Название: En busca de un hogar
Автор: Claudia Cardozo
Издательство: Bookwire
Жанр: Языкознание
Серия: HQÑ
isbn: 9788413487045
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—Lo sé, no te preocupes. —Juliet se puso de pie con un impulso y sacudió las briznas de hierba de su vestido a fin de evitar una reprimenda de su abuela—. Pero si no hay una fecha concreta, no tienes por qué lamentarte; vamos a disfrutar de este tiempo, ¿qué dices? ¿Una carrera hasta la casa?
Daniel se levantó, cambiando el semblante agobiado por uno divertido y relajado.
—¿Y si la abuela nos ve?
—Entonces que sea hasta las caballerizas, no puedo imaginarla con la vista puesta allí.
—Buena idea, ¿quieres que empiece la cuenta? —Apenas terminaba de hacer la pregunta, su prima corría ya en dirección a la propiedad, pero no pareció disgustado, sino que una sonrisa alegre se dibujó en sus labios—. Te ganaré, pequeña tramposa.
Y tras esa sentencia, empezó a correr hasta perderse de vista.
Capítulo 6
Cuatro días antes de que se cumpliera el mes pronosticado por el médico, Robert pudo apoyar el pie sin sentir el más mínimo dolor, y aún mejor, se le indicó que podría retomar sus cabalgatas sin ningún problema.
Desde luego que esta noticia alegro muchísimo a su madre, quizá aún más que a él mismo, y como desde su pequeño intercambio de palabras relacionado con la visita de lady Ashcroft y su nieta no habían hablado más del tema, esta creyó que sería el mejor momento para hacerlo.
Tras pensarlo mucho, decidió que un buen momento para ello sería la hora del desayuno, el primero que compartirían sin que Robert se viera en la necesidad de usar el bastón.
—Querido, estuve pensando…
—¿En qué, madre?
—¿A qué te refieres?
—Dices que estabas pensando, y te pregunto en qué.
La condesa viuda empezó a pestañear, un poco confundida.
—Bueno, ya que lo preguntas —se recuperó con rapidez—, me gustaría invitar nuevamente a algunos de nuestros vecinos; no a muchos, por supuesto, pero sí a los más cercanos a fin de socializar un poco. La visita de los Sheffield me recordó cuánto me agrada recibir invitados en casa.
Robert dejó su servilleta a un lado, sin dejar de ver a su madre con falsa seriedad; había tardado mucho más de lo que esperaba.
—No lo sé, madre, ¿qué tienes planeado? ¿Un té, quizá?
—O una reunión al aire libre, sería agradable utilizar los jardines en esta temporada; me cuenta Simmons —se refería al jardinero— que mis rosas acaban de florecer.
El conde fingió pensar en lo que su madre decía, removiendo el té con la cucharilla, mientras ella lo miraba con gesto ansioso.
—Ahora que lo mencionas, también yo estuve pensando en algo similar.
—¿En serio? Qué curioso.
—Sí, extraordinario. —Su hijo sonrió a medias, dejando los rodeos; era un poco cruel jugar así con su madre—. Se acerca tu cumpleaños y pensé que tal vez te agradaría que diéramos una fiesta en tu honor.
La condesa se vio tan sorprendida que una vez más Robert no pudo menos que sentirse avergonzado por la poca atención que le dedicaba, cuando ella no le mostraba más que un cariño incondicional. Suponía que el ser consciente de ello debía de ser una buena señal de que se encontraba en el camino correcto para corregir el rumbo.
—¿Lo dices en serio? ¡Oh, Robert, es maravilloso! No recuerdo cuándo fue la última vez que organicé una fiesta en Rosenthal. —La condesa juntó las manos a la altura del pecho, con una inmensa sonrisa—. No estoy segura de por dónde empezar…
—No conozco a una mejor anfitriona que tú, madre, será la fiesta del año y los vecinos rogarán por recibir una invitación.
—¡Pero si pienso invitar a todo el mundo! —La dama se calmó cuando vio la expresión horrorizada de su hijo—. Bueno, no a todo el mundo, claro, es solo una forma de hablar.
—Eso espero, aunque desde luego es tu decisión a quién invitas y a quién no, pero, aun así, creo que todo el mundo sería demasiado, incluso para Rosenthal. —Abandonó su sonrisa al ver cómo su madre dejaba la servilleta con gesto enérgico y se levantaba como impulsada por un resorte—. ¿Qué sucede?
La condesa estaba ya por cruzar la puerta, pero volvió sobre sus pasos y le dio a su hijo un beso en la frente, un gesto no muy común en ella.
—Se me acaba de ocurrir que podría pedirle ayuda a la señora Richards para organizar la fiesta, mencionó hace unos días lo aburrida que pasa todo el día en casa; iré a hablar con ella ahora mismo —sonrió—. Gracias por esta maravillosa sorpresa, querido.
—No hay nada que agradecer, madre, me alegra que te haga tan feliz.
La dama sonrió una última vez y salió del comedor con paso rápido, dejando a su hijo a solas, entre divertido e incrédulo por semejante muestra de emoción.
No esperaba que la noticia le alegrara tanto, y se sentía satisfecho de que así fuera; su madre merecía ser feliz.
Él, por su parte, estaba más interesado en otros pensamientos, quizá no tan alegres, pero no por ello menos importantes.
La idea de preguntarse si su madre invitaría a los Sheffield y lady Ashcroft era ridícula, por supuesto que lo haría; lo que deseaba saber era si la dama asistiría, y de ser así, si sus nietos la acompañarían. O, más importante, su nieta, si era honesto consigo mismo.
Era consciente de que su curiosidad resultaba peligrosa; nada relacionado con una jovencita de su edad, una abuela obviamente ambiciosa y una madre desesperada por verlo casado podrían augurar nada bueno y, aun así, no podía evitar el deseo de verla una vez más.
Si bien apenas hablaron durante su visita a Rosenthal, bastaron unas cuantas frases para saber que no se trataba de una joven del tipo común; al contrario, la encontró muy interesante, lo suficiente como para esperar poder intercambiar otras impresiones con ella. Deseaba mostrarle los cuadros en su despacho, y darle una vez más las gracias por su ayuda al momento de su accidente. Aunque ella hubiera insistido tanto en que fue su primo quien tuvo mayor participación en la misma, recordaba perfectamente, a pesar de su delirio, que no fue así.
Fue ella quien se acercó primero, preocupada por su estado, quien se hincó a su lado sobre la hierba, y el rostro que lo acompañó desde que perdió el conocimiento hasta que lo recobró; aún en su cama en Rosenthal continuaba evocando esa cara a la que ni siquiera podía poner un nombre.
Rio al acordarse de la extraña pregunta que hizo para saber en qué estado se encontraba.
«¿Cuántos dedos ve?».
Fueron dos los que le mostró, claro, estaba seguro, pero no pudo responder apropiadamente porque estaba muy ocupado observando sus facciones y oyendo el tono seguro y dulce de su voz, los mismos que había СКАЧАТЬ