La canción del arrozal. Lafcadio Hearn
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Название: La canción del arrozal

Автор: Lafcadio Hearn

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Bosque de bambú

isbn: 9789874766304

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СКАЧАТЬ líneas es una jovencita del campo, respondiendo con altura a un comentario irrespetuoso:

      Ríase de mí si le place, llámeme su rana en el estanque: flores caen en mi estanque, y su agua sirve de espejo a la luna.

      El segundo poema parece ser la expresión de una mujer con buenos motivos para sentir celos:

      Creíste aburrido, como agua estancada, el ánimo de tu amante; pero el estanque habla, podrás oír el canto de la rana.

      Además de los poemas amorosos, hay cientos de versos acerca de las ranas comunes de los estanques y arrozales. Algunos se refieren en especial al volumen del sonido que hacen.

      Oigo a las ranas en los arrozales, parece como si el agua cantara.

      Al inundar los arrozales en primavera, fluye con el agua la canción de las ranas.

      De arrozal en arrozal llaman, desafío y respuesta no cesan.

      Con la profundidad de la noche, más fuerte el coro de ranas en el estanque.

      Tantas son las voces de las ranas que me pregunto si el estanque no es más grande por la noche.

      Ni los botes a remo pueden avanzar, tan denso es el clamor de las ranas de Horie.

      La exageración de este último poema es intencional y efectiva en el original. En algunas partes del mundo —en los pantanos de Florida y del sur de Louisiana, por ejemplo—, el clamor de las ranas en ciertas estaciones se parece al rugido furioso del mar. Quien lo haya escuchado puede apreciar la sensación de obstáculo que hay en ese sonido.

      Algunos poemas comparan o asocian el sonido de las ranas con el de la lluvia:

      Más débil que la lluvia, la canción de las primeras ranas.

      Lo que confundí con la lluvia no es más que el canto de las ranas.

      Soñaré ahora, arrullado por las gotas de lluvia y la canción de las ranas.

      Otros cumplen la función de pequeñas pinturas, bocetos en miniatura. Este hokku, por ejemplo:

      Sendero entre arrozales: las ranas escapan saltando a un lado y a otro.

      O este otro, que tiene cien años:

      En los tranquilos pantanos donde se ven las flores de yamabuki, allí se oye la voz del kawazu.

      O bien esta bella ocurrencia:

      Canta la rana, su voz perfumada; porque en el arroyo brillante caen pétalos de cerezo.

      Los dos últimos poemas se refieren, desde luego, a la verdadera rana cantante.

      Muchos poemas breves están dirigidos directamente a la rana, ya sea kaeru o kajika. Hay poemas melancólicos, afectuosos, humorísticos, religiosos e incluso filosóficos. A veces se asocia a la rana con un espíritu que descansa en una hoja de loto; a veces a un monje que repite sutras para las flores que mueren; a veces al blasfemo que siempre amenaza con hablar en contra de los dioses, pero teme terminar su frase. La mayoría de los ejemplos que siguen han sido tomados de un libro reciente de poemas publicado por Roseki. Debe recordarse que cada una de mis frases en prosa representa un poema completo:

      Ahora que se han ido todos los invitados, ¿por qué permaneces sentada en reverencia, oh rana?

      Con tus manos descansando así sobre el suelo, ¿das la bienvenida a la lluvia, rana?

      Perturbas en el antiguo estanque a la luz de las estrellas, rana.

      Arrulla el sonido de la lluvia; pero tu voz me hace soñar, oh rana.

      Siempre amenazas con lanzarte a hablar en contra del cielo, rana.

      Aprendiste que el mundo está vacío; nunca lo miras mientras flotas, rana.

      Habiendo vivido en arroyos de montaña, cristalinos y veloces, tu voz no puede quedar estancada, oh rana.

      Lo placentero del último ejemplo muestra la estima en que se tenía a la rana kajika y su poderío vocal.

      III

      Me llamó la atención que, de los cientos de poemas acerca de ranas que reuní, no hay ni una sola mención a su piel viscosa y fría. Excepto por unas pocas líneas jocosas sobre ciertas actitudes extrañas que en ocasiones asume esta criatura, la única referencia que pude encontrar a cualidades poco agradables fue esta tímida sentencia:

      A la luz del día, qué poco interesante eres, rana.

      Pensaba en esta reticencia a detenerse en la naturaleza fría, viscosa y flácida de las ranas, cuando de pronto caí en la cuenta de que, en otros tantos miles de poemas japoneses que he leído, no se hace alusión a sensaciones del tacto. Se describen sensaciones de color, sonido y aromas con una delicadeza exquisita y sorprendente; pero el sentido del gusto es pocas veces mencionado, y el del tacto es ignorado por completo. Me pregunté si esta indiferencia tendría algo que ver con el temperamento japonés, pero todavía no he llegado a una conclusión. Recordando que este pueblo lleva siglos alimentándose de comida que resulta insulsa al paladar occidental, y que demostraciones de afecto tales como tomarse de la mano, abrazarse, besarse o cualquier otra forma de contacto físico son extrañas a la forma de ser oriental, uno tiene la tentación de concluir que los sentidos del gusto y del tacto, ya sean sensaciones placenteras o no, no han evolucionado en los japoneses como en nosotros. Pero hay mucha evidencia en contra de esta teoría; y el valor de los trabajos manuales y artesanías japoneses dan muestra de una delicadeza incomparable del tacto, que ha evolucionado en una dirección especial. Sea el que fuere el sentido filosófico de este fenómeno, su sentido moral es de suma importancia. Por lo que he podido juzgar, la poesía japonesa suele ignorar las cualidades inferiores de los sentidos, mientas que apela con sutileza a las cualidades superiores que llamamos estéticas. Aunque no represente más que eso, este hecho da cuenta de la actitud más sana y feliz posible de acercarse a la naturaleza. ¿No nos retraemos los occidentales ante impresiones puramente naturales por una repulsión desarrollada desde el mórbido sentido del tacto? Al menos vale hacerse la pregunta. Ignorando o dominando dicha repulsión —aceptando a la naturaleza desnuda tal como es, siempre digna de admiración cuando se la conoce—, los japoneses encuentran belleza donde nosotros, ciegamente, imaginamos fealdad, deformidad o repugnancia: belleza en los insectos, en las piedras, en las ranas. ¿Acaso no es llamativo que solo ellos hayan podido hacer un uso artístico de la forma de un ciempiés? Deberían ver mi bolsa de tabaco hecha en Kioto, con ciempiés de oro corriendo sobre el cuero estampado como rizos de fuego.

      1 Cettia cantans, el ruiseñor japonés.

      2 Esa es, al menos, la postura que la antigua etiqueta obliga a los hombres. Pero las reglas son muy complicadas, y varían de acuerdo con el rango y con el sexo. Las mujeres, por lo general, colocan los dedos mirando hacia adentro en lugar de hacia afuera cuando toman esta postura.

      3 En realidad, Bashō no fue el creador de esta forma poética, que se trataba originalmente de los tres primeros versos de un poema encadenado conocido como renga. Pero fue con él que comenzó a adquirir autonomía, y se lo empezó a incorporar a otros géneros literarios tales como el haibun, en el que se lo combina con prosa. (N. del T.)

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