Название: Después de la venganza
Автор: Tara Pammi
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Bianca
isbn: 9788413489094
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«Identifiqué sus fragilidades, sus puntos débiles durante años, y entonces ataqué».
No le había bastado con perseguir BFI y BCS, hacerse con las parte de Silvio Brunetti en BFI. Tenía que hacerles daño donde más les dolía personalmente, especialmente a Greta. Todo había sido premeditado, planeado y ejecutado a la perfección.
Y ella se había enamorado como una idiota de él.
Se volvió hacia Vincenzo, secándose las mejillas bruscamente. El dolor dio paso a una furia que no había experimentado jamás.
–¿Y qué esperas de mí mientras tú destruyes a la gente a la que yo amo?
–Lo que habrías hecho si no te hubieras enterado: dar una oportunidad a nuestro matrimonio. Que pases el resto de tu vida conmigo y cumplas tus votos.
–Nuestro matrimonio es una… farsa.
–¡No! Yo me casé contigo, Alessandra. Prometí pasar el resto de mi vida contigo. Y no lo hice a la ligera.
Alex escrutó su rostro, buscando un destello al que asirse, pero la mirada implacable no se suavizó. Las palabras de Vincenzo adquirieron sentido lentamente, dando lugar a nuevas preguntas.
–¿Por qué te casaste conmigo en lugar de seducirme y abandonarme? Te puse todas las facilidades. Podrías haberme dicho que solo había sido un juguete.
–Yo no trato así a las mujeres. Esa es una especialidad de los Brunetti.
–Entonces, ¿por qué?
–Eres hermosa, inteligente, un tesoro que cualquier hombre querría poseer. Para alguien como yo, que creció sin nada, que será siempre un bastardo y que ha construido su imperio deshaciéndose de quienes se interpusieran en su camino, eres un triunfo, Alessandra. Me casé contigo porque, por primera vez en mi vida, quise algo al margen de mi deseo de venganza. Me casé contigo porque hacerte mía, arrebatarte a Greta, era tanto como poner la guinda al pastel.
Alessandra asintió con un nudo en el estómago.
–No sé qué decir a un hombre que cree que puede separarme de la mujer que me dio un hogar y que piensa que voy a apoyar la destrucción de mi familia. Alguien que cree que poseerme lo coloca en una mejor posición social. No voy a…
No iba a dejarse utilizar en una batalla entre gente a la que quería. No sería ni el punto débil ni el arma de nadie.
–No soy un premio a ganar, ni un arma que puedas usar en tu guerra personal –Alex se obligó a mirarlo a los ojos–. Márchate. No puedo enfrentarme a esto ahora… Por favor, márchate, V.
Vincenzo permaneció inmóvil, pero tras lo que pareció una eternidad, asintió. Y se fue.
Alex se quedó mirando por la ventana con la garganta seca y el pecho vacío.
–Se ha ido.
–¿Qué quieres decir? –preguntó Vincenzo a Massimo Brunetti.
Miró a los dos hombres que se relajaban en sendas hamacas en aquella atípicamente fría tarde de junio.
Había encontrado la villa tan espectacular como la primera vez. Pero pensar en destruir el símbolo del poder de los Brunetti no le produjo en aquel instante ningún placer porque estaba preocupado por un asunto más acuciante.
Alessandra no había contestado sus llamadas en cinco días, lo que le había obligado a hacer aquella visita. Su paciencia, que era muy limitada aquellos días, se había puesto a prueba.
Había sido la peor semana de su vida profesional y personal.
Había empezado con una crisis en el departamento financiero de su empresa, seguida por la marcha de Alessandra a Milán sin previo aviso. Luego su propio vuelo para ir a por ella y el enfrentamiento que pronto se escapó de su control gracias a que los Brunetti la habían puesto al día de sus artes maquiavélicas, seguido de una llamada de las enfermeras que cuidaban de su madre exigiendo su inmediata presencia en su propiedad de la Toscana.
Lo que había significado dejar a Alessandra sola demasiado tiempo, y permitir que los Brunetti siguieran envenenándola contra él.
–No deberías haberla dejado así justo después de que descubriera tu juego –dijo Leonardo en un tono casi amable–. Lo menos que podías haber hecho era dejar que te gritara, o que lanzara uno de sus poderosos ganchos. Cualquier cosa habría sido mejor que dejarla rumiando tu traición.
–Yo no la he traicionado… –replicó Vincenzo.
No había traicionado a Alessandra, solo le había ocultado una parte de la verdad que había confiado en explicarle más adelante. Cuando pudiera apelar a su sentido de la justicia. Pero había calculado mal la fuerza de su vínculo con los Brunetti.
–Tenía que ocuparme de un asunto –continuó–. ¿Por qué no me decís dónde está?
–No lo sabemos –dijo Massimo–. Después de que te fueras se encerró en su dormitorio y cuando Natalie fue a buscarla a la mañana siguiente, se había ido.
–¿Pretendéis que crea que no os pidió ayuda para que la ocultarais? ¿Que no habéis participado encantados de este juego de niños?
–En eso tienes razón –dijo Leo sin el menor rencor en su tono–. Pero olvidas que Alex conoce a gente en todo el mundo dispuesta a ayudarla. Es la persona más leal que conozco. Y sabiendo cuánto desprecias nuestro apellido hará lo que sea para que no puedas atacarnos. Supondría que nos preguntarías dónde estaba. Su manera de protegernos es ocultárnoslo.
–¿Peleó conmigo como una leona para protegeros de mí y vosotros no la habéis ayudado?
–No me estás escuchando, Cavalli. Alex se ha ido y nadie sabe dónde está o cuándo va a volver.
Ninguno de los hermanos parecía sacar el menor placer en darle la noticia. Solo mostraban preocupación por Alex.
–No puede escapar de su vida. Tiene obligaciones, una carrera –dijo Vincenzo confuso.
–Una carrera que quiere dejar –dijo Massimo–. ¡Has tenido que aparecer justo cuando se estaba cuestionando su vida y su carrera!
–¿De qué estás hablando? –Leo se adelantó a la pregunta que iba a hacer Vincenzo.
–Rompió con aquel fotógrafo, Javier Díaz, hace unos meses. Planea dejar la pasarela. Por eso no entiendo que se casara con un total desconocido después de que…
–Alessandra y yo nos conocíamos de varias semanas –protestó Vincenzo.
–Aun así, apenas te conocía. Pero ahora creo que lo entiendo –Massimo clavó la mirada en él–: Debiste de ser un escape, una locura pasajera que la ayudó a superar lo de Javier.
Vincenzo habría querido darle un puñetazo.
–Cuidado con lo que dices, Massimo.
–Márchate, СКАЧАТЬ