Название: La Regenta
Автор: Leopoldo Alas
Издательство: Ingram
Жанр: Современная зарубежная литература
Серия: biblioteca iberica
isbn: 9789176377185
isbn:
El cálculo de las tías respecto al matrimonio de Ana no se había modificado a pesar de la gran hermosura de su sobrina. Por guapa no se casaría con un noble; era preciso abdicar, dejarla casarse con un ricacho plebeyo. Entre tanto, se necesitaba mucha vigilancia y tener advertida a la niña.
—En el gran mundo de Vetusta—decía doña Anuncia—es preciso un ten con ten muy difícil de aprender.
Aunque la explicación de este equilibrio o ten con ten era un poco embarazosa, y más para una señorita que oficialmente debía ignorarlo todo, y en este caso estaba doña Anuncia, convinieron las hermanas en que era indispensable dar instrucciones a la chica.
Pocas veces se permitía Ana manifestar deseos, gustos o repugnancias, y menos estas, tratándose de los gustos y predilecciones de sus tías; pero una noche no pudo menos de expresar su opinión al volver sola de la tertulia íntima de Vegallana.
—¿Te has divertido mucho?—preguntó doña Anuncia, que se había quedado en el comedor, junto a la gran chimenea, leyendo el folletín de Las Novedades . (Era liberal en materia de folletines.)
—No, señora; no me he divertido. Y no quisiera volver allá sin alguna de ustedes. Cuando voy sola....
—¿Qué?—exclamó doña Anuncia, invitando a su sobrina con el tono áspero de aquel monosílabo a que no profiriese censura de ningún género contra la tertulia de su predilección.
—Cuando voy sola... me aburren demasiado aquellos caballeritos.
No era esto lo que quería decir. Bien lo comprendió su tía; pero quería más claridad y replicó:
—¡Aburren!¡Aburren! Explíquese usted, señorita. ¿Es que le parece poco fina la sociedad de Vetusta?
Por el usted y la ironía comprendió Ana que doña Anuncia se había disgustado.
—No es eso, tía; es que hay algunos... muy atrevidos.... No sé qué se figuran. Ustedes no quieren que yo sea obscura, seria, huraña....
—Claro que no...—Pues que no sean ellos atrevidos. Si Obdulia les consiente ciertas cosas... yo no quiero, yo no quiero.
—Ni yo quiero tampoco que tú te compares con Obdulia. Ella es... una cualquier cosa, que no sé cómo la admiten en la tertulia; y por darse tono, por decir que es íntima de la marquesa y de sus hijas, pasa por todo. Tú eres de la clase.
—Es que no sólo Obdulia es la que tolera... lo que yo no quiero tolerar. Las mismas Emma, Pilar y Lola consienten confianzas....
—¡No me toques a las hijas del marqués!—gritó la tía, poniéndose en pie y dejando caer el Werther sobre la raída alfombra.
—«Soy una bestia, pensó; debí haber callado». Cada vez que faltaba a su propósito de no contradecir a las tías, sentía una especie de remordimiento, como el del artista que se equivoca.
Entró doña Águeda. Había oído la conversación desde el gabinete. Las dos hermanas se miraron. Era llegada la ocasión de explicar lo del ten con ten.
—Oye, Anita—dijo con voz meliflua la perfecta cocinera—; tú eres una niña; y aunque nosotras poco sabemos del mundo, tenemos alguna experiencia, por lo que se observa.
—Eso es; por lo que observamos en los demás.
—En el mundo en que has entrado, y al que perteneces de derecho, es necesario... un ten con ten especial.
—Un ten con ten, eso.—Sobre todo en el trato con los hombres. Tú habrás notado que en público los de la clase jamás faltan a la más estricta y meticulosa... eso, decencia.
—Que es lo principal—dijo doña Anuncia, como quien recita el decálogo.
—Nunca habrás visto a Manolito, ni a Paquito, ni al baroncito, ni al vizconde, ni a Mesía, que no es noble, pero anda con ellos, propasarse en lo más mínimo.... Pero en el trato íntimo, el que no es más que de la clase, ya es otra cosa.
—Otra cosa muy distinta—dijo doña Anuncia, comprendiendo que a ella, por mayor en edad, le tocaba seguir explicando el ten con ten.
—Como todos somos parientes—continuó—de cerca o de lejos, nos tratamos como tales; y ni porque se te acerquen mucho para hablarte, ni porque hagan alusiones picarescas, y siempre llenas de gracia, a la hermosura de tus hombros, a lo torneado de lo poco, poquísimo de pantorrilla que te hayan visto al bajarte del coche; por nada de eso, ni aun por algo más, con tal que no sea mucho, debes asustarte, ni escandalizarte, ni darte por ofendida.
—De ninguna manera—apoyó doña Águeda.
—Lo contrario es dar a entender una malicia que no debes tener. Tu inocencia te sirve para tolerar todo eso.
—Así hacen Pilar, Emma y Lola.
—Pero...—Pero, hija...—Pero, si lo que no es de esperar....
—De ninguna manera...—Alguno se propasase a mayores, lo que se llama mayores, sobre todo, tomándolo en serio y obsequiándote (palabra de la juventud de doña Anuncia), obsequiándote en regla, entonces no te fíes; déjale decir, pero no te dejes tocar. Al que te proponga amores formales, no le toleres pellizcos, ni nada que no sea inofensivo. Escandalizarse es ridículo, es como no saber con qué se come alguna cosa....
—Es una falta de educación entre la clase....
—Y tolerar demasiado es exponerse. Tú no te has de casar con ninguno de ellos....
—Ni gana, tía—dijo Anita sin poder contenerse, pesándole en seguida de haberlo dicho.
Doña Águeda sonrió.
—Eso de la gana te lo guardas para ti—exclamó doña Anuncia, puesta en pie otra vez, y dejando caer el Werther al suelo.
—Eres muy orgullosa—añadió.
—Déjala; el que no se consuela....
—Tienes razón; están verdes. Pero lo que importa es que tú no olvides lo que te digo. Es necesario que dejes antes de entrar en casa de la marquesa ese aire displicente y ese tonillo seco, porque es una impertinencia. Lo que está bien, muy bien, y ya ves como lo bueno se te alaba, es que en público mantengas el severo continente que merece no menos elogios del público que tu palmito y buen talle.
—Sí, hija mía—interrumpió doña Águeda—. Es necesario sacar partido de los dones que el Señor ha prodigado en ti a manos llenas.
СКАЧАТЬ