NAM: La guerra de Vietnam en palabras de los hombres y mujeres que lucharon en ella. Mark Baker
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СКАЧАТЬ distancia entre su familia y ellos, que vivían en un estado de permanente semitorpor puntuado por picos de fervor maníaco, cuyo porvenir siempre había tenido el perfil de la fábrica del polígono o el centro comercial más cercano…

      Sí, aquellos Lurps3 se parecían peligrosamente a la peña de tu instituto, de tu bloque, de tu curro, los que de niños habían jugado contigo al bote hasta que se apagaban las farolas y las madres os llamaban a grito pelado desde los balcones, los que compraron la primera litrona junto a ti (y luego la vomitaron, también junto a ti, en el descampado delante del insti). Los que habían ido a Vietnam eran chicos como vosotros. Y ahora estaban muertos.

      3. Los soldados que fueron a Vietnam eran de otro país, pero, ¿saben qué? Ni siquiera lo parecían. El rock’n’roll les había hecho familiares. Los críticos literarios suelen escudarse en letanías de ficticia objetividad y separación con el texto, pero lo cierto es que todos nos buscamos en las historias ajenas, desenterramos del texto los elementos compartidos, y por eso algunas de esas historias nos resultan más fáciles de entender, más cercanas, que otras. El componente rock’n’roll de la guerra de Vietnam, siguiendo ese razonamiento, resulta indispensable para explicar la fascinación, la compasión, la intimidad que despertó en nosotros. Aquellos muchachos de nuca rasurada y mejillas rubicundas, alimentados a base de filetes y batidos, no solo tenían nuestra edad, sino que además utilizaban, al otro lado del Atlántico, los mismos referentes, tics, narcóticos y abalorios tribales que la gente que nos rodeaba en el bar. Las soflamas hostiles y chulescas que pintábamos en los lavabos del instituto eran muy parecidas a las que ellos lucían en los cascos o rotulaban en la panza de sus chinooks. Los tripis que depositábamos sobre nuestra lengua, las anfetas que nos desvelaban y mantenían eufóricos (o tiritando), los porros que amasábamos… Eran las drogas típicas de Vietnam4.

      También los sonidos. El hit parade de 1967 resultaba abrumadoramente familiar5 para cualquier chico europeo, incluso español, que se resistiese a escuchar el «¿Dónde está el país de las hadas?» de Mecano. Vietnam venía con una banda sonora que te sonaba, agitaba, y en muchos casos, conmovía. «Purple Haze», «(I’m Not Your) Steppin’ Stone», «Under My Thumb», «Time Has Come Today», «All Along the Watchtower» o «Just My Imagination (Running Along with Me)». Uno de los testimonios de Nam relata un combate donde, en mitad del caos y las trazadoras, el ra-ta-ta-ta-tá de las ametralladoras y los gritos, suena el «Goodbye» de Mary Hopkins desde una radio que alguien ha dejado encendida. Incluso la toponimia del terreno —Song Be, Bu Dop, Da Nang, Mang But— suena a pop sesentero, rock’n’roll clásico, a be-bop y auanba-ba-luba (o, en el caso de Mang But, a obscenidad en inglés).

      He escrito la palabra «sesentero», pero lo cierto es que Vietnam es a la vez sixties y nada sixties. Por un lado, sin duda, Nam estaba conectado a la década por un cordón umbilical de referencias culturales, el movimiento negro de derechos civiles, la contracultura, la televisión, el rock’n’roll, etcétera. Por el otro, como sugería más arriba, existía, como todas las guerras, en su propia realidad alternativa, extemporánea, cercenada de su tiempo, primigenia y antigua, del mismo modo que el Salvaje Oeste parece existir en una dimensión propia, pretérita y futura a la vez, cien años después o antes del Londres Victoriano, aunque coexistieran en el tiempo. Los chicos de Vietnam no van con hipsters púrpuras, flequillo Byrds, kaftanes o botines de tacón cubano. Son soldados: llevan ropa de faena sucia, botas enfangadas, ronchas de sudor, culos sucios y pies podridos, como los soldados de todas las eras, aunque el Verano del Amor esté en su punto álgido. No son chavales de los sesenta, sino chavales de siempre. Históricos, pese a su mocedad. Y por eso su narrativa, sus arquetipos, son eternos. La identificación con ellos resulta inevitable, una vez más.

      4. Vietnam fue una guerra que luchó la clase obrera. Ustedes dirán que como todas, lo cual es solo parcialmente cierto. Las estadísticas no mienten: el 17% de los oficiales de clase alta que combatieron en la Primera Guerra Mundial murieron en combate, en comparación al 12% de rango bajo y extracción obrera. Una sola escuela privada como Eton (cuna del abolengo británico) perdió a mil exalumnos en la Gran Guerra. Varios primeros ministros británicos dejaron en las trincheras del Somme a hermanos e hijos.

      Por supuesto, algo así resulta impensable en Vietnam (incluso imposible de visualizar, como una perspectiva mendaz de Escher). El capitalismo es energía renovable y la clase dirigente aprende de sus errores; hablemos claro: a Vietnam solo se envió a la escoria. Nam menciona el concepto «soldados de usar y tirar»: los nacidos en pueblos de mierda, hijos de familias sin rango; números y estadísticas. Carne de cañón, y nunca mejor dicho. De los 2,5 millones de hombres alistados que sirvieron en Vietnam, el 80% provenía de clase trabajadora, y la misma proporción solo tenía educación secundaria. Un 25% de ese 80% vivía por debajo de la línea de pobreza.

      Aunque es cierto que el movimiento antiguerra de los campus se formó antes de que entrara en vigor el draft universal de 1969, aquel había carecido de impulso masivo o repercusión mainstream hasta entonces. Los universitarios y las familias de clase media o alta hallaban numerosas facilidades para sortear la llamada del Selective Service (facilidades de las que carecían los jóvenes de extracción humilde), y Vietnam estaba en el otro extremo del globo. En 1965, como afirma un artículo reciente del New York Times, era raro que un chico de clase media fuese a Vietnam. No solo eso, sino que si eras de clase media y terminabas en Vietnam, eras considerado un «pardillo» (only suckers go to Vietnam).

      Por eso es inevitable sentir un pálpito en la sangre, un blanqueo súbito de nudillos, al ver imágenes de archivo del movimiento pacifista estudiantil, que explotó en el preciso momento en que entró en funcionamiento la lotería universal, el 1 de diciembre de 19696. El 15 de noviembre, dos semanas antes de aquello, Estados Unidos presenciaba la protesta antiguerra más multitudinaria de la historia del país, con sus canciones folk, flores y fifismos. Los planes de Nixon de ampliar la pool, cancelar prórrogas y alistar a los universitarios acababan de darse a conocer. Hasta aquel momento, no está de más repetirlo, la guerra de Vietnam era un lugar adonde iban a morir los negros y los pobres, y por definición resultaba irrelevante para la gran mayoría de estudiantes de clase media7.

      El conflicto de Vietnam nos ofrece aún otra particularidad relacionada estrechamente con la clase social. De la mayoría de escenarios bélicos del pasado, como en la no tan lejana Segunda Guerra Mundial, el soldado regresaba con un caso extremo de trastorno de estrés postraumático, vivo de milagro, deseando no volver a hablar jamás de lo que había visto o hecho en el campo de batalla, mutilado física o espiritualmente, pero en su país se le miraba con respeto, cuando no con reverencia. En Vietnam aquello cambió. La diferencia entre haber liberado París en 1945 o haber sobrevivido a Khe Sanh en 1968 se hacía dolorosamente patente al regresar a casa. En la primera opción sonaba la banda de música, lucían las escarapelas tricolor, te estrechaba la mano el alcalde; las más bellas cheerleaders de tu pueblo se te echaban a los brazos, te colmaban de besos y ramos de flores, te ofrecían dulces y, con suerte, su catre. En la segunda opción, un comité de recibimiento de pijas de Berkeley (o Jane Fonda en persona, ya puestos), junto a unos cuantos yippies de pies mugrientos, te escupían y humillaban y gritaban «asesino de niños», mientras depositaban muñecas ensangrentadas y desmembradas a tus pies8. Aunque es cierto que las historias de estudiantes pacifistas agrupándose en los aeropuertos para escupir a los reclutas hillbilly que marchaban o regresaban de Vietnam han sido exageradas, esas situaciones se daban, y tan a menudo como para ser consideradas parte de la ecuación. No era una aberración que involucraba al margen lunático del SDS, por decir algo.

      En Nam se acumulan las voces que narran cómo (en Vietnam) pasaron de ser una mierda a «reyes» y (ya de regreso a casa) vuelta a la mierda otra vez. Ser devuelto al viejo estatus de paria, del que creías haberte librado por servicios elementales a la patria, por la crueldad y muerte que habías presenciado y/o provocado, resultó lacerante, traumático, absolutamente degradante, para la inmensa mayoría de veteranos de guerra. Nam habla de clase social como ningún otro libro СКАЧАТЬ