Название: A merced de la ira - Un acuerdo perfecto
Автор: Lori Foster
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: Tiffany
isbn: 9788413489490
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Deseó matar a Murray delante de ella, y luego matar también a los demás. Tal vez la señorita Patterson quedara traumatizada de por vida, pero al menos estaría a salvo.
Por desgracia, no podía hacer nada, salvo quedarse allí y poner cara de aburrimiento y exasperación.
Murray fijó en él unos ojos azules tan fríos como un frente polar.
–¿Qué coño es esto, Trace?
–Una bobada, eso es todo. Estaba a punto de echarla a la calle –Trace la agarró del brazo con fuerza.
Pero Murray lo detuvo con un ademán. Ordenó marcharse a los demás hombres y luego la miró de nuevo. Tenía esa mirada ceñuda que tanto asustaba a la gente.
Trace no se inmutó.
Bajo el bigote bien recortado, la boca de Murray tenía una expresión dura y firme.
–Llévala a mi despacho.
Se alejó sin más hacia los ascensores privados.
Joder, joder, joder.
–¿Contenta? –preguntó Trace, mirando a la chica con enfado.
Ella respondió casi con engreimiento:
–Casi, casi –miró con intención la mano con que él agarraba su brazo.
Sin hacer caso, Trace la llevó a una sala de reuniones vacía de la planta baja.
–¡Eh! –ella intentó desasirse, pero no pudo.
A Trace le extrañó su modo de moverse, tan ágil y expeditivo. Si hubiera sido otro quien la hubiera estado sujetando, podría haberse desasido fácilmente.
–Va a hacerse daño.
Priscilla logró soltar unas lágrimas y las dejó brillar en sus largas y oscuras pestañas.
–Es usted quien me está haciendo daño.
–Todavía no –contestó Trace, impasible–. Pero cada segundo que pasa me dan más ganas de propinarle una azotaina.
Ella se quedó callada y dejó de llorar. Trace la hizo entrar en una sala y la empujó hacia una mesa de reuniones con sillas.
–Siéntese –al ver que ella hacía amago de resistirse, respiró hondo y se acercó a ella.
Priscilla se dejó caer en una silla.
–¿A qué viene esto? –agarró los brazos de la silla y levantó la barbilla–. Ya ha oído al señor Coburn. Quiere que me lleve a su despacho.
–Sí, pero también he oído lo que no ha dicho.
Ella sacudió la cabeza.
–¿De qué está hablando?
–Tengo que registrarla.
–¿Cómo dice? –preguntó ella, pasmada.
–Suplique todo lo que quiera –estaba tan enfadado que hasta le apetecía oírla suplicar–. De todos modos voy a cachearla. Por todas partes.
Ella lo miró alarmada. Trace asintió con la cabeza.
–Cada resquicio y cada hueco y cada prenda que lleve encima, preciosa.
Priscilla balbució y Trace notó que se ponía colorada.
–¡Está usted loco! –exclamó ella, tensándose.
Trace apoyó los hombros contra la pared.
–Si quiere ver a Coburn, tengo que asegurarme de que no esconde un arma, ni un transmisor de la clase que sea.
–No.
–Muy bien –perfecto, de hecho–. Entonces márchese. Enseguida.
Ella titubeó.
–Pero…
Él la miró de nuevo de arriba abajo. Priscilla había intentado esconder su cuerpo bajo aquella ropa recatada e insulsa, pero a él no lo engañaba. Se habría apostado su navaja favorita a que aquella nena no era boba. Ignoraba, en cambio, si era o no hija de Murray. Podía haber cierto parecido en el color del pelo, aunque el suyo era un poco más claro que el de Murray. Y cuando fingía, cosa que había hecho desde el principio, tenía cierto aire que le recordaba a Coburn.
Trace miró el grueso reloj negro que llevaba en la muñeca.
–Decídase, pero dese prisa. ¿Qué prefiere? ¿Marcharse o que la registre de arriba abajo?
El brillo de lágrimas que apareció en sus ojos parecía auténtico. Pero aun así no bajó la barbilla.
–No voy a marcharme.
Trace se apartó de la pared.
–Como quiera, entonces –la agarró del codo y la hizo levantarse.
Su coronilla apenas le llegaba al mentón. Tenía una estructura ósea delicada, pero saltaba a la vista que era dura como el acero.
La hizo darse la vuelta.
–Apoye las manos sobre la mesa y separe bien las piernas.
Ella tardó cinco segundos en moverse. Tenía los hombros y el cuello rígidos. La coleta le llegaba casi hasta la mitad de la espalda. Suelta, la melena debía de rozarle el trasero.
Trace pasó las manos por su larga cola de caballo y sintió que le ardían las palmas. Como a cámara lenta, ella dejó su pesado bolso sobre la mesa. Apoyó las manos sobre ella y separó los dedos para equilibrarse. Trace le hizo echar los pies un poco para atrás y dijo:
–Ábrase de piernas, preciosa.
Ella respiró hondo para darse valor. Levantó el pie derecho y volvió a posarlo unos centímetros más lejos.
–Un poco más –dijo Trace con voz suave.
Al ver que apenas se movía, se colocó tras ella, la agarró de la cintura y la obligó a separar los pies hasta donde permitía la falda.
Los músculos de sus pantorrillas desnudas se encogieron. La falda se tensó alrededor de su trasero redondeado. Sus hombros siguieron igual de rígidos.
Trace notó de pronto su delicioso aroma. Suave como el de un bebé y dulce como el de una mujer.
Se le hincharon las aletas de la nariz… y tuvo que hacer un esfuerzo por apartarse.
–Quédese así –se puso a su lado y volcó su bolso sobre la mesa. Fotografías, un bolígrafo, un cuaderno, maquillaje, brocha, peine, espejo, pañuelos de papel, calculadora, una chocolatina, un СКАЧАТЬ