Un día más en el Universo. Lucas Fridman
Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Un día más en el Universo - Lucas Fridman страница 5

Название: Un día más en el Universo

Автор: Lucas Fridman

Издательство: Bookwire

Жанр: Языкознание

Серия: Últimos Cartuchos

isbn: 9789878643618

isbn:

СКАЧАТЬ de pánico y le digo a la torre de control que estoy listo para el despegue.

      El cohete despega. Me hago un poquito de pis encima pero me viene bien porque estaba con algo de frío. Mearse encima no está mal. Nos da culpa pero es placentero.

      De repente miro hacia abajo y veo cómo me empiezo a alejar de la Tierra. Cada vez más y más... todo va muy rápido: ya no veo mi casa, no veo Buenos Aires, no veo Argentina, no veo América... y en un momento dejo de ver con claridad qué es mar y qué es Tierra... me agarra un poquito de ansiedad porque claramente ya no hay vuelta atrás.

      Pero a la vez, me siento liberado...

      Estoy rodeado únicamente de oscuridad.

      Siento una tranquilidad que nunca antes había experimentado.

      Miro los medidores. Dicen que estoy a 6000 millones de kilómetros de la Tierra. Respiro hondo de nuevo... y me doy cuenta de que ya no hay más sonidos, excepto los que genero yo.

      (Escuchamos un eructito infantil y simpático)

      Pasan las horas y se me ocurre girar la nave para ver la Tierra una vez más, quizás por última vez. Me sorprendo: es un puntito. Ínfimo, chiquito, insignificante, la nada misma.

      En ese puntito chiquito vivía yo. Ahí estaba mi casa.

      Toda la gente que quería, la gente que no, la gente que conocía... Todos los seres humanos que existieron, vivieron ahí.

      Toda la felicidad y todo el sufrimiento de nuestra especie están concentrados en ese puntito.

      Cada historia, cada llanto, cada alegría, cada abrazo, cada canción, cada guerra, cada nacimiento, cada muerte, se produjo ahí... en ese puntito. Qué ridículo todo.

      De repente escucho un ruido que no viene de mí. Es otro sobre, que se desliza debajo de la puerta.

      Sin anestesia, abro los ojos y mi cabeza vuelve a mi casa, a mi living, a mi cuerpo gordo sentado en el sillón con una carta en la mano.

      Me acerco a la puerta. Esta vez sí: es un sobre de la AFIP.

      Lo tiro a la basura sin abrir y mientras miro a Selena, mi cafetera, se me vienen a la cabeza 1500 cosas sin parar.

      Que tengo que seguir con la dieta, que tengo muchos whatsapp por contestar, que el fútbol sigue sin importarme, que de nuevo estoy llegando tarde a mi programa de radio, que nunca me va a caer bien alguien que se llama Aníbal, que tengo que pasar por el banco, que tengo que comprarle pañales a Berni y, por último... lo importante que es poder imaginar.

      Bienvenidos a Últimos Cartuchos.

      Imaginemos más seguido.

      Viajar con la cabeza es gratis.

      Acá estamos, un día más en el Universo. Hoy no voy a bajar una línea muy larga en esta carta. Quiero contarles una boludez y dejar que ustedes saquen sus propias conclusiones, porque yo la verdad es que todavía no las tengo.

      Ayer en mi casa, en una caja vieja, encontré fotos. Y en una de ellas estoy con mis dos abuelos. Sí, mis dos abuelos y yo juntos. Nadie más. Yo estaba transpirado y sin remera, debía tener unos 8 años, supongo que venía de jugar al fútbol.

      Para que no se hagan la imagen incorrecta, transpirado y sin remera a los 8 años no era lo mismo que ahora, claramente...

      Pero bueno, la cuestión es que esa debe ser la única foto del mundo donde aparecemos mis dos abuelos y yo. Me animo a decir que no debe haber ni otra foto donde estemos los tres juntos, ni debe haber existido otro momento en la vida donde hayamos coincidido los tres en un mismo espacio físico. Supuse que era una foto de un cumpleaños mío, pero realmente no lo recuerdo.

      Ellos dos tenían maneras de vivir diametralmente opuestas y creo que no se veían demasiado porque sabían que era para pelea.

      A uno le gustaba la guita a más no poder; al otro no. A uno le gustaba ver la tele; al otro leer, ir al teatro y escribir.

      A uno le gustaba demostrar sus triunfos; al otro le chupaba un huevo lo que pensaran de él los demás.

      A uno, cuando le contabas de tu vida, sentías que no iba a retener ni un dato de lo que le estabas contando; al otro le interesaba no solo tu vida sino la vida de los demás en general.

      Uno era fanático de ir a restaurantes; al otro le gustaba cocinar. A uno le gustaba totearse a troche y moche; al otro le gustaba culear.

      Pero recordé, gracias a esa foto, que un día decidí contarles el mismo problema a los dos por separado. Para ver qué me aconsejaban.

      Yo estaba con un proyecto propio, laboral, que implicaba arrancar medio a los ponchazos, haciendo un esfuerzo, y sin saber exactamente cuáles iban a ser los resultados. Era una boludez con dos amigos, que consistía en armar una especie de productora chiquita para hacer videos.

      Cuando fui a ver a mi abuelo 1 (no quiero dar nombres), me dijo: “Mirá, Miguel, las cosas hay que hacerlas bien o no hacerlas, no seas improvisado. Porque si no la gente después se hace la idea de que sos desprolijo y no te llaman más. Cuando tengas todo listo y los equipos comprados, empezás y causás una buena impresión de arranque. Lo otro no sirve. La improvisación en este mundo competitivo no va más.”

      Cuando fui a ver a mi abuelo 2, me dijo: “Me parece bien, Migue, las cosas hay que hacerlas. Lanzate y después ves. Probá. Vas a aprender en el intento y vas a mejorar en el camino.”

      Obviamente, volví a casa más confundido de lo que empecé. Dos consejos bien claros y bien distintos.

      Pero años más tarde, entendí que de esas diferencias tan marcadas, que antes me angustiaban, salí yo.

      A veces racional, a veces impulsivo; a veces Ray Bradbury, a veces Intrusos; a veces me interesan los demás y a veces vivo en mi burbuja de egoísmo.

      No tiene remate esta carta.

      Es que a veces es necesario dejar las cosas suspendidas, en ese punto intermedio. A veces hay que amigarse con el “no saber” y con la incertidumbre.

      No todo es blanco o negro, no todo se define. Deambulamos por ese gris. Vamos y venimos.

      —Ay, Migue, pero... ¿cuántas veces dijiste que no hay que ser tibio, que las medias son para los pies, que el que no se define no avanza?

      Qué sé yo, será que a veces en mí todavía se siguen peleando mis dos abuelos para ver quién gana la batalla.

      Bienvenidos a Últimos Cartuchos.

      Hasta las 4, somos nosotros.

      Un vaivén de emociones... pero siempre reales.

      Acá estamos, un jueves más en el Universo.

      Lo bueno del jueves es que mañana es viernes. Y claro, en ese sentido, el jueves es un poco triste, porque su valor no está en sí mismo sino en el día que le sigue.

      Es como un hijo o una hija de СКАЧАТЬ