Название: Mágica miseria
Автор: Juan Carlos Rivera Quintana
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: LITERATURA
isbn: 9786075475974
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Mientras, Armando Olay, elucubró como una alternativa posible para frenar la propagación de las bocanadas de fuego tirarle el orine de las bacinillas o tibores, recogidos durante toda la noche, que eran colocados debajo de las camas para evitar salir a esas horas a esa suerte de casilla sanitaria, donde hacer las necesidades fisiológicas, conocida en el campo cubano, como excusado. Suponía que aún no se habían vaciado esos utensilios de losa o porcelana, que acostumbraban a estar repletos, en la mañana, y ello pudiera ser la solución radical. Él había escuchado que esos miasmas amoniacales tienen propiedades anti-incendiarias. Y cuando salieron todos con sus tibores, incluso muchos vecinos, lanzándolos contra el fuego aquello fue de un efecto inmediato, casi sobrenatural para cortar la cadena de humo y llamas. Yaya apareció entre la muchedumbre, entre los gritos del pueblito, que se había volcado a la finca para ayudar. Llevaba el pelo medio chamuscado, algunas ligeras quemaduras en los brazos y una cara de terror que la convertían realmente en una sobreviviente. Al salir sólo atinó a murmurar en tono de guasa: “Hoy, sí me las vi duras”. A estas alturas ya no sabía cuántas vidas le quedaban —y valga la redundancia— por quemar.
El caserío aplaudió, durante varios minutos, pues estaba sorprendido de esa salida casi milagrosa, de esa aparición teatral entre las cenizas. Ella hizo una reverencia de agradecimiento como si hubiera asistido a su gran representación e inmediatamente fue a darse un baño para quitarse los olores a leño quemado y alguna que otra salpicadura de orín, de excrementos, provenientes de la bacinilla del sucio farmacéutico, que había recibido cuando escapaba —a rastras— del cobertizo incinerado. Aunque no acostumbraba a jugar, en la lotería de La Grifa, salió corriendo, a la bodega del pueblo, para comprar los tickets de los números 48, 86 y 39, que se le aparecieron en el sueño. Pero dichos guarismos no salieron rifados ese día, sino el posterior, pero para ese momento ya su alcancía estaba más pelada que un plátano pintón para jugar nuevamente.
Yaya, entonces, recordó aquel viejo proverbio español, que había escuchado tanto a su madre que apuntaba: “Desgraciada en el juego, afortunada en los amores” y pensó que, al menos, salvó la vida de aquella encerrona fatídica. Ahora vendrían nuevos amoríos, que ella —a diferencia de sus hermanas— no se sentaría a esperarlos, pues estaba muy concentrada en diseñar su futuro.
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