Название: Dos adultos en apuros
Автор: Emma Goldrick
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Jazmín
isbn: 9788413487182
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–Sí, es cierto –repitió él con una media sonrisa–. Por mí ya te lo puedes imaginar, no tengo ninguna objeción, pero Eddie y Melody son…
–¡Cállate! –gritó Hope–. Yo no soy… soy… ¡ha sido un accidente!
Los dos niños soltaron una risita nerviosa.
–Te lo dije, ¿a que son grandes? –añadió la niña.
El tío Ralph subió las escaleras sin dejar de reír. Hope miró entonces a los niños, y estos dejaron instantáneamente de reír. Se retiró a su habitación y cerró la puerta de un golpe. Se dejó caer sobre la cama y apretó los puños.
–Dejaré este estúpido trabajo –se dijo en voz alta para sí misma–. ¡No tengo por qué aguantar este…! –golpeó los puños contra la pared–. ¡Tendría que haberle pegado! ¡Hace diez años, en aquel baile, tendría que haberle pegado!
Ralph Browne, el chico que la había puesto en ridículo hacía diez años. Hubiera debido de… matarlo. ¡Rasgarle el vestido en mitad de la pista de baile! ¡Y en aquella ocasión no llevaba sujetador! ¡Y él, muerto de risa! Bueno, después de ponerle el ojo morado ya no rio más. Poco después él se lo había explicado todo al director del instituto como si fuera un accidente, y a ella la habían echado de clase durante una semana por pegarlo. ¡Era un monstruo!
Tomaría una ducha y se cambiaría de ropa. Y luego lo impresionaría con una comida como jamás la había imaginado. Ese era un buen plan. Hope entró en el baño, tiró la ropa al suelo y abrió el grifo del agua caliente. Se lavó, se calmó y, media hora más tarde, salió de la ducha.
Las toallas colgaban de una percha. Tiró de una de ellas y se secó. Salió del baño con la toalla colgada de una mano arrastrándola por el suelo. Sin embargo, tras dar tres pasos en el dormitorio, comprendió que había cometido otro terrible error. Había un hombre en calzoncillos a los pies de la cama, silbando. ¡El tío Ralph!
–¿Qué…? –gritó.
Él se dio la vuelta.
–Bien, preciosa, no cabe duda, pero no hacía falta que te tomaras tantas molestias.
Hope pareció quedarse helada. Jamás en su vida había compartido un baño con un hombre, y menos aún con uno medio desnudo, dispuesto para recibir un puntapié. Bueno, al menos desde que Michael tenía dos años. Hope respiró hondo.
–¡Sal de mi habitación! –gritó.
Él sonrió. Hope agarró la toalla y trató de taparse.
–Debe ser un error –rio él–. Ocurre que esta es mi habitación, y si de verdad quieres taparte, súbete más la toalla.
Hope miró para abajo. Tenía razón. Airada, subió la toalla.
–¡Sal de mi habitación! –repitió Hope ajustándose la toalla.
–Deja que te lo repita, esta es mi habitación.
–Tu sobrino…
–Sí, ya veo –contestó él mirando a su alrededor como si buscara algo–. Ya discutiremos sobre eso más tarde, en cuanto encuentre mis pantalones.
Hope suspiró frustrada y se retiró al baño cerrando la puerta de golpe.
–Supongo que eso significa que no me encuentras atractivo, ¿no? –inquirió él medio riendo a través de la puerta–. Si piensas marcharte será mejor que esperes hasta después de la comida –añadió en voz alta.
–¡Vete! –gritó ella apretando los puños.
–No mientras no… ah, aquí están –añadió acercándose a la puerta–. No podía marcharme, no encontraba mis pantalones. Nos veremos a la hora de comer.
Hope escuchó la puerta abrirse y cerrarse y se apoyó contra la del baño suspirando aliviada. Tenía que marcharse, se dijo a sí misma. No tenía por qué aguantar aquella situación.
Abrió la puerta del dormitorio despacio y asomó la cabeza.
–Esperaré –musitó sentándose en la cama–, ¡esperaré a que haga otro comentario y entonces lo golpearé tan fuerte que jamás lo olvidará!
En su interior, Hope no dejaba de oír la voz de su madre, que decía: «Vamos, adelante, abandona. Seis trabajos en menos de dos años, pero no importa. Mejor marcharse que matarlo. No has madurado lo suficiente como para enfrentarte a un hombre adulto, tienes que controlar tu carácter, cariño. Venga, abandona. Defraudarás a tu padre, pero él jamás ha comprendido a las mujeres. Vamos, abandona, Hope».
–¡Maldita sea, maldita sea! –gritó golpeando la almohada–. ¡No abandonaré, no abandonaré! Y no voy a llamar pidiendo ayuda. ¡No abandonaré! ¿Me oyes, Hope Latimore?
Hope se enjugó las lágrimas, vació la maleta y se vistió con una camiseta, vaqueros y zapatillas de deporte. Luego se peinó, pero apenas sirvió de algo. Sus cabellos rizados volvieron a revolverse en cuestión de segundos. Entonces bajó a la cocina. Por el camino tropezó con un espejo y se miró. La camiseta mostraba su figura a la perfección. Demasiado perfectamente.
–¡Oh, Diossss! –musitó volviendo al dormitorio a buscar un jersey grueso, amplio y suelto, para cubrirse.
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