Название: Franz Kafka: Obras completas
Автор: Franz Kafka
Издательство: Ingram
Жанр: Языкознание
Серия: biblioteca iberica
isbn: 9789176377321
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En ese momento me pregunté: “¿Cómo es posible que no esté asombrada de sí misma, que sus labios estén cerrados y no digan nada por el estilo?”
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Vestidos
Muchas veces, cuando veo vestidos que con sus múltiples pliegues, volantes y adornos oprimen a bellos y hermosos cuerpos, pienso que no conservarán por mucho tiempo esa tersura, que pronto mostrarán arrugas imposibles de alisar, polvos tan profundamente confundidos con el encaje que ya no se podrá cepillarlos, y que nadie querrá ser tan ridículo y tan desdichado para usar el mismo costoso vestido desde la mañana hasta la noche .
Y sin embargo encuentro jóvenes bastante hermosas que dejan ver variados y atractivos músculos y delicados huesos y tersa piel y masas de fino cabello, y que no obstante día tras día se ponen esa especie de disfraz natural y se apoyan en la misma mano y reflejan en su espejo el mismo rostro.
Sólo a veces, de noche, cuando vuelven tarde de alguna fiesta, sus vestidos parecen raídos ante el espejo, deformados, sucios, ya observados por demasiada gente, y casi impresentables.
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La negativa
Cuando encuentro una hermosa joven y le ruego: “¿Quiere usted acompañarme?” y ella pasa sin contestar, ese silencio quiere decir esto:
—No eres ningún duque de famoso título, ni un fornido americano con porte de piel roja, de ojos equilibrados y tranquilos, de una piel curtida por el viento de las praderas y de los ríos que las atraviesan, no has hecho ningún viaje por los grandes océanos, y por esos mares que no sé dónde se encuentran. En consecuencia, ¿por qué yo, una joven hermosa, habría de acompañarte?
Yo le respondería:
—Olvidas que ningún automóvil te pasea en largos recorridos por las calles; no veo a los caballeros de tu séquito lanzarse detrás de ti siguiéndote en estrecho semicírculo, murmurándote bendiciones; tus pechos parecen perfectamente comprimidos en tu blusa, pero tus caderas y tus muslos los compensan de esa opresión; llevas un vestido de tafetán plisado, como los que tanto nos alegraron el otoño pasado, y sin embargo, sonríes —con ese peligro mortal en el cuerpo— de vez en cuando.
Ya que los dos tenemos razón, y para no darnos irrevocablemente cuenta de la verdad, preferimos, ¿no es cierto?, irnos cada uno a su casa.
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Reflexiones para jinetes
Pensándolo bien, no es tan envidiable, ser vencedor en una carrera de caballos.
La gloria de ser reconocido como mejor jinete de un país marea demasiado, junto al estrépito de la orquesta, para no sentir a la mañana siguiente cierto arrepentimiento.
La envida de los contrincantes, hombres astutos y bastante influyentes, nos entristece al cruzar el estrecho pasaje que recorremos después de cada carrera, y que pronto aparece desierto ante nuestra mirada, exceptuando algunos jinetes retrasados y diminutos sobre el confín del horizonte.
La mayoría de nuestros amigos se apresuran a cobrar sus ganancias, y sólo nos gritan un lejano y distraído “Hurra”, volviéndose a medias, desde las alejadas ventanillas; pero nuestros mejores amigos no apostaron nada al caballo, porque temían enojarse con nosotros si perdíamos; pero ahora que nuestro caballo ha vencido y ellos no han ganado nada, nos vuelven el rostro al pasar a su lado, y prefieren contemplar las tribunas.
Detrás de nosotros, los contrincantes, afirmados en sus cabalgaduras, tratan de olvidar su mala suerte, y la injusticia que en cierto modo se ha cometido con ellos; tratan de contemplar las cosas desde un nuevo punto de vista, como si después de este juego de niños debiera empezar otra carrera, la verdadera.
Muchas damas observan con burla al vencedor, porque parece hinchado de vanidad y sin embargo no sabe cómo recibir los interminables apretones de manos, felicitaciones, reverencias y saludos desde lejos, mientras los vencidos se callan la boca y acarician ligeramente las crines de sus caballos, muchos de los cuales relinchan.
Al final, bajo un cielo entristecido, comienza a llover.
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La ventana a la calle
Quien vive solo, y sin embargo desea de vez en cuando vincularse a algo; quien, considerando los medios del día, del tiempo, del estado de sus negocios y demás, anhela de pronto ver un brazo al cual pudiese aferrarse, no está en condiciones de vivir mucho tiempo sin una ventana a la calle. Y si le place no desear nada, y sólo se acerca a la ventana como un nombre cansado cuya mirada oscila entre el público y el cielo, y no quiere mirar hacia afuera, y ha echado la cabeza un poco hacia atrás, sin embargo, a pesar de todo esto, los caballos de abajo terminarán por arrastrarlo en su caravana de coches y su tumulto, conduciéndolo finalmente a la armonía humana.
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El deseo de ser piel roja
Ah, si uno pudiera ser un piel roja, siempre alerta, cabalgando sobre un caballo veloz, a través del viento, constantemente sacudido sobre la tierra estremecida, hasta arrojar las espuelas, porque no hacen falta espuelas, hasta arrojar las riendas, porque no hacen falta las riendas, sin apenas ver ante sí que el campo es una pradera rasa, habrían desaparecido las crines y la cabeza del caballo.
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Los árboles
En verdad somos como troncos de árboles en la nieve. En apariencia sólo apoyados en la superficie, y factibles de ser desplazados con un pequeño empujón. No, es imposible, estamos firmemente unidos a la tierra. Pero cuidado, también esto es pura apariencia.
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Desdicha
Cuando ya se volvía insoportable —en un atardecer de noviembre—, cansado de ir y venir por la estrecha alfombra de mi habitación, como en una pista de carreras, y de eludir la imagen de la calle iluminada, me volví hacia el fondo del cuarto, y en la profundidad del espejo encontré una nueva meta, y grité, solamente para oír mi propio grito, que no halló respuesta ni nada que disminuyera su vigor, de modo que ascendió sin resistencia, sin cesar ni siquiera cuando ya no fue audible; frente a mí se abrió en ese momento la puerta, rápidamente, porque hacía falta rapidez, y hasta los caballos de los coches piafaban en la calle enloquecidos como en una batalla, ofreciendo sus gargantas.
Como un pequeño fantasma, se penetró una niña desde el oscuro corredor, donde la lámpara no había sido encendida aún, y permaneció allí, de puntillas, sobre una tabla del piso que se estremecía levemente. De inmediato deslumbrada por el crepúsculo de mi habitación, intentó cubrirse la cara con las manos, pero se contentó inesperadamente СКАЧАТЬ