Название: Mentalidades matemáticas
Автор: Jo Boaler
Издательство: Bookwire
Жанр: Документальная литература
isbn: 9788418000959
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En mi curso en línea para docentes y padres, compartí la nueva información sobre los errores y planteé un desafío. Les pedí a los participantes que diseñaran una nueva actividad, para realizar en el aula o en el hogar, que indujera a ver los errores bajo una nueva luz. Una de las propuestas más interesantes la ofreció una maestra; me dijo que comenzaría la clase pidiéndoles a los alumnos que arrugaran una hoja de papel y la lanzaran a la pizarra con el sentimiento que tenían cuando cometían un error en matemáticas. Los invitaría así a expresar sus sentimientos, generalmente de frustración. Luego, les pediría a los alumnos que recuperaran su papel, lo alisaran y trazaran líneas sobre todas las arrugas con rotuladores de colores, que representarían el crecimiento de su cerebro. Finalmente, les pediría que conservaran ese papel dentro de su carpeta durante el año escolar, como recordatorio de la importancia de los errores.
Hace un par de años que estoy trabajando codo a codo con Kim Halliwell, una maestra inspiradora que forma parte de un grupo de profesores del Distrito Escolar Unificado de Vista. Cuando visité el aula de Kim el año pasado, vi las paredes cubiertas de entrañables dibujos de cerebros hechos por sus alumnos, acompañados de mensajes positivos sobre el desarrollo del cerebro y los errores. Kim me explicó que les había pedido a los estudiantes que tomasen sus mensajes favoritos sobre el desarrollo del cerebro entre aquellos que habían revisado juntos y los escribiesen al lado de sus dibujos, en la misma hoja.
Otra estrategia destinada a resaltar el papel de los errores en el aula consiste en pedirles a los estudiantes que entreguen cualquier tipo de trabajo, incluso exámenes que hayan hecho (aunque cuanto menos examinemos a los alumnos, mejor, como explicaré en el capítulo ocho); con ese material en sus manos, el profesor elige sus «errores favoritos». El profesor debe decirles a los alumnos que va a buscar sus errores favoritos, los cuales deben ser conceptuales, no numéricos. Luego, puede exponer los errores a la clase y abrir un debate sobre el origen de cada uno y el motivo por el cual eso es un error. Este también es un buen momento para insistir en el importante mensaje de que cuando el alumno se equivocó, fue algo positivo, porque se encontraba en una etapa de esfuerzo cognitivo y su cerebro estaba destellando y creciendo. Asimismo, exponer errores y hablar de ellos es bueno porque si un estudiante comete un error, podemos saber que otros también lo han cometido, por lo que es muy útil para todos poder reflexionar sobre ese fallo.
Si se pone nota a los deberes de matemáticas (una práctica inútil de la que hablaré más adelante) y los alumnos reciben una calificación baja por haber cometido errores, reciben un mensaje muy negativo sobre equivocarse y el aprendizaje de las matemáticas. Para enseñar a los estudiantes la mentalidad de crecimiento y transmitirles mensajes positivos generales sobre el aprendizaje de las matemáticas, los docentes deberían evitar los exámenes y la evaluación de las tareas en la medida de lo posible (ver el capítulo ocho); y en caso de que continúen examinando y calificando, deberían poner la misma nota, o más alta, a los alumnos que cometan errores y añadir junto a la nota un mensaje que manifieste que los errores constituyen una oportunidad perfecta para el aprendizaje y el desarrollo cerebral.
Es importante darles valor a los fallos en clase, pero los profesores también deben dar mensajes positivos acerca de las equivocaciones en sus interacciones individuales con los alumnos. Mi propia hija recibió mensajes muy dañinos por parte de los maestros en sus primeros años en la escuela, lo que instauró en ella una mentalidad fija a una edad temprana. A los cuatro y cinco años de edad sufría problemas de audición, lo cual, en esa etapa, no fuimos capaces de detectar. A causa de ello, los maestros decidieron que tenía problemas cognitivos, y le mandaban hacer tareas fáciles. Ella era muy consciente de esto y, con solo cuatro años, un día al llegar a casa me preguntó por qué a los otros niños les daban tareas más difíciles. Sabemos que los alumnos dedican mucho tiempo, en la escuela, a tratar de averiguar qué piensan de ellos sus maestros, y ella llegó a la conclusión de que no la valoraban mucho. Debido a esto, se convenció de que era tonta. Ahora tiene doce años y, después de ir durante tres años a una maravillosa escuela de primaria en la que rápidamente identificaron su mentalidad fija y vieron que esta la estaba frenando, es una persona diferente y le encantan las matemáticas.
Cuando mi hija estaba en cuarto de primaria y aún tenía una mentalidad fija, ella y yo visitamos un aula de tercero, en su escuela. La maestra puso dos problemas de aritmética en la pizarra, y mi hija resolvió uno bien y el otro mal. Cuando se dio cuenta de que se había equivocado, se lo tomó muy mal; dijo que se le daban fatal las matemáticas y que incluso los alumnos de tercero tenían más nivel que ella. Aproveché ese momento para comunicarle, de forma muy directa, algo muy importante. Le dije: «¿Sabes lo que acaba de pasar? Cuando obtuviste esa respuesta incorrecta, tu cerebro creció, pero cuando obtuviste la respuesta correcta, no ocurrió nada en tu cerebro; no hubo ningún desarrollo cerebral». Este es el tipo de interacción individual que los maestros pueden tener con sus alumnos cuando cometen errores. Mi hija me miró con los ojos muy abiertos, y supe que había comprendido lo importante que era esa idea. Ahora que está empezando sexto, es una alumna diferente; acepta los errores y tiene una actitud positiva consigo misma. Esto no es consecuencia de haberle enseñado más matemáticas u otros contenidos académicos, sino de haberle enseñado a tener una mentalidad de crecimiento.
En la pasada década de los treinta, el suizo Jean Piaget, uno de los psicólogos más importantes del mundo, rechazó la idea de que aprender tuviese que ver con memorizar procedimientos, y señaló que el verdadero aprendizaje depende de la comprensión de cómo las ideas encajan entre sí. Sugirió que los estudiantes tienen unos modelos mentales que describen la manera en que las ideas encajan unas con otras, y que cuando estos modelos mentales tienen sentido para ellos, se encuentran en un estado que llamó de equilibrio (ver, por ejemplo, Piaget, 1958, 1970). Cuando los estudiantes se encuentran con ideas nuevas, se esfuerzan por hacerlas encajar en su modelo mental del momento, pero cuando estas no parecen encajar, o el modelo debe cambiarse, entran en un estado que Piaget llamó de desequilibrio. Una persona que se encuentra en estado de desequilibrio sabe que no puede incorporar la nueva información a su modelo de aprendizaje, pero tampoco puede rechazarla, porque tiene sentido, por lo que se ve abocada a trabajar para adaptar su modelo. El proceso de desequilibrio es incómodo para quien está aprendiendo, pero es el desequilibrio, afirma, lo que conduce a la verdadera sabiduría. Piaget mostró que el aprendizaje es un proceso en el que se pasa del equilibrio, donde todo encaja bien, al desequilibrio, donde una nueva idea no encaja, para llegar a un nuevo estado de equilibrio. Este proceso, sostiene, es esencial para el aprendizaje (Haack, 2011).
En el capítulo cuatro, cuando trate el tema de la práctica matemática y los tipos de práctica que son y no son útiles, mostraré que uno de los problemas que tiene nuestra versión actual de la educación en matemáticas es que los alumnos reciben ideas simples y repetitivas que no los ayudan a pasar al importante estado de desequilibrio. Sabemos que los individuos que tienen una alta tolerancia a la ambigüedad efectúan la transición del desequilibrio al equilibrio con mayor facilidad, una razón más por la que debemos brindar a los estudiantes más experiencias de ambigüedad СКАЧАТЬ