habían reducido el profundo vínculo entre las tres ancianas.

      A Annie, la conexión entre hermanos siempre le había interesado mucho, puesto que a ella la separaron de las suyas. Nació en Vietnam, la menor de tres hermanas, pero creció en los Estados Unidos como hija única. No recordaba a sus hermanas, pero en todo momento había sentido su ausencia, incluso antes de que le contaran la historia de su adopción.

      Todos los adoptados tenían su propia historia, que se contaba hasta la saciedad durante la reunión familiar del Día de la Adopción. En casa de Annie, el Día de la Adopción era una celebración tan importante como los cumpleaños o el Día de Acción de Gracias. Y cuando su familia se acurrucaba en el sofá y su madre pasaba las páginas gastadas de su álbum de adopción, Annie contenía la respiración hasta que llegaban a la parte de sus hermanas.

      No sabía cómo se llamaban ni cuántos años tenían, tan solo que eran tres. Todas con el pelo negro y con unos ojos vivos de color café, y las tres lucían los mismos hoyuelos al sonreír. Durante casi toda su vida, saber que estaban en algún lugar le proporcionaba el consuelo que necesitaba cuando de noche, en la cama, la embargaba la soledad.

      ¿El amor de un hermano era más potente que el de otra persona por el mero hecho de que venía predeterminado por el nacimiento? De ser así, ¿qué significado tenía eso para alguien como Annie, a la que unos desconocidos eligieron darle su amor?

      Annie siempre había creído que el amor, tomara la forma que tomase, podía alimentarse hasta convertirse en la conexión irrompible que compartían Gloria y sus hermanas. Por eso se aferraba con tanta fuerza a las personas de su vida, porque, aunque el amor cambiara de forma, seguía siendo amor. ¿O no?

      Desde la noche anterior, cuando Emmitt la acusó de ser una pusilánime, Annie comenzó a preguntarse si estaba dispuesta a agarrarse a un amor a pesar de que ya no fuera sano. La conversación que mantuvo con Clark había sido de todo menos sana, y la dejó con la sensación de que la había utilizado y despreciado.

      Y de nada le servía eso. A no ser que Annie colgara la bata del hospital para ser wedding planner. Nada más poner fin a la encantadora conversación telefónica con las hermanas de Gloria, Annie se dedicó a sí misma un discurso duro y motivacional, y llamó a otra persona…, esta vez para lograr su propia tranquilidad mental.

      Fue Clark el que dijo que, por encima de todo, quería que siguieran siendo amigos. Bueno, pues iba a tener la oportunidad de demostrarlo. Y Annie iba a tener la oportunidad de demostrar que ser amiga de un ex no solo era posible, sino también saludable si se hacía bien.

      Con miedo a echarse atrás, Annie entró en una consulta vacía y marcó el número de inmediato. Su corazón latía más rápido con cada tono, y se paró del todo cuando Clark contestó.

      —Me alegro mucho de que me llames. —Tenía una voz alegre y radiante, como si la noche anterior hubiera dormido como un rey. Como si Annie hubiera sido una boba y lo sucedido en los últimos meses no hubiera cambiado nada entre los dos, algo que a ella le dolió y la confundió.

      —¿Ah, sí? —Se había imaginado que la llamada sería diferente. De hecho, había elaborado una lista mental con aproximadamente diez mil cosas que hacer en lugar de llamar a Clark (como etiquetar las muestras del laboratorio, comprar dónuts para que algo le recordara a la calidez de su casa y arreglar el escape de la consulta número nueve), pero por lo visto no había sido necesario.

      Annie estaba a punto de establecer unos cuantos límites, y Clark parecía estar dispuesto a escucharla.

      —Pues claro. Quería disculparme por lo de anoche. Al colgar me sentí como un capullo. Tenía СКАЧАТЬ