Название: Anatomía de la memoria
Автор: Eduardo Ruiz Sosa
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Candaya Narrativa
isbn: 9788415934882
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Nunca pude matarlo, le dijo, porque siempre tuve la sospecha de que, si lo mataba, entonces yo ya no era imprescindible, y tuve miedo, Salomón, de que todo se terminara. Así que seguí enviando informes, falsos siempre, y decía que no podía matarlo a Isidro porque me iba a conducir a los líderes ocultos de la Liga Comunista, porque me inventé que los peces gordos del movimiento estaban metidos ya en el gobierno, infiltrados, preparando el derrumbe del sistema, me inventé una cosa que se llamaba Ensayo de Resurrección, y me lo creyeron; pero entonces un día dejé de recibir órdenes, o mejor dicho, Pablo Lezama dejó de recibir órdenes: habían pasado muchos años, muchísimos años, lo de Hernández Cabello quedó atrás, los muertos y los desaparecidos ya no salían en los diarios, los presos salieron de las cárceles, domados y apaciguados, y la ciudad se ocupó de otras cosas.
¿QUÉ RECUERDAS DE NORMA CARRASCO, Juan Pablo?;
Tenía el pelo largo y negro, una melena como un trapeador de petróleo que cuando yo era niño mi madre usaba para sacar brillo al piso, era un piso de baldosas rojas y brillaban como una ciruela roja cuando mi madre pasaba aquella melena negra y grasosa por el suelo,
tenía los ojos oscuros, no alcanzo a ver en el recuerdo si eran negros como su pelo o de otro color nocturno, pero brillantes, muy brillantes,
era muy pálida, casi siempre parecía que estaba enferma, que tenía anemia, que le faltaba sangre, pero yo la tocaba y siempre tenía la piel caliente,
una vez nos escondimos en la Botica Nacional, en la calle Andrade, usted sabe, donde mataron a Eliot Román; habíamos andado por el centro de la ciudad haciendo grafitis, a veces era más como un juego, y con ella casi todo se parecía a un juego, pero luego se volvió muy seria; llevaba unos pendientes con una piedra verde, una turquesa o algo así, sonreía poco, pero abría mucho los ojos y cruzaba las manos sobre los muslos cuando se sentaba; a veces, si yo la estaba viendo fijamente, como ahora que la recuerdo, muy fijamente, y nadie más ponía atención, se levantaba un poquito la falda y me enseñaba los muslos, pálidos, con las venas turquesas como los pendientes, y la falda casi siempre era oscura, y tenía una mirada como de atravesarle el cuerpo a uno, fija y honda, y un collar con otra turquesa que hacía que uno le prestara atención al surco de las clavículas como si aquello fuera una cenefa bien cincelada,
el pelo largo y negro, volvió a decir Orígenes;
y parecía que iba a empezar otra vez toda la descripción de Norma Carrasco, la tía Norma de Eliot Román, pero entonces Salomón, que lo percibió al poeta con la vista muy fija, con la atención bien clavada en algo que había a sus espaldas, con un atisbo tembleque y desconfiado se dio la vuelta, queriendo dejar un ojo que vigilara a Orígenes y el otro para ver hacia atrás, por si las dudas, pero lo que hizo fue girar rápidamente y volver la vista al escritor y en ese instante logró divisar, sobre el estante de la librería de la casa de Orígenes, un marco de madera con la fotografía de una mujer:
se levantó Salomón y le preguntó al poeta:
¿Ésta es Norma Carrasco?;
Orígenes no respondió: parecía que tenía en la mano un cuchillo manchado de sangre y a los pies el cuerpo de Pablo Lezama, culpable y atrapado, paralizado y silencioso;
Salomón le mostraba la imagen, que era exactamente la que había descrito Orígenes, y que retrataba, él lo sabía, a Aurora Duarte, esposa de Orígenes.
Esto es la memoria:
olvido en ojos durmientes:
la víctima que reconoce
a su asesino
en el espejo.
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