Название: Un beso atrevido - Las reglas del jeque
Автор: Эбби Грин
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Ómnibus Temático
isbn: 9788413486000
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–Y no lo tengo –aseguró su prima limpiando con rabia el mostrador de mármol aunque estuviera impoluto–. Por lo que a mí se refiere es sólo un cliente más tomándose un café.
Maria avanzó hacia Karen y dirigió una mirada nada discreta en dirección al jeque.
–Tengo la impresión de que no ha venido sólo a tomar café, ni tampoco un helado –aseguró inclinándose hacia ella en un susurro–. Teniendo en cuenta el modo en que te está mirando, creo que está interesado en otro tipo de postre, no sé si me entiendes.
Karen entendía perfectamente lo que su prima quería decir, y no tenía intención de ser el caramelo del jeque, ni en aquel momento ni nunca. Se giró dándole la espalda a la barra y lanzó una rápida mirada por encima del hombro.
–No me está mirando de ningún modo. Está leyendo el periódico.
–Finge que lee el periódico, pero está mucho más interesado en ti.
Karen se subió las mangas de su camisa blanca y consultó el reloj, más por nerviosismo que por conocer la hora. Aunque tenía una cita. Una cita muy importante.
–¿Es que no tiene trabajo?
–Claro que sí, y muy bueno. Al menos eso me contó Daniel. Es consultor financiero o algo parecido. Viaja por todo el mundo.
Daniel, otro de los primos de Karen, era hijo del hermano gemelo de su padre, Paul, y el causante de que el jeque hubiera ido a su fiesta de bienvenida.
–Pero independientemente del trabajo es muy rico –aseguró Maria colocando los codos sobre el mostrador–. Y pertenece a la nobleza. Y viene hacia aquí.
Karen se quedó petrificada, como si se hubiera quedado pegada al mostrador por el escalofrío que le recorrió la espalda.
–¿En qué puedo servirle, jeque Saalem?
Karen escuchó el sonido del taburete del mostrador pero no fue capaz de girarse.
–Para empezar, me gustaría que me llamaras Ash. En América prefiero prescindir del título, al menos entre amigos. Y considero a los Barone mis amigos.
–Por supuesto –aseguró Maria–. Los amigos de Daniel son amigos nuestros, ¿verdad, Karen?
Karen sintió la punzada del codo de su prima en el costado. Dándose cuenta de que no tenía espacio para huir, terminó por darse la vuelta y mirar al jeque.
–Sí. Amigos. Por supuesto.
En lo que a sonrisas se refería, Karen tenía que calificar a Ash Saalem con un diez. ¿Por qué tenía que ser tan insoportablemente atractivo?
–Está usted muy guapa hoy, señorita Rawlins –dijo con voz tan suave y líquida como el mercurio.
Seguía con los ojos clavados en los suyos. Karen quería apartarlos, pero decidió mantenerle la mirada.
–Gracias.
–¿Te gusta trabajar aquí, Karen?
No podía creer que tuviera la osadía de tutearla y llamarla por su nombre. Tampoco podía creer que su pulso tuviera la osadía de acelerarse al escuchárselo pronunciar. Pero él había tenido las agallas suficientes para besarla la otra noche, así que por qué no iba a prescindir de toda formalidad.
–La verdad es que me encanta trabajar aquí –aseguró forzando una sonrisa y con los labios tensos–. Y hablando de trabajo: ¿Desea tomar algo?
–¿Qué se te ocurre? –preguntó el jeque inclinándose hacia delante e inundándola con su aroma a colonia y a seguridad en sí mismo.
Pero Karen no estaba de humor para jugar a las adivinanzas.
–Tal vez un poco de helado. Es muy refrescante. Y ayuda a enfriar los ánimos.
Helado era lo único que pensaba ofrecerle a aquel hombre, ese día y todos los días.
–¿Y si te pido algo de tu tiempo? Tal vez salir a cenar cuando hayas acabado con tus obligaciones…
–Señorita, por favor…
Karen miró hacia el final de la barra. Un hombre de mediana edad vestido con traje de chaqueta la miraba con expresión de impaciencia. Ella echó un vistazo alrededor en busca de Maria, que había desaparecido oportunamente.
–Discúlpeme –le dijo Karen al jeque dirigiéndose hacia el cliente–. ¿Qué desea tomar, señor?
–Un expreso –pidió el hombre con un gruñido–. Y rápido. Tengo prisa.
–Todavía no has contestado a mi pregunta, Karen.
Ella miró a Ash y le dedicó al señor gruñón la mejor de sus sonrisas.
–Discúlpeme un instante –le pidió mientras se acercaba de nuevo al jeque sintiéndose como una pelota de ping-pong–. No tengo tiempo para cenar. Tengo que ir a un sitio después del trabajo.
–¿Algo importante?
–Digamos que sí.
–¿Y no puedo acompañarte?
Karen pensó que sería más que bienvenido en la clínica de fertilidad, sobre todo si hacía una donación. ¿Quién en su sano juicio la rechazaría? Desde luego ella no. Pero tampoco tenía intención de contarle lo que iba a hacer.
–Tengo una cita. Una cita médica.
–¿Estás enferma?
–Es sólo un chequeo rutinario –aseguró sin mentir–. Estoy bien.
–Eso puedo asegurarlo yo sin necesidad de hacerte ninguna prueba –dijo Ash mutando su ceño de preocupación en una sonrisa–. Aunque no me importaría llevar a cabo una investigación más profunda.
–¿Está ya listo el café? –gruñó el cliente, malhumorado.
Karen agradeció la interrupción y se dirigió a servirle una taza a aquel hombre. En ese momento apareció Maria y vio entonces el cielo abierto para librarse del poder que ejercía sobre ella la mirada oscura del jeque.
–¿Todavía no ha llegado Mimi? Tengo que irme ya, Maria. Al médico.
–Sí, vete –respondió su prima con una mueca señalando la puerta–. Me las arreglaré hasta que ella llegue. Todavía falta bastante para que esto empiece a llenarse.
Karen se dirigió a la salida con las llaves en la mano antes de darle a Ash la oportunidad de insistir sobre lo de salir a cenar. Porque no estaba muy segura de volver a decirle que no.
–Estaremos en contacto, Karen –aseguró el jeque.
Ella agarró el picaporte de la puerta e intentó salir, pero se detuvo al escuchar el sonido encantador de su voz. Sólo fue un instante. Luego salió a toda prisa y corrió prácticamente СКАЧАТЬ