A merced de la ira - Un acuerdo perfecto. Lori Foster
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Читать онлайн книгу A merced de la ira - Un acuerdo perfecto - Lori Foster страница 26

Название: A merced de la ira - Un acuerdo perfecto

Автор: Lori Foster

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Tiffany

isbn: 9788413489490

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СКАЧАТЬ por lo que a él concernía, todas eran putas.

      Priss tenía un sabor cálido y ardiente, pero besaba como una colegiala.

      Atraído por su inexperiencia, Trace acarició sus labios con la lengua. Tenía una boca increíble, carnosa, suave y sensual.

      Ella entreabrió los labios, dejó escapar un suspiro tembloroso y él introdujo la lengua dentro de su boca.

      Priss se quedó muy quieta, puesta de puntillas. Respiraba agitadamente por la nariz. Sin poder evitarlo, Trace sujetó su cabeza entre las manos y devoró su dulce boca. Ella gimió, excitada y dócil, pero sin participar en realidad. Trace sospechó que no sabía qué hacer.

      ¿Era posible? Se echó hacia atrás para mirarla. Tenía los ojos cerrados y se inclinaba hacia él, acalorada por un simple beso. Abrió lentamente los párpados y lo miró con las pupilas dilatadas.

      –Trace…

      Madre mía. Trace conocía a las mujeres, y aunque sospechaba que era lo bastante astuta para engañar a cualquiera cuando se lo proponía, no creyó que en ese momento estuviera actuando. Rebosaba pureza carnal, curiosidad sexual y anhelo de lo desconocido.

      ¿Por qué él? ¿Por qué demonios había tenido que fijarse en él? Aunque, pensándolo bien, no le hacía ninguna gracia que otro se encargara de desflorarla (santo cielo, qué idea tan anticuada), y menos aún el tarado de Murray.

      Priss miró su boca, anhelante. Cada vez que respiraba, sus pechos se apretaban contra la camiseta de algodón. Trace no podía dejar de mirarlos.

      Ella se tocó el labio superior con la punta de la lengua y se apartó.

      –¿Qué ocurre?

      Trace se sintió a punto de estallar. Unos segundos antes, Priss le había parecido al borde del pánico al pensar en que pudieran violarla. Ahora, en cambio, parecía tan ansiosa como él.

      Pero Trace no se atrevió a cumplir sus deseos.

      Aún no. No, habiendo tanto en juego.

      –Ve a vestirte –se alejó de ella.

      Vio temblar su cuerpo pequeño pero sensual. Por debajo de la camiseta, sus pezones endurecidos parecían suplicarle que los tocara con los dedos. O con la boca. Un delicado rubor cubría su piel.

      Trace intentó olvidarse de todo aquello.

      –Nos vemos aquí dentro de diez minutos.

      Una expresión de perplejidad y luego de confusión cubrió el semblante de Priss. Luego, levantó la barbilla.

      –Cuánta prisa, ¿no?

      –Tenemos muchas cosas que hacer –Trace le dio la espalda. No quería ver su expresión dolida. Su corazón latía con fuerza y sentía un calambre en las entrañas–. Ponte tu ropa normal, algo cómodo para dar un largo paseo en coche.

      «Dios, me encantaría desnudarla, tumbarme encima de ella, darle una larga cabalgada…».

      –¿Adónde vamos?

      A límite de sus fuerzas, Trace ignoró su pregunta. Necesitaba alejarse de ella. Quería que se vistiera.

      Además, cuanto menos supiera, mejor. Para los dos.

      Mientras recogía su ropa y su bolsa de aseo, dijo:

      –Diez minutos, Priss.

      Priss se acercó a él, y Trace sintió su cercanía como la electricidad estática de una tormenta. Chisporroteó en sus terminaciones nerviosas, haciendo latir su sangre.

      –¡Qué misterioso eres! –se quejó ella, y añadió dirigiéndose al gato–. Vamos, cariño. De todos modos, no queremos ducharnos con él.

      En cuanto se cerró la puerta de comunicación, Trace se dejó caer contra la pared, cerró los ojos con fuerza y gruñó suavemente. ¿Ducharse con ella? Dios, le encantaría. La idea de pasar las manos llenas de jabón por sus curvas bastaba para que le flaquearan las piernas. Recordó cómo le sentaba aquel tanga, aquel sujetador minúsculo, y comprendió que necesitaba una ducha fría. Así se calmaría un poco, aunque no mucho, porque tratándose de Priss no eran solo los atributos físicos lo que lo atraía. Era mucho más.

      Mierda.

      No podía liarse con Priscilla Patterson, y no solo por los motivos obvios. Porque no solo tenía que proteger su trabajo. También tenía que mantener a salvo su corazón.

      ¿Y desde cuándo tenía corazón?

      Aparte de las personas por las que estaba dispuesto a morir, su hermana y sus mejores amigos, todo el mundo era un medio para conseguir un fin, un modo de llevar a cabo una misión. Eran las piezas necesarias para formar un puzle. Nada más. Procuraba que los transeúntes no resultaran heridos, pero no se preocupaba por ellos. No así, al menos.

      Se apartó de la pared y entró en el cuarto de baño. Abrió del todo el grifo de agua fría y se quitó los vaqueros.

      Tenía que rechazar a Priss, conseguir que no lo deseara. Luchar consigo mismo ya era bastante difícil. Luchar también contra ella sería imposible.

      Necesitaba que Priss lo viera como uno de los malos, costara lo que costase. No le costaría mucho conseguirlo, teniendo en cuenta su papel en aquel tinglado y las cosas repugnantes que le mandaba hacer Murray. Se limitaría a hacer su papel y, al final, Priss lo despreciaría casi tanto como a Murray.

      Se metió bajo el agua helada y rezó por despejarse. Necesitaba que aquella tormenta sensual pasara de una vez.

      Priss se duchó, se cepilló el largo pelo y se vistió, enfurecida todavía.

      ¿Por qué la había besado Trace y luego la había rechazado? ¿Era un juego? ¿Una prueba?

      Tenía que dejar a un lado el deseo que sentía por él, hacerse con su teléfono y borrar la maldita foto de su e-mail antes de que la guardara en otra parte. Y tenía que congraciarse con él para que le revelara cuáles eran sus verdaderas intenciones respecto a Murray.

      Se sobresaltó al oírle llamar a la puerta.

      –¿Estás lista?

      Apretó los dientes. Se levantó de la cama, donde había estado sentada con Liger, y se aclaró la garganta.

      –Sí, estoy lista.

      Él abrió la puerta. La miró de arriba abajo, desde el pelo recogido en una coleta alta a la camiseta y los vaqueros holgados, terminando por las chanclas.

      –Eres un verdadero camaleón.

      –Has dicho que me pusiera ropa cómoda.

      Trace apoyó la mano en el marco de la puerta y asintió con la cabeza.

      –Está bien –de pronto parecía resignado. Entró, entornó los ojos y le tendió la mano.

      Había algo en sus ojos, algo СКАЧАТЬ